El caso del primer niño con dos papás y una mamá en Chile: “Esta familia no se quebró, solo se agrandó”
Marcela Gutiérrez, la madre del primer menor de edad con pluripaternalidad en el país sudamericano, relata la trastienda del histórico fallo judicial
El pasado 26 de agosto se dictó por primera vez en Chile una sentencia que reconoce la pluriparentalidad de un niño. El Juzgado de Familia de la ciudad de Osorno, 930 kilómetros al sur de Santiago, ordenó que el Registro Civil consignara en el certificado de nacimiento de Camilo —nombre ficticio para este reportaje—, de ocho años, a su madre y a sus dos padres, el de crianza y el biológico. El fallo, que marcó un hito en la historia jurídica chilena, de la jueza Verónica Vymazal, se sustenta en la socioafectividad que, en este caso, implica las voluntades de querer ser y querer ejercer la paternidad de un menor que reconocía a ambos como sus padres. La madre, Marcela Gutiérrez, una camionera de 46 años, relata a EL PAÍS la pedregosa trastienda: “El tema no éramos nosotros, los adultos. El tema era mi pequeño”.
Gutiérrez es madre de cuatro hijos. El mayor, de 25, lo tuvo soltera, pero al poco tiempo conoció a un hombre, al que llamaremos Juan, que lo asumió como propio y juntos tuvieron otros tres niños que hoy tienen 22, 11 y ocho años. La pareja vivió algunas separaciones. En una de ellas, según relata la mujer, se involucró con un compañero de trabajo, Felipe (nombre ficticio). Luego Marcela volvió con Juan, su compañero de larga data, y producto de una enfermedad acabó en el hospital, donde le informaron que tenía cuatro meses de embarazo. Siempre le rondó la duda quién era el padre de esa criatura.
Cuando Camilo tenía cinco años, en 2021, Marcela quiso saber la verdad. “Empecé a ir a la psicóloga porque nunca le dije a mi hijo mayor que lo había tenido soltera y sentía que la vida me repetía la historia. Ella me dijo: ‘sé valiente, haz el test de ADN’. Quise darle la oportunidad a Camilo de que conociera su origen. Sentí que se lo debía”, relata. Llamó a Felipe y le pidió hacerse un test de ADN. El resultado fue positivo. Asesorada por su terapeuta, Marcela le contó la verdad a su pareja, y rompieron tras 23 años de relación. “Cuando supe esta situación”, dice Juan a EL PAÍS, “no podía estar con ella. Pensé que iba a perder a mi hijo, ¿qué iba a hacer contra un test de ADN?”.
El único precedente de pluripaternalidad en Chile hasta ahora era el de un caso de 2012, cuando un Juzgado de Letras de Los Lagos, en el sur del país, invocó el Convenio 169 (OIT) sobre pueblos indígenas y tribales en una causa voluntaria (no hubo juicio) en que se determinó que una persona adulta pudiera inscribir en sus certificados a sus dos madres (biológica y de crianza) y su padre.
Marcela describe el fin de su silencio como “un desarme completo en la familia, un bombazo”. Aprovechó la catarsis de honestidad para comunicarle a su primer hijo que Juan no era su padre, lo que provocó un fuerte distanciamiento entre ambos. La noticia se esparció por Osorno, una ciudad que describe como “machista”, y la despidieron de su trabajo como camionera. “Es un mundo masculino, por ende, no es bien visto una mujer que tiene un hijo de otro hombre. Se me cerraron todas las posibilidades”, sostiene. Tras el quiebre, se mudó con sus dos hijos menores a Valdivia, a unos 100 kilómetros de donde vivía.
Felipe interpuso una demanda de reclamación de filiación paterna por Camilo. Fue un proceso largo, de tres años. Durante todo ese tiempo, Marcela regularizó legalmente la situación con Juan—como las visitas y la pensión alimenticia—, que siempre mantuvo el vínculo con el niño. El padre de crianza y el hijo hablan prácticamente todos los días por teléfono, cada dos semanas lo va a buscar a Valdivia y se lo lleva a Osorno. El cumpleaños número ocho, en septiembre, lo pasó con él. Mientras avanzaba lentamente el proceso de la demanda, Marcela reinició una relación sentimental con Felipe. En un principio, este se dejaba caer cada tanto y era presentado como un “tío”. “De a poquito empezó a formarse un vínculo. Es tan cierto que la sangre tira, porque fue como una conexión. De repente, Camilo ya los quería a los dos”, cuenta Marcela.
La psicóloga le aconsejó decirle la verdad al niño, como si fuese un cuento. Entre lágrimas, Marcela reproduce la historia que le relató a su hijo: “Había una mamá que había tenido un pequeño y que Dios lo había amado mucho, mucho, mucho porque lo bendijo con dos papás. Uno de crianza y otro biológico”. “Le pregunté si le gustaría que Felipe fuera su papá biológico y él inmediatamente respondió que sí. Ahí fue cuando dije ‘wow, lo estoy haciendo bien’”. Camilo también fue a terapia para que le explicaran el proceso que estaba viviendo. “Cuando la gente se enteraba de la historia, a la mujer la discriminan y la apuntan con el dedo y a los hombres los celebran porque se preocupan de los niños. Era verdad. Pero estos papás estaban en la vida de este pequeño porque esta mamá estaba dando la oportunidad de que ellos estuvieran. Y eso, la sociedad muchas veces no lo entiende”, remarca Marcela.
Durante el juicio, la abogada Ariadna Carrillo, del programa estatal de La niñez y adolescencia se defiende, fue la responsable de entrevistar a Camilo en cuatro ocasiones. En esos encuentros le explicó lo que estaba pasando con sus padres, sus derechos, y que su opinión sería tomada en cuenta. “Era un niño maduro, entendía perfectamente la situación y quería que los dos fuesen sus padres”, comenta Carrillo. La jueza Verónica Vymazal también escuchó al pequeño en una audiencia. “Me comentaba que a sus compañeros de colegio les decía que tenía dos papás y una mamá, que cuando lo hacen dibujar un árbol de su familia, el lado de los padres tiene más ramas que el de la madre. Lo único que le interesaba era mantener estable en el tiempo su vida familiar”, apunta.
“Fue fundamental el derecho del niño a ser oído”
La juez Vymazal explica a este periódico que la ley chilena establece que prima la identidad legal por sobre la realidad genética. “Aquí hay un tema de socioafectividad y posesión notoria del padre legal, no podía borrarlo. El niño mantiene un vínculo y una relación permanente. Se reconoce como hijo de quien figura en su certificado de nacimiento. Por otro lado, se daban las condiciones en los mismos términos respecto del padre biológico, quien comparte genes, pero además actúa como padre, ejerce sus obligaciones, sus derechos, y el niño lo reconocía como tal. Fue fundamental el derecho del niño a ser oído. Su opinión manifestaba una identidad, un derecho a una vida familiar. Esta sentencia busca reconocer la socioafectividad desde la perspectiva del niño, no el derecho de los padres y o la madre”, apunta.
Juan no se presentó con un abogado hasta la última audiencia porque daba el juicio por perdido. “Pensé que el tribunal solo iba a aceptar el certificado de ADN y ahí quedaba a la espera de lo que podía decir la mamá. Dije ‘no tengo nada que hacer acá. Era comerme mis lágrimas no más”, afirma. El fallo, sin embargo, le permitió seguir figurando en los certificados de Camilo y no perder ningún derecho como padre, lo que lo tiene profundamente satisfecho. Cuando se dio a conocer la resolución, la abogada Carrillo se volvió a reunir con el niño para explicarle lo sucedido. “Estaba feliz, decía que ahora otros niños también iban a poder hacer lo mismo que él”, comenta la asesora jurídica.
Hoy Marcela se siente la mujer “más bendecida de Chile”. “Ahora entiendo que mi familia no se quebró, mi familia creció. Antes había un papá y ahora hay dos. Y están los dos atentos. Si un día no lo puede cuidar uno, lo cuida el otro y si hay una actividad escolar, lo mismo. Mi gran deseo es que el día de mañana podamos celebrar una navidad o un cumpleaños todos juntos”, sostiene. La mujer, que volvió a tener trabajo y sigue emparejada con Felipe, espera que otras como ella hagan uso de una ventana legislativa que ya existía, pero que nadie la había materializado. Reconoce que el camino fue duro, frustrante, muchas veces solitario, pero que al ver a su hijo saliendo del tribunal el día del fallo, tomado de la mano de su padre de crianza por un lado y de su padre biológico por el otro, hizo que no se arrepintiera de nada.
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