El ‘monstruo’ del Festival de Viña del Mar, al banquillo
El histórico e inusual hábito del público chileno de abuchear y rechiflar para rechazar la presentación de un artista, en general comediante, abre un debate sobre el respeto a los creadores
La relación del público con los artistas que se presentan en el Festival Internacional de Viña del Mar, una de las citas musicales más importantes de América Latina, tiene una particularidad que le ha supuesto el seudónimo de monstruo por más de medio siglo. Cuando un artista que ha cautivado y conectado con los espectadores abandona el anfiteatro de la Quinta Vergara u ofrece un espectáculo que no satisface a los 15.000 asistentes, estos responden con una ensordecedora pifiadera (chilenismo de rechifla prolongada). La primera afectada de la actual edición -del 25 de febrero al 1 de marzo- ha sido la comediante y actriz Javiera Contador. La mujer a cargo del espacio de humor de la segunda noche salió a escena ante un público que abucheaba el fin de la celebrada actuación del tenor italiano Andrea Bocelli. Superado el tenso inicio, la rutina de Contador no convenció y tuvo que abandonar el escenario tras estridentes silbidos.
Esta suerte de tradición de pifiar a un artista cuya oferta no conquista ha entrado en un proceso de revisión. Los palos blancos suelen ser los comediantes, que hacen de jamón del sándwich entre los dos cantantes o bandas musicales que se presentan por noche. El debate, cada año más intenso, se divide entre quienes consideran que los asistentes al festival deben respetar el trabajo del humorista y simplemente mantenerse en silencio si no les gusta la rutina, y quienes defienden que los artistas saben a lo que se enfrentan al firmar el contrato y deben acatar las reglas del juego festivalero. El comediante Luis Slimming, que triunfó este martes, dijo tras recibir los premios: “Ojalá la recepción que hoy día tuvo la Quinta la tuviesen siempre, con todos los colegas, porque hay mucha gente que se para acá y sacrifica todo”.
El periodista cultural de vasta trayectoria René Naranjo explica que el certamen iniciado en 1960 se hizo famoso en hispanoamérica gracias al monstruo. El multitudinario festival se distinguía de los otros pocos que había en esos años por celebrarse al aire libre, con espectadores en las butacas, en los cerros y hasta encaramados en los árboles. “Inicialmente, la gente manifestaba su admiración por un cantante o grupo musical encendiendo antorchas y su reprobación con pifias. Era un espacio de libertad emocional para expresar lo que sentías, lo que en Chile es muy raro porque no es un país de fiestas colectivas”, apunta.
La parrilla programática durante las primeras décadas era diversa, se presentaban hasta seis artistas por noche, y la gente acudía con la actitud de quien va a la fiesta del verano. La estructura actual, asegura Naranjo, con dos presentaciones musicales y un humorista entremedio, rompieron la esencia del certamen. “Hoy es un espectáculo televisivo bastante domesticado donde se mantienen algunos malos hábitos como pifiar a los humoristas, pero el monstruo que convirtió al festival en una leyenda, donde los cantantes y grupos temblaban antes de salir al escenario y después les cambiaba la vida en toda Iberoamérica ya no existe”, señala.
La periodista Ana Josefa Silva, que cubre el festival desde mediados de los ochenta, sostiene que el público es consciente del carácter de monstruo que adquiere. “Es muy parecido al circo romano; subir o bajar el pulgar. Es una actitud bastante cruel, en general, que puede afectar mucho a los artistas y a otros no”, comenta. En el caso del humor, plantea que suele ser bien recibido entre tanta música –hay una competencia internacional y folclórica durante la semana festivalera –, pero que es “extremadamente difícil” para un comediante salir después de un artista muy esperado y revertir el ánimo del público.
Silva, que trabaja en un libro sobre las trastiendas del evento musical, dice que todos los años se repiten ciertas premisas, como que ya no existe el monstruo, ese que se come al artista. “Pero existe, solo que aparece cuando tiene que aparecer y hace lo que quiere”, afirma. “La gente sabe que si va de público tiene un poder y que las pifias son muy importantes. A un artista lo pueden recibir bien, pero si hay una pequeña falta de ritmo, escuchas cinco pifias y dices ‘ufff’. Si el artista no cambia el ritmo las pifias solo aumentan (...) Unos dicen ‘pero si esto es trabajo’. Pero cuando eres artista también está involucrado lo personal”.
Para el periodista y columnista de espectáculos de La Tercera Marcelo Contreras, coautor junto a Rafael Valle del libro Mucha Tele: una historia coral de la TV en dictadura, el debate sobre las pifias responde a “las sensibilidades de estos minutos”. “Han cambiado las relaciones sociales y están bajo escrutinio y revisión. No podía quedar fuera esta reacción que ha dado una singularidad histórica”, dice, y añade: “¿Es un feo modal? Pareciera que sí, pero también es parte del carácter del festival. Tampoco sé si lo podemos tomar tan en serio. Hay artistas que se han llevado pifiadas y luego se reponen. Todos expuestos al juicio, solo que los artistas están expuestos a algo más temperamental: ser aplaudidos, vitoreados o pifiados”.
El cómo se cambia este hábito también es una discusión abierta. “Lo veo muy difícil. Se ha ido traspasando de generación en generación. Todos ya siguen esa lógica de circo romano”, asegura Conteras. “Entiendo que las cosas han cambiado, pero si queremos modificar conductas, ¿qué vas a hacer? ¿Que el público firme un acuerdo por código QR de que no va a pifiar? No puedes controlar todas las variables de un evento público”, plantea sobre un festival que valora por su capacidad de producir dinámicas que no se replican dentro del país o la región. Lucho Hernández, locutor de varias emisoras de PRISA Media, coincide en la dificultad que tendría eliminar la acción reprobatoria del público. “Entiendo que es negativo, pero los mismos premios que se le entregan a los artistas fueron solicitados desde el público y así fue formándose la mitología del festival.
Hernández recuerda que en un comienzo el galardón de la gaviota solo se le entregaba a quienes ganaban las competencias, pero que la insistencia del público por premiar a sus artistas favoritos devino en que también se les entregaran a ellos. Esa mitología de la que habla el locutor ha encantando a varios extranjeros. Uno de ellos fue el productor y presentador de televisión mexicano Raúl Velasco, quien intentó replicar el festival en Acapulco. La idea era que el público, al igual que en Chile, aclamara por los premios para los cantantes. Pero la gente no prendió. Y el festival sudamericano continuó, no exento de polémica, con su singularidad hasta el día de hoy.
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