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Constitución Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fin de un periodo

Los cuatro años que se iniciaron con el estallido social de octubre de 2019, dieron paso a cuatro momentos que quedarán inevitablemente atrás el 17 de diciembre de 2023 en el segundo y último plebiscito de salida

Plebiscito constitucional en Chile 2023
Un panfleto que promueve la opción 'A favor' de la propuesta constitucional.Sebastián Vivallo Oñate (Getty Images)

El próximo 17 de diciembre Chile dejará atrás un convulsionado periodo de cuatro años en el que se buscó dotar al país de una nueva Constitución. Para entender bien el cierre de esta etapa de la historia de Chile, es importante descifrar los cuatro años que se iniciaron con el estallido social de octubre de 2019.

La connotación volcánica del término que nombra las protestas que se iniciaron en octubre de 2019 no solo se refiere a los repertorios de acción colectiva que tuvieron lugar en aquel entonces, sino que describe un importante periodo de la historia que hemos buscado entender mediante el término momento.

Más allá de las expresiones de violencia que configuraron la representación dominante del estallido social, las protestas iniciales dieron lugar a un primer momento, el que fue calificado y teorizado como destituyente por distintos autores, prevaleciendo el trabajo de Rodrigo Karmy. Apoyándose en los estudios de Giorgio Agamben y Toni Negri, la dimensión destituyente del orden político y social que se encontró presente en el estallido fue leída por muchos participantes como una promesa imaginaria de un mundo mejor, en cuyo perímetro irrumpía como protagonista la multitud, y se formaba lo que Carlos Ruiz llamaba un nuevo pueblo. En este primer momento de pura creatividad colectiva según estos intelectuales, sí se encontraba presente -casi por defecto- la idea de Constitución, pero de modo fundamentalmente negativo, a través de su repudio.

Este primer momento mutó, no sabemos muy bien cuándo, en un segundo momento, en este caso constituyente, lo que se observa en la multiplicación de graffitis, eslóganes y pancartas exigiendo una nueva Constitución. Es en este momento constituyente en el que asoman formas rudimentarias de deliberación, pero también un sentimiento de fraternidad que se pudo apreciar con claridad en la noche del 31 de diciembre de 2019, en la que miles de chilenos celebraron el nuevo año y, tal vez, un nuevo mundo, en lo que se llamaba Plaza Dignidad. Es este segundo momento que captura la imaginación de todas las izquierdas, al irrumpir en muchas mentes la utopía comunitaria de un pueblo en movimiento que comenzaba a deliberar por sí mismo sobre la Constitución.

El Acuerdo por la paz y la nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019 fue un acto de institución esencial, ya que buscaba canalizar el estallido hacia un tercer momento que, apelando a la obra de Bruce Ackerman, ha sido calificado como momento constitucional. Este tercer momento estuvo enmarcado por reglas, las que garantizaban continuidad institucional, buscando impedir la ruptura de la legalidad que podría haber sido asumida por la Convención Constitucional. Es importante no perder de vista que el momento constitucional coexistió con el momento constituyente durante varios meses, en una tensa relación, alcanzando su clímax el día de la instalación del órgano redactor del nuevo texto. ¿Cómo no recordar que ese día, en un ambiente plagado de símbolos identitarios pero también de gritos y enfrentamientos en las afueras del recinto, varios convencionales frenteamplistas y de la Lista del Pueblo abandonaron la ceremonia de instalación para sumarse al pueblo que seguía manifestando más allá de las reglas, y eventualmente contra las reglas que fueron establecidas por el acuerdo del 15 de noviembre?

La derrota estrepitosa del Apruebo en el plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022 (62% vs 38%) pone fin al momento constitucional y liquida definitivamente a cualquier tipo de expresión de pueblo constituyente. Ese es el origen del último momento que estamos viviendo, que llamaremos un momento procedimental para nombrar una fase en la que el proceso de cambio constitucional se encuentra totalmente ordenado por reglas y comités (de árbitros y expertos), en el que desaparece completamente el pueblo. Reglas y solo reglas, sin pueblo ni menos multitud de por medio.

Son estos cuatro momentos los que quedarán inevitablemente atrás el 17 de diciembre de 2023 en el segundo y último plebiscito de salida. En caso de triunfar el A favor, el cierre del proceso es completo, y constituiría una severa derrota para ese sentimiento que emergió en el estallido (el octubrismo), y un fracaso de grandes magnitudes para todas las izquierdas. De producirse este escenario, no solo quedará atrás la Constitución de los cuatro generales, sino que se impondrá una Carta Fundamental cuyos contenidos se originaron en el ejercicio de la mayoría numérica de consejeros constitucionales de derecha, derrotando y sometiendo a ese puñado de consejeros de izquierdas.

¿Qué ocurrirá si el voto En contra se impone en las urnas? Pues bien, se cierra igualmente el proceso, y por mucho tiempo, en la exacta medida en la que el pueblo se desintegró en partículas individuales hastiadas por un periodo tan largo de fábrica constitucional, y probablemente enrabiadas ante una clase política que hizo gala de una enorme incompetencia para converger en un documento en el que se establecían las reglas del juego. Se podrá argumentar que seguirá vigente el resultado del plebiscito de entrada de octubre de 2020, en la que se aprobó de modo abrumador el inicio del cambio constitucional: ¿significa esto que la voluntad del pueblo que se expresó en esa primera oportunidad seguirá siendo igualmente eficiente y legítima hasta el final de los tiempos? Es una pregunta normativa y política, a la que no es fácil darle una respuesta, pero que sí es posible abordarla desde la sociología: en la medida en que el pueblo se esfuma, socialmente hablando, y deja de expresarse directamente, no tengo dudas de que, sin necesidad de consultarlo, el pueblo de octubre de 2020 dejó de existir, así como su voluntad de aquel entonces.

Cuatro momentos en los que quedaron cada vez más atrás los cuatro generales, en donde la paradoja es la de permanecer en la misma Constitución de 1980 que, si bien reformada en innumerables ocasiones y finalmente firmada de puño y letra por el presidente Ricardo Lagos, aun contiene algo del espíritu originario. Es ese espectro el que tenderá a desaparecer con el paso del tiempo.

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