La crisis de Venezuela le da una bocanada de aire a la nueva izquierda chilena

El divorcio de la generación del presidente Boric con el chavismo significa un acercamiento a los gobiernos de su sector que criticaron duramente

Gabriel Boric en el palacio de gobierno de La Moneda, en Santiago, Chile, el 5 de agosto de 2024.Ivan Alvarado (REUTERS)

La dureza con que el presidente chileno Gabriel Boric ha cuestionado los resultados que dieron como ganador a Nicolás Maduro en Venezuela ha tenido un impacto en su conducción. El mandatario se ha posicionado como el líder de izquierdas de América Latina más frontal contra el régimen: a las pocas horas de la elección del 28 de julio exigió la “total transparencia de las actas y el proceso” y este miércoles ha dicho que no tiene dudas de que Maduro “ha intentado cometer fraude”. El divorcio con la revolución bolivariana ha sido secundado por otros representantes de su generación y sector político que en el pasado sintonizaban con el chavismo. La postura del chileno sobre Venezuela no es nueva, pero, según los expertos, esta semana ha terminado por alinearse a la política internacional de la izquierda tradicional, representada por las Administraciones de la Concertación, la coalición de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2010, y que fue duramente criticada por la nueva izquierda que hoy aloja en La Moneda.

En su primer año de mandato, en 2022, Boric sacudió algunos fantasmas que rondaban sobre lo que sería su liderazgo en la región. Ser de izquierda, dijo ante un grupo de alumnos de la Universidad de Columbia, no debería impedirle emitir sus opiniones, pese a que muchos le advertían que “no se debe hablar mal de los amigos”. “Me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de Derechos Humanos en Yemen o en El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela o Nicaragua”. En la mitad de su Administración, con varios traspiés a cuesta en la política local, ahondó en una entrevista con EL PAÍS sobre su mirada internacional: “En la izquierda en general, y en América Latina en particular, ha habido una tendencia a no hacerse cargo de los errores propios. Es un error defender ciertos regímenes porque se entienden como parte de la misma familia”.

El ensayista de centroizquierda Ernesto Ottone, de pasado comunista en los 70, plantea que la postura del mandatario chileno frente a Caracas refleja la maduración de un dirigente que ya toma posiciones de Estado y que no le habla solo a los suyos. “Eso puede significar un elemento internacional importante. Se esperaba que Boric fuera más cercano al kirchnerismo, al chavismo, y no. No evoluciona hacia Podemos [de España], sino que desde Podemos adopta una posición que puede convertirse en una nueva composición, con más sentido de Gobierno de izquierda que testimonial”, afirma.

En el discurso sobre la izquierda regional, a Boric se lo veía bastante solo dentro de su coalición original, Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista, PC). Llegó al poder con ellos y con el Socialismo Democrático, de la izquierda tradicional. Esa soledad entre sus compañeros de ruta ha cambiado desde que estalló la crisis electoral venezolana. Mientras la dirección del PC, en su línea histórica, asumió inicialmente los resultados, la portavoz del Gobierno, la comunista Camila Vallejo, pasó de hablar de una “debilidad institucional” en Venezuela a tildarlo de un “gobierno con derivas autoritarias”. A su vez, reconoció que Maduro le ha hecho “suficiente daño” a Chile. El Frente Amplio (FA), el partido de Boric, también ha arropado estos días al mandatario. La ministra de la Mujer, Antonia Orellana, por ejemplo, advirtió que los que han defendido al régimen chavista en estos comicios “se van a poner muy rojos cuando se abra la cárcel del Helicoide”. Los dichos provocaron molestia en la cúpula del PC.

La posición de Boric sobre los regímenes bolivarianos solía ser “atacada en su propio grupo”, dice Ottone. “Tenía voces discordantes del FA que hoy han tenido que ponerse detrás, no sé con cuánto dolor en el alma. Conduce a su sector hacia posiciones que antes no se manifestaban con esa fuerza y produce un aislamiento del PC y de los sectores más ultras”, añade. Sobre la nueva generación comunista, como Vallejo o la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, que se desmarcan de la dirigencia de la formación, plantea que Venezuela les genera un cuestionamiento sobre cómo van a respaldar al régimen si son parte de un gobierno democrático. “Cómo se van a apoyar un fracaso, la destrucción de un país. También entra el fenómeno de ‘tengo 36 años, voy a hacer política muchos años más y cómo me voy a alienar con esto’. Es pensar también en sus roles”, afirma.

Para el politólogo y académico de la Universidad de Chile, Octavio Avendaño, la crítica directa de Boric al régimen de Maduro lo distancia de la izquierda de la que venía y lo acerca al Socialismo Democrático. Inicialmente, remarca, el Frente Amplio chileno nunca se consideró un símil del partido uruguayo y el respaldo al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, no llegó hasta que apareció Jair Bolsonaro. “Antes de eso había una visión muy crítica sobre el proyecto de una izquierda más moderada en Brasil y Uruguay y, por ende, el FA empieza a mirar a Venezuela, a Podemos en España, que es chavista. Ahora se está alejando y se aliena con lo que aquella izquierda que ellos mismos habían criticado, la concertacionista”, asegura.

Esa similitud la recordó esta semana la ministra del Interior, Carolina Tohá, del Socialismo Demorático, en un discurso en el Senado, en el que expuso que “no es primera vez que en Chile los gobernantes actúan con ese estándar”. Una de las figuras políticas que suena fuerte como carta presidencial del oficialismo hizo un repaso a momentos clave en materia internacional, como cuando el expresidente socialista Ricardo Lagos (2000-2006) dijo en 2003 no a la invasión de Estados Unidos en Irak; cuando la dos veces presidenta Michelle Bachelet (2006-2010, 2014-2018), en calidad de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, realizó un informe sobre Venezuela en el que reprochaba las violaciones a los derechos humanos; y cuando el exmandatario Sebastián Piñera (2010-2014, 2018-2022), de la derecha tradicional, reconoció que muchos civiles habían sido cómplices pasivos de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). “Tenemos una tradición en esto. Apeguémonos a ella. Ojalá nos inspiremos en ella. Desconfíen siempre de los que defienden los derechos humanos solo cuando les conviene. Siempre”, afirmó.

“Lo que hace la ministra Tohá”, señala Ottone, “no es solo apoyar al presidente Boric. Ella plantea una doctrina. Eso no se había presentado nunca antes de manera tan clara. Venezuela cristaliza eso. Ese es un elemento que tiene un valor estratégico”, apunta el ensayista sobre el discurso que puso énfasis en que la postura del presidente chileno ha sido la que siempre han adoptado los gobiernos de izquierda y un sector de la derecha.

La generación de Boric llegó al poder encarnando una nueva izquierda, una muy dura con quienes los habían antecedido. Una que, recuerda Avendaño, creía en lo que representaba el chavismo, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. Desde 2011, cuando eran dirigentes estudiantiles, se planteaban como una alternativa a la Concertación. “Para este sector de la izquierda, Venezuela era muy importante. Boric se distancia de esa izquierda extraparlamentaria, de lo que ha sido la tradición del PC, de una parte del PS que admiró a Hugo Chávez y pasa a estar con Lula o Tabaré Vázquez, a estar con Lagos y Bachelet”, afirma el académico. Quienes siguen de cerca la política, prevén que se está cocinando a fuego lento una nueva reestructuración de la izquierda. Una donde el valor de la democracia será el gran diferenciador.

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