Democracia universitaria
Sería deseable que la participación estudiantil viera en la dinámica universitaria una posibilidad de incidencia crítica que apuntaría mucho más a transformar sustantivamente el sistema que a oponerse a una institucionalidad
La Universidad de Chile es la principal institución de educación superior en nuestro país. La evidencia, como se dice hoy en día, lo muestra elocuentemente. Se trata de una universidad compleja, acreditada por el máximo de años en procesos sucesivos de aseguramiento de la calidad, que articula la formación académica y profesional de pre y posgrado con el desarrollo de la investigación, la vinculación con el medio y sus procesos de gestión política validados democráticamente, que desarrolla procesos de evaluación que establecen jerarquías académicas en función de méritos y trayectorias, entre muchos otros aspectos que sería largo detallar aquí. En contrapartida, muchas universidades carecen de las condiciones mínimas de complejidad como las señaladas anteriormente, responden a intereses privados con designación de autoridades sin ningún proceso democrático de elección de pares, con escasa investigación y sin las instancias contraloras que, en el caso de la Universidad de Chile y otras universidades públicas, regulan la gestión administrativa y financiera cotidianamente; en fin, universidades que en muchos casos descansan en una oferta de formación profesional acorde a la regulación de un mercado sostenido en el endeudamiento de sus estudiantes y familias o por recursos públicos para el financiamiento vía gratuidad a empresas lucrativas.
Las diferencias saltan a la vista entonces y resulta enojoso, por decir lo menos, que la opinología mediática haga caso omiso de las condiciones creadas por décadas en el sistema de educación superior chileno y que, en cambio, se detenga en lo más fácil: publicar sus diatribas frente a la Universidad de Chile o exautoridades amparada en los lamentables episodios que año tras año paralizan la universidad sin un norte político fecundo.
Es cierto, la paralización de actividades docentes y de investigación sostenida en una escasa participación democrática de los estudiantes es un problema serio, partiendo por el efecto sobre los estudiantes mismos y sobre la comunidad triestamental toda. Así, las tomas dejan de ser un punto de llegada de la movilización (o paralización) estudiantil cuando las demandas no son escuchadas ni legitimadas por las autoridades o cuando bajo regímenes autoritarios (como el de la dictadura militar y su intervención en la Universidad) exigen acciones destinadas al cambio político, para transformarse en el punto de partida después de lo cual no cabe más que esperar que el tiempo haga decaer un entusiasmo critico sin una base sólida en la comunidad estudiantil.
Si bien es igualmente cierto que sin movilización estudiantil la Universidad no habría avanzado sustantivamente en procesos de cambio importantes, como la política de gratuidad, los sistemas de inclusión, los protocolos para prevenir la violencia de género, la visibilización de las desigualdades para el desarrollo de sus unidades académicas, entre otros, sería deseable que la participación estudiantil viera en la dinámica universitaria una posibilidad de incidencia crítica que apuntaría mucho más a transformar sustantivamente el sistema que a oponerse a una institucionalidad que, con sus evidentes falencias, ha dado signos de respuesta, aun parciales e insuficientes, a las demandas del estudiantado.
El financiamiento estatal a las universidades… del Estado, el desarrollo de estrategias de fortalecimiento de la educación superior técnica, el mejoramiento de las condiciones de las instituciones públicas en regiones, como las de empleabilidad de los egresados, la promoción de diseños formativos y estrategias de innovación y transferencia que respondan a las necesidades del país, el abordaje decisivo a la lógica de endeudamiento, las condiciones laborales de funcionarios y funcionarias no académicos, y la lista podría continuar, son temas que siguen quedando en pausa mientras la opinión pública recibe columnas de opinión dedicadas a menoscabar a la Universidad de Chile a partir de los tristes episodios de tomas sin un fin político claro y los y las estudiantes siguen viendo a un enemigo de fácil ataque –las autoridades– cuando lo más difícil y necesario es apuntar a un cambio político que encuentre en la academia un espacio de transformación.
Hace 40 años, los y las estudiantes de la Universidad de Chile, en plena dictadura, recuperaron la FECH [ Federación de Estudiantes] para la Universidad y para Chile, en el marco de un compromiso por la democracia y el valor de la academia y en el contexto de un régimen que solo quería anularla. Sería un signo de vida académica, política, cultural que los y las estudiantes de hoy volvieran a recuperar esos ideales y esa vocación de construcción crítica mediante la participación y la valentía de la democracia universitaria.
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