Sol Serrano, a Ascanio Cavallo: “Pocos han sabido morir mejor que Allende”
La historiadora y el periodista chileno, ambos Premio Nacional de su ámbito, abordan en este diálogo el libro póstumo de Patricio Aylwin, las alternativas que manejó Allende para salir de la crisis política y la figura del presidente muerto en La Moneda hace 50 años
La historiadora Sol Serrano (Santiago, 69 años), Premio Nacional de Historia, y el periodista Ascanio Cavallo (Santiago, 66 años), se reunieron en Santiago de Chile hace algunos días, cuando el país se acerca a los 50 años del bombardeo a La Moneda, que se conmemoran este 11 de septiembre. EL PAÍS los juntó en la residencia de Serrano, en el centro de la capital, en un departamento con vista al Parque Forestal, donde ambos conversaron sobre el quiebre democrático de hace medio siglo. Es el segundo de los diálogos que sostiene Cavallo para EL PAÍS a propósito de la efeméride.
Esta fue la conversación.
Ascanio Cavallo. Vamos a tener unos 20 libros nuevos sobre el golpe de Estado de 1973 este año. Pero son pocos los que aportan conocimiento nuevo, o más preciso. Tengo la impresión de que el más importante puede ser el de Patricio Aylwin.
Sol Serrano. Lo que más me impresiona del libro de Aylwin es que lo retrata de cuerpo entero. Él dice que no es dado a las memorias y que no le gusta contar anécdotas ni escribir en primera persona. Por tanto, él hace el libro de un profesor, muy bien documentado, haciendo su cátedra. Y lo hace en un lenguaje muy afable, desde el punto de vista general de la DC, pero con su propia posición. Está siempre presente, pero en cuanto al papel político que le toca desempeñar. Los historiadores nos entretenemos buscando los dilemas internos, que aquí aparecen con mucha claridad.
A.C. Es muy llamativo que la mayor parte haya sido escrita en sus años más negros, cuando sintió el peso de la dictadura…
S.S. Sí, y lo curioso es que habiendo tenido todas las reparaciones que un político podía tener después del fracaso, termina con la misma herida inicial. Esa es la parte que más me fascina. Al fin, el 11, el golpe, sigue siendo la derrota más profunda de su vida. Déjame leerte la parte final: “Al rememorar estos días tan traumáticos y todo lo ocurrido desde entonces, surge una vez más la pregunta de si, como en las tragedias griegas, lo sucedido era inevitable u otros caminos habrían sido posibles. Sigo pensando, como entonces, que la democracia habría podido salvarse”. Esa es su gran derrota, ese es su gran fracaso en la vida y dice que, por el rol del jefe de Estado en la cultura chilena, ”el presidente Allende era el único que tal vez habría podido revertir ese cuadro y evitar el quiebre institucional”.
A.C. Es una frase con un “tal vez”, como si, al mismo tiempo que responsabilizarlo, tuviese cierto pudor, cierta duda, para no hacerlo.
S.S. Yo leo el libro completo desde esa frase, porque lo que sostiene es había una salida política posible. Es una reivindicación del arte, del oficio, de la política. Su interpretación de lo sucedido, que tiene miles de aristas y procesos y variables, es que falló la política. Mi impresión es que nunca antes habíamos discutido la Unidad Popular y la relevancia radical de la política.
A.C. Creo que no era ese el plan de muchos de los entusiasmados con el cincuentenario. Hay muchos grupos que no quieren discutir, sino sólo instalar sus puntos de vista. Pero me alegra que veas otra perspectiva.
S.S. Lo que encuentro muy revelador -y personalmente me entusiasma mucho-, es que éste sea el tema principal de este aniversario: volver a la Unidad Popular, salir del esquema de golpe y dictadura, contextos y justificaciones, en el que nos hemos estado dando vueltas tanto tiempo, y hacerse la pregunta fundamental: ¿cuál es el legado, la lección? Es la reivindicación de la política.
A.C. Claro. Todo se ha debatido entre el 10 de septiembre o el 12 de septiembre, lo que pasó antes o lo que vino después. Como si no fuera un continuo.
S.S. Es un continuo y siempre se quiere confundir explicación con justificación. Por primera vez siento que estamos en la discusión de por qué hubo golpe de Estado.
A.C. ¿Tu conclusión es que era posible una cosa distinta? A los periodistas nos está vedado pensar de esa manera. Pensamos en términos de hechos, no de hechos alternativos. Tenemos alguna franquicia con la política ficción, pero con el pasado, pisamos sobre huevos. En cambio, a ciertos historiadores les gusta la exploración de lo que habría podido ocurrir si las cosas hubieran sido distintas en algún punto...
S.S. Apuntas a algo bien esencial respecto a la disciplina histórica. Los historiadores no podemos ni debemos hacer historia contrafactual, porque lo que pasó, pasó. Otra cosa, dada nuestra epistemología y nuestras herramientas analíticas, es creer en algo así como una necesidad histórica, una necesidad intrínseca de la historia. Que hay cosas que van a tener que pasar.
A.C. No hay un efecto mariposa. No porque piso una planta en el pleistoceno Hitler termina gobernando al mundo. Las variables lo cambian todo, ¿no?
S.S. Tenemos que cruzar las variables, siempre de forma conjetural y por tanto interpretativa. Entonces, como historiadora, sí me importa mucho la pregunta: ¿era inevitable? Porque no era una necesidad histórica, no estaba escrito, desde que Pedro de Valdivia se asomó al valle del Mapocho, que esto iba a suceder. Ni siquiera los procesos que llevan a este periodo, más profundos, de más largo tiempo, no todos llevan necesariamente a un golpe de Estado.
A.C. De hecho, cinco años antes, por decir una fecha, me parece que nadie se imagina esto.
S.S. Y creo que los actores tampoco lo imaginan. Hasta al día penúltimo están pensando en que esto sigue y en cómo se arregla institucionalmente. Pero siempre en plazos que al final sabemos eran erróneos.
A.C. Muy cortos.
S.S. Mucho más cortos de lo que los propios actores creían. Y ahí vuelvo a otra cosa, de orden historiográfica: durante el siglo XX, con la prominencia que van adquiriendo las ciencias sociales, se instalan los pensamientos estructuralistas. Lo que estos privilegian son las explicaciones a través del tiempo largo y el tiempo corto se hace enteramente irrelevante.
A.C. Los hechos, la micropolítica, deja de importar.
S.S. Claro, se consideraba que el tiempo corto de la política era la típica historia positivista del siglo XIX. Yo reivindico enormemente el tiempo corto como una de las variables sustantivas para explicar también los procesos, porque en las rupturas cortas, los hechos van adquiriendo su propia autonomía. Entonces, algunos podrían decir: ¿por qué estamos volviendo a discutir sobre Allende, cuando hay tantos actores relevantes? Yo creo que es porque es el que menos hemos tocado. El tiempo de la UP pasa a ser un tiempo intocado por intocable. Está siendo ahora parte de un análisis mucho más amplio que la literatura de nicho. Y eso es porque la historia enseña política.
A.C. Muy claro. Me parece que entramos a la figura de Allende, ya que la rozaste. Es un poco enigmático, ¿no? ¿Se te ha aclarado cómo Allende llega a la situación del 11 de septiembre? Porque al final, su muerte quiebra el curso histórico.
S.S. No soy una especialista en Allende, pero me parece –para hacer una corta hipótesis– que se ha cargado mucho la explicación hacia las contradicciones, las ambigüedades, las dos almas. Creo que podríamos buscar cierta línea unitaria. Allende es enteramente hijo del liceo chileno, colegios que eran tremendamente homogéneos y que construyeron un tipo de conciencia histórica, en alumnos de clase media y clase media alta, muy compartida. Al revés de lo que sostienen algunos historiadores –que allí se enseñaba la historiografía conservadora–, creo haber probado fundadamente que se enseñaba la historia que yo llamaría liberal-socialdemócrata. Hay una frase muy linda de Aylwin, que dice: “Allende tenía su forma de ganarse a la gente, humanamente. A pesar de su empaquetadura, era un hombre que sabía llegar al fondo de las cosas. Tenía eso del hombre formado en la vieja República, algo común a todos nosotros”. Dentro de esto se levanta en los años 30 una interpretación socialista de esa misma República, que reconoce los valores anteriores como antecesores. Los socialistas como luchadores y a la vez herederos. No sé qué leyó Allende, pero yo diría que es la mirada de Julio César Jobet. Esa es su impronta.
A.C. No tiene mucha teoría, ¿no? Todos los que lo conocieron coinciden en eso.
S.S. No lo sé. Él aprende y vive desde su temprana juventud el faccionalismo socialista.
A.C. Hasta fue candidato de una sola facción la primera vez, en 1952.
S.S. Claro, forma facciones, une, desune. Y se instala como senador, muy exitoso electoralmente. Es un político que viene de la tradición republicana, el faccionalismo socialista y las prácticas parlamentarias. Hay continuidad en lo que te digo. En los años 60, en el tronco republicano, se le injerta algo que podría remontarse a las bases anarquistas: una fascinación con la izquierda revolucionaria. Allende visitó bastante los países socialistas, conoció el socialismo real, pero se enamoró de Cuba. Cuba lo cambió todo.
A.C. No podemos culparlo por eso. Al comienzo, Cuba enamora a toda América Latina.
S.S. Y a Allende. Uso el término injerto porque eso genera algo nuevo: este Allende que se fascina con la política joven, de la cual por supuesto que había sido parte en su juventud. Allende es muy distinto de la política de Gobierno. Fue ministro de Salud por tres años, orientado, no a la medicina, sino a la salud pública. Estuvo en el Gobierno poco tiempo e hizo cosas interesantes, pero después siguió en la política parlamentaria, donde las cuestiones se resuelven en negociaciones de poder. Es distinto de gobernar. Ahí es donde veo la unidad en Allende.
A.C. No hay dos caras…
S.S. No. Lo que pasa es que en un momento se le empieza a hacer incompatible, por la fuerza de los hechos, la política revolucionaria con su tronco clásicamente republicano. Trata de que esto no sea tan disruptivo y durante mucho tiempo cree que hay una vía propia. Él va a quedar en la historia, no de Chile, sino del mundo, como el constructor de la vía chilena al socialismo, la vía democrática, la vía republicana. Pero no fue tal.
A.C. Bueno, pero ahí sí hay una contradicción. Quizás le repugna la idea de una guerra civil, una confrontación entre chilenos. Pero la revolución pasa siempre por una guerra civil, no importa cuál sea su intensidad o su extensión.
S.S. Es que la formación marxista, a pesar de toda la retórica, creo que no estaba mayormente en su ethos político. Por eso insisto en su tronco republicano. Hay otro tema allí. La guerra civil, que pasa a ser más importante que el golpe en todo el último tiempo, es también una opción política. Pero el temor a ella, al punto de creer que no va a venir, hace actuar a los personajes de otra manera. Allende le tiene pavor, no cabe duda.
A.C. ¿Y de dónde lo tiene? ¿Es el espectro del presidente José Manuel Balmaceda?
S.S. Tiene 1891 en su cabeza, siempre. Lo extraño de su último tiempo es que no está tan seguro de que va a haber un golpe de Estado.
A.C. No cree que vaya a haber, no le parece posible.
S.S. Lo teme. Pero en sus últimas actuaciones lo incorpora poco y lo traduce como guerra civil, a veces incluso como el golpe de Estado que lleva a una guerra civil. Pero no lo tiene mayormente en su análisis. En los últimos meses dice, respecto del almirante José Toribio Merino, que era visiblemente el más golpista, el que organiza todo: “En fin, no importa, Merino se retira en tres meses más y lo saco”. ¡Piensa que va a tener tres meses más! La generación suya, la de 1932, realmente cree en el constitucionalismo de las Fuerzas Armadas. Lo cree Aylwin hasta el último día.
A.C. Y a tu parecer, ¿cuál es el otro error en lo que se dice de Allende?
S.S. Que no tomó decisiones. Yo creo que sí las tomó. Después de las elecciones de marzo de 1973, donde le va mejor, pero no se resuelve el problema de la conquista del poder, Allende ve tres posibilidades, y se las plantea al comité de la UP. Uno: acuerdo con la DC. Dos: plebiscito. Y tres: ir a la pelea como fuere. Tuvo la posibilidad, hasta el final, de llevar a cabo un acuerdo con la DC, en una forma que no era la que la DC quería...
A.C. Ni la Unidad Popular tampoco.
S.S. Claro. Si se lee el libro de Aylwin, la DC no quiere estar en el Gobierno. Se distancian de él, porque desde el primer día tienen mucha desconfianza, no tanto de Allende, sino del PS.
A.C. Y del MIR, de la izquierda revolucionaria con la que Allende coquetea.
S.S. Eso es. Es su temor y no van a ser parte de eso. Van a ser sus correctores. Y en los últimos meses, la DC le hace a Allende varias proposiciones. La más clara es que apoye la reforma constitucional sobre las tres áreas de la economía en la forma que la propuso la DC. Allende la vetó, se le pasó el tiempo y ya no la podía plebiscitar, pero podía aprobarla. Y la respuesta de Allende -tan constitucional que es este país- es que la quieren aprobar con mayoría simple.
A.C. Allende piensa que eso sienta un precedente y que la oposición se podría tentar con derribarlo mediante una simple moción parlamentaria.
S.S. Y eso es el desgobierno. Y Aylwin le encuentra la razón, porque, además, todos están creyendo que va a haber la misma política republicana chilena para siempre. Él dice, además, que sería una especie de parlamentarismo de facto. Entonces propone que aprueben la reforma y la DC, con una enmienda interpretativa de la Constitución, asegura que esto no sea un precedente respecto de la autoridad, las atribuciones, ni el periodo del presidente. Le da todas las garantías. Pero, claro, las peticiones de la DC eran mayores que eso. Allende trató de desmenuzarlas. Hay una parte que sí me intriga: la DC le pide un Gabinete cívico-militar, donde los militares tengan poderes. Allende no lo acepta. Ni los partidos de la UP.
A.C. Suena bastante inaceptable, salvo que tú creas que las cosas están extremadamente graves.
S.S. ¡Pero si estamos hablando de julio!
A.C. Probablemente Allende pensaba que le quedaban meses infinitos, como has sugerido.
S.S. Creían que un Gabinete cívico-militar significaría que los militares finalmente se iban a tomar el Gobierno.
A.C. Como por dentro, a la uruguaya.
S.S. Por dentro, cosa que no era posible con ese Parlamento. O sea, la DC da una garantía y además, le propone a Allende y a los comandantes en jefe, con el mismo documento -eso está clarísimo en el discurso-, que el presidente pueda nombrar a su gente, siempre que tenga las cualificaciones técnicas necesarias. Y que la DC no va a asumir ningún cargo y va a apoyar lo que haga este Gobierno cívico-militar, a rajatabla en el Congreso. O sea, bastante garantía. No es tan loco. En la situación en que están, no es tan loco.
A.C. Difícil de tragar, pero es una opción.
S.S. Aceptarla significaba dos cosas: una, obvia, es que es el fin del programa de la UP. El programa, no el Gobierno. Y dos, posiblemente la división de la UP.
A.C. Probablemente el Partido Comunista se quedaría con Allende.
S.S. El PC se quedaría con Allende, aunque nunca lo aprobó de esa forma, pero sí con esta reforma constitucional. Lo que he pensado después es que el nivel de violencia en el país, y de los grupos paramilitares, armados, ya no lo controlaban los partidos. No lo controlaba nadie. En un Gabinete cívico-militar, uno de los problemas sería hacer efectiva la Ley de Control de Armas, y eso significaba una represión gigantesca en los fundos tomados, las empresas, los sindicatos, etcétera. Entonces, lo que habría tenido Allende no era al PC afuera, sino a todos los cordones industriales y al mundo proletario de la época.
A.C. Al poder popular.
S.S. Al poder popular y a lo que genéricamente llamábamos en esa época clase obrera, en las puertas de La Moneda gritándole: “¡Allende, asesino!”. Y él, protegido por los militares. Entonces, ¿qué decisión toma? Que no. Lo que no hace nunca es romper la alianza.
A.C. Al contrario. A pesar del costo que tuvo para los partidos, es como si Allende asegurase esa unidad más allá de su vida.
S.S. Le costó la vida. Y nos costó el golpe. A partir de junio de 1973, no hay ninguna opción buena. Son todas malas y todas tienen niveles de violencia. Entonces entran de nuevo los temas del liderazgo y de la política, y la pregunta que uno espera que se hagan es: si todas son malas, ¿cuál es la menos mala? Allende cree -es mi interpretación-, que la menos mala es sacrificarlo a él. Cuando el general Carlos Prats le dice que se vaya fuera de Chile, a lo Arturo Alessandri, dice: “¡Jamás, moriré en mi deber!”. Con el Gabinete de las Fuerzas Armadas, vuelve a la práctica faccionalista. Quiere intentar mover las piezas dentro de las Fuerzas Armadas, de forma tal que los comandantes en jefe queden como los soportes y así hacer el Gabinete cívico-militar, pero con leales. Sacar al almirante Merino. Pero ahí empieza un juego peligroso, porque tendría que empezar a descabezar.
A.C. Era inviable.
S.S. Entonces pasamos a la opción dos, el plebiscito. A mí me parece que el libro del ministro de Justicia de Allende, Sergio Insunza, comunista, es bien importante: él dice que no era posible un plebiscito, no estaba contemplado en la Constitución. En el suyo, Aylwin dice que le han dicho -Briones, seguramente-, que Allende va a llamar a un plebiscito, pero no se refiere a su contenido. Aún más, el 10 de septiembre Aylwin está redactando el acuerdo de la DC, que es el tercer plan, junto a la radio, muy nervioso, esperando el discurso de Allende.
A.C. El discurso se cambia del 10 para el 11.
S.S. Claro. Y Aylwin dice que está esperando. Quién mejor que él podría haber estado informado. Y no supo nada. Pasa en la noche por la sede de la DC, donde José de Gregorio le dice: “Cuídate, parece que mañana es el golpe”. Se va preocupadísimo a la casa de Frei. Y Frei le dice: “Hay tantos rumores, todos los días, que yo, la verdad, me voy a quedar en mi casa”. Aylwin se fue e hizo lo mismo.
A.C. Ya que tocamos ese punto, déjame decirte que yo creo que de verdad no lo sabía ningún elemento civil de Chile, ni siquiera de la ultraderecha. Los militares no confiaban en ningún político.
S.S. Estoy totalmente de acuerdo.
A.C. Lo otro es desconocer la lógica militar. Pero sigamos.
S.S. La derecha está por hacer una gran movilización para reunir las firmas y exigir que Allende renuncie. Empezó a correr el rumor -Aylwin lo explica extraordinariamente bien-, de que había un articulito de la Constitución, que permitía declarar la inhabilidad del presidente. Aylwin dice que habría sido el uso de un resquicio, el mismo que la DC ha criticado, porque está hecho con objetivos enteramente distintos. Y dice: no voy a decir públicamente ni sí ni no, porque no quiero que empiece a entusiasmarse la gente con esta idea, que no es constitucional. Si lo hacemos, nos salimos nosotros mismos de la Constitución y el Tribunal Constitucional lo va descalificar y vamos a quedar como una tropa de imbéciles. Y además, dice, esto significaría una práctica política para siempre.
A.C. Me parecía que era claro, y que todos lo sabían, que la inhabilitación por el Congreso no era posible.
S.S. Allende cree, por lo que le dice Prats, que Frei y la DC y el propio Aylwin van a presentar la inhabilitación. Todo lo que Aylwin dice que no iba a hacer y el pleno de la DC había decidido que no.
A.C. Pero eso no lo sabía Allende.
S.S. No lo sabía. Entonces, propone en el pleno DC una idea que hace Edgardo Boeninger, como rector de la Universidad de Chile: todos los que tenemos cargo por elección popular renunciamos a nuestros cargos. Era una solución. Aylwin lo piensa mucho y dice: no es fácil, pero lo que podemos hacer es que presentamos nuestra renuncia, a ser firmada cuando firmen todos los demás. Y al renunciar a nuestros cargos, estamos pidiéndole al presidente de la República que haga lo mismo. Y empezamos otra nueva etapa. Al menos postergaba el golpe.
A.C. Sólo posiblemente...
S.S. Sí, porque el propósito del golpe era sacar a Allende y a toda la Unidad Popular.
A.C. Con todos renunciados cambia el cuadro.
S.S. Ahora vamos al plebiscito, que sí que son especulaciones. Insunza dice que no ocurrió tal cosa, que Allende quiere un plebiscito, pero nunca habló de qué se trataba. Aylwin tampoco dice de qué se trata. Insunza dice que podría ser -no sabemos si Allende la compartía ni si la sabía- una enmienda constitucional.
A.C. ¿Para qué? ¿A quién se la presenta?
S.S. Al Congreso. Una enmienda para llamar a un plebiscito que consista en que si él gana, renuncia el Congreso, y si pierde, renuncia el presidente.
A.C. Pero eso lo perdería, probablemente.
S.S. Lo iba a perder. Pero iba a salir por voto popular y la víctima iba a ser él, que es lo que quería.
A.C. Tú crees que eso quería, salir solo.
S.S. Él quería que esta cuestión saliera limpiamente a través suyo y no de una masacre. De la idea del plebiscito no sabemos más. No nos consta que Allende o Aylwin la hayan tenido en la cabeza. Insunza dice que nunca se escribió una palabra y que él no supo, porque si iba a decir algo, tenía que hablarlo con él. Y agrega que podría haber sido, pero no sabemos.
A.C. Hasta aquí yo pensaba que tu opinión era que no había posibilidad constitucional alguna del plebiscito.
S.S. Había solo esta. Se iba a demorar. Pero había suficiente incentivo para que la oposición la aprobara.
A.C. Para unos 60 días.
S.S. Claro. Con la zanahoria de que Allende iba a perder el plebiscito.
A.C. Habría sido una campaña durísima.
S.S. Pero habrían tenido que hacerse cargo las Fuerzas Armadas, para dar garantías. Estaba también, como salida institucional, que renunciara todo el Parlamento y que como gesto lo hiciera también Allende, voluntariamente. Era otra salida. La cuestión es que Allende tomó todas estas decisiones, muchas.
A.C. La que no toma es romper la Unidad Popular.
S.S. Posiblemente ese fin de semana, después del discurso de Altamirano, estaba dispuesto.
A.C. De acuerdo.
S.S. Es que, cuando hablábamos de la historia corta, aquí se trata de minutos. Nada era bueno, ni nada era posiblemente sin violencia, pero abría todas estas posibilidades. Son minutos que tuvieron que ver con la vida de, por lo menos, 3.500 chilenos.
A.C. Imagino que leíste la conversación de Gabriel Salazar con Altamirano. El exlíder del PS dice una cosa muy rara, muy impropia de él: que ha estado leyendo de psicoanálisis, y ha descubierto que Freud dice que los seres humanos tienen un impulso erótico y un impulso tanático. Altamirano tiene claro por dónde iba el impulso erótico de Allende, por dónde se canalizaba, y dice que el impulso que lo domina en La Moneda el día 11 es el de muerte.
S.S. Estoy en desacuerdo.
A.C. Dice que Allende tiene asumido una especie de destino fatal, como en la tragedia. Claro que nunca menciona las negativas que le van dando sus partidos hasta el último día. Su conclusión es que Allende buscaba este final trágico.
S.S. Sí, pero no por Tánatos, más bien por Eros. A mí me impresiona la franqueza tan poco melodramática de Allende cuando les dice a varios que se va a pegar un tiro. Dice: “No tengo carne de mártir, me encanta la vida, me encantan las cosas de este mundo. Me gusta comer bien, me gustan las mujeres, ¿cómo me voy a ir como un pinche exiliado latinoamericano más?”. Tenía toda la razón.
A.C. Y tampoco iba a pasar a la clandestinidad.
S.S. Me maravilla cómo se conoce a sí mismo.
A.C. Es verdad, no oculta esos placeres.
S.S. Ahí vuelvo a su tronco republicano, obviamente a la figura de Balmaceda, su apreciación por Balmaceda.
A.C. Se refiere mucho a esa historia...
S.S. Mucho. Allende era frívolo en muchas cosas, su estilo presidencial personal fue disruptivo y no muy republicano, pero era una persona que le había dedicado la vida a la política. Por eso vuelvo al tronco permanente. Hay una perfecta continuidad en todo este trayecto en el que dice: “No voy a sacrificar mi alianza, me voy a sacrificar yo, voy a salir yo”. Si hubiera sido el plebiscito, sale él. Y si es un golpe…
A.C. Ese es el problema.
S.S. Pero significa que él moría. Pocos han sabido morir mejor que Allende. En eso fue tan coherente consigo mismo. Y cuando dice: “Tengo 65 años, he sido muy feliz, no voy a cambiar mi vida...”.
A.C. Es un balance.
S.S. Y además voy a morir como un republicano, defendiendo la Constitución. Parece sin sentido, pero no lo es. Por eso el paralelo de Allende y Aylwin es tan interesante, porque los dos están buscando que todo fuera constitucional. Lo que no calibran son los tiempos, como nadie lo hizo. Si Aylwin está el 10 cavilando sobre la inhabilidad del artículo constitucional… ¡En qué mundo estaban!
A.C. Tampoco calibraron el grado de destrucción institucional, aunque hay varios que advierten, como Prats, que un golpe será muy cruento.
S.S. Alfredo Sepúlveda (La Unidad Popular. Los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo) calcula 11 intentos de golpe en el periodo. Los golpistas de derecha lo hicieron bastante mal en relación a las Fuerzas Armadas. Pero creo que para todos, el golpe sería más blando de lo que fue. Ni Allende tenía la capacidad de imaginárselo.
A.C. Y entonces, ¿qué piensas del final de Allende?
S.S. Todo lo que he dicho es que era evitable.
A.C. Pero una vez que se llega a la sublevación de las Fuerzas Armadas, a las nueve de la mañana, cuando está claro que está solo, que pueden bombardear, que los partidos de la UP no se hacen presentes, ¿es inevitable que se mate?
S.S. Lo sabe Allende. Aun si llegan todos los partidos, creo que lo tenía decidido. Pero son conjeturas.
A.C. Sigo pensando en Altamirano, que se quiere desvincular un poco de su papel histórico, porque dice que el famoso discurso del 9 no lo escribió él, sino Adonis Sepúlveda y él lo tuvo que leer.
S.S. Lo leyó igual. Tiene doble responsabilidad. Porque tras su tan adecuado discurso aceleró el golpe. Ahí el propio Allende dijo: “Esto es el final”. Altamirano no entiende cómo lo están escuchando los militares o quizás quería que lo escucharan tal cual como lo hicieron. Como amenaza total. Pero nadie es directamente culpable del suicidio de Allende. Es la forma en que iba a terminar su vida. Hasta ese momento, Allende tomó decisiones. No sabemos si correctas, pero las tomó.
A.C. No se puede decir que estuviera paralizado.
S.S. No estaba paralizado. Insisto en que tomó muchas decisiones. Ninguna logró ser un mal menor. ¿Cómo explicamos la violencia del periodo? Sabemos que la violencia se fue construyendo, no explotó. Me parece que sabemos cuán cruel y horrorosa fue, sabemos qué pasó. Pero, por razones muy justificadas, la discusión ha estado más cargada a su condena que a su análisis. No se necesitaba ese nivel de violencia, a no ser que las Fuerzas Armadas pensaran que el poder popular era tan fuerte y que estaba tan bien armado que se iba a transformar en terrorismo permanente. La Policía de Investigaciones tenía que conocer la realidad de esa fuerza, Carabineros tenía que saber. Son puros actores actuando con dos metros de visibilidad.
A.C. ¿Tu conclusión?
S.S. El sentido de la política. La UP nos muestra que los espacios que deja la política son los que se toma la violencia. Eso no lo aprendimos lo suficiente, a juzgar por los hechos de octubre del 2019 y la justificación de la violencia.
A.C. Y con el entusiasmo de derribar al presidente y el Palacio de Invierno…
S.S. Entonces, quizás no hemos aprendido lo suficiente del 11 de septiembre. Pero no es así. Nunca habíamos votado tanto en la historia de Chile como en estos años.
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