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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es un hasta luego, no un adiós

Porque Giorgio Jackson es para Gabriel Boric lo que Alfonso Guerra fuera para Felipe González: el estratega, el calculador, el organizador, el incondicional, la voz de la sospecha, el encargado de las labores ingratas

Gabriel Boric Font y Giorgio Jackson Drago
Gabriel Boric Font y Giorgio Jackson durante un recorrido de evaluación de daños en Manresa, Chile, en 2023.ANDRÉS PÉREZ CUENCA (MIDESOF)

Este viernes finalmente se consumó. Giorgio Jackson, el compañero de ruta del presidente Gabriel Boric, finalmente renunció de manera indeclinable a su condición de ministro de Desarrollo Social. Lo hizo en respuesta a la ofensiva inmisericorde de la oposición –y de algunos congresistas oficialistas—que le acusan de ser el cerebro detrás de los casos de corrupción que han afectado al partido Revolución Democrática, formado por Jackson en 2012 en plena efervescencia del movimiento estudiantil que puso en jaque el escenario político chileno.

¿Por qué es importante su salida? Porque Giorgio Jackson es para Gabriel Boric lo que Alfonso Guerra fuera para Felipe González: el estratega, el calculador, el organizador, el incondicional, la voz de la sospecha, el encargado de las labores ingratas. No estoy en condiciones de afirmar si Felipe hubiese llegado a La Moncloa sin Alfonso; pero sí estoy seguro que Gabriel no habría llegado a La Moneda sin Giorgio.

Sus trayectorias son parecidas, pero no idénticas. Ambos se educaron en colegios privados de élite, pero Boric en Punta Arenas y Jackson en Santiago. El primero estudió Derecho, aunque su verdadera vocación es la poesía; el segundo estudió ingeniería, y su verdadera vocación es… la ingeniería política. Uno en la Universidad de Chile, el templo del laicismo; el otro en la prestigiosa Universidad Católica. Ambos llegaron a ser presidentes de sus respectivas federaciones estudiantiles, y desde ahí, junto a Camila Vallejo, idearon y encabezaron las protestas estudiantiles de 2011. Su actuación cambió para siempre el clima cultural del país, potenciando las demandas feministas, ecologistas, territoriales, indigenistas y antineoliberales.

En una decisión que sería clave, los tres, Boric, Jackson y Vallejo, decidieron incorporarse a la política institucional, en lugar de quedarse en los márgenes de la sociedad civil. Cumplieron con todos los ritos de rigor, lo que incluyó comerse algunos sapos y culebras. Los dos primeros crearon sus propios partidos, mientras Vallejo se mantuvo en el PC. Los tres postularon a la Cámara de Diputados, y fueron elegidos con amplias mayorías, aunque en el caso de Jackson con el apoyo de la vieja Concertación. El partido de Jackson, RD, incluso participó en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet, del que se retiró, sin embargo, cuando las cosas empezaron a ir mal y llegó la hora de perfila su propia alternativa. En cuanto a Boric, siguió creando partido, aunque perseguido por la fragmentación tan propia de la nueva izquierda.

El estallido social de octubre de 2019, que en realidad no fue organizado por nadie, a primera vista pareció tener una línea de continuidad con las protestas estudiantiles de 2011. Esto puso al trío en cuestión en el centro de la escena, más cuando Boric se transformó –con el apoyo de Jackson—en el factótum del acuerdo del 15 de noviembre de 2019, que salvó a la democracia chilena (y de paso al presidente Piñera) abriendo paso al proceso constitucional, que aún no termina.

La candidatura presidencial de Boric en 2021 pareció inicialmente una humorada juvenil, toda vez que en la primaria tenía que lidiar con el popular alcalde comunista Daniel Jadue, respaldado por Vallejo. Pero haciendo gala de un pragmatismo impropio de la izquierda juveniles, Boric lo derrotó y ganó luego la presidencial. ¿Quién estuvo detrás de esta hazaña? Jackson.

A la hora de formar Gobierno la gran pregunta que rondaba en los círculos políticos era cual sería el rol de Jackson, quien había renunciado a su reelección de diputado para colaborar con su compañero presidente, como lo llama en su reciente carta renuncia. En lugar de ocupar la cartera de Interior, que es la más vistosa y a la vez la más arriesgada, tomó la Secretaría General de la Presidencia, que desde La Moneda se encarga de la coordinación interministerial y de la relación con el Congreso. Era la posición perfecta, se pensó, para el gran ingeniero, quien haría dupla con el presidente en el Comité Político.

La pasada de Jackson por ese puesto se transformó, sin embargo, en un infierno. Sus antiguos colegas en Valparaíso, donde está la sede del Congreso, le aplicaron la ley del hielo, en parte por cuitas acumuladas desde cuando ejerció como parlamentario, y en parte por acusaciones de altanería. Fue transversal: desde la oposición y el oficialismo. Se le acusó, luego, de no ejercer ningún liderazgo sobre el proceso constitucional. Esto culminó en el abrumador rechazo de la propuesta de la Convención, que el Gobierno finalmente –pese a sus reparos- había hecho suya. A todo esto, se sumaron una serie de declaraciones desafortunadas, en especial una en la que señaló que “nuestra escala de valores dista de la generación que nos antecedió”, lo que se leyó como un gesto de superioridad moral y una declaración de guerra hacia muchos de sus socios de Gobierno, que provienen precisamente de esa generación.

En una decisión difícil, pero con el ánimo de dar una señal que había escuchado la voz del rechazo a la propuesta constitucional, Boric sacó a su compañero de luchas de La Moneda y del Comité Político, y lo instaló en el Ministerio de Desarrollo Social. Ahí, se pensó, en un puesto técnico orientado a combatir la pobreza y promover un sistema de cuidados, podría reconstruir su figura. Pero no resultó. De partida no brilló como ministro, como sí lo hicieran algunos antecesores en gobiernos anteriores, como Joaquín Lavín y Sebastián Sichel. En seguida estalló el escándalo de los convenios, en el cual se vio envuelto el partido creado por Jackson, RD, acusado de crear fundaciones con el objeto de recibir recursos desde organismos públicos controlados por militantes del mismo partido para funciones no bien especificadas. Y como si esto fuera poco, días después se produjo un cinematográfico robo en las oficinas del ministerio de Jackson, desde donde sustrajeron computadores y una caja fuerte, lo que despertó todo tipo de especulaciones, que fueron aprovechadas cruelmente por la oposición para lapidar al ministro.

Con el alza del Partido Republicano, en la derecha chilena se ha abierto una temporada de caza hacia quienes no den suficientes muestras de beligerancia hacia el Gobierno o insinúen una voluntad de acuerdos. En su seno brotó entonces un grito unánime: “Mientras siga Jackson no nos juntamos en la misma mesa con el Gobierno”. Lo dijeron y cumplieron. Esto puso a la Administración en una situación imposible dado que carece de mayorías en el Congreso y está comprometido a sacar adelante importantes reformas. El presidente Boric resistió lo que pudo, pero finalmente tuvo que rendirse y dejar partir a su compañero y ministro. Otra cosa era poner al Gobierno en pausa.

En su carta de renuncia Jackson insiste en su inocencia y acusa haber sido objeto de “mentiras, injurias y calumnias”, anunciado que se defendería ahora de ellas en tanto ciudadano. Pero, al mismo tiempo, acepta hidalgamente su condición de chivo expiatorio. “Doy un paso al costado tras constatar que mi presencia en el Gabinete ha sido ocupada por la oposición política como una excusa para no avanzar en los acuerdos que Chile demanda y en los acuerdos que Chile requiere”. Ahora, agrega, “ya no hay más excusas” para que no sentarse en la mesa. Ojalá así sea, porque si no se restablece un clima político de acuerdos entre Gobierno y oposición, que ha de materializarse en avances seguridad, pensiones y pacto tributario, lo más probable que en el nuevo plebiscito de salida, previsto para diciembre, se rechace otra vez la propuesta de nueva Constitución, escrita esta vez por un organismo dominado por la derecha. Si tal cosa ocurre, Chile podría entrar en una espiral de inestabilidad impredecible.

Alfonso Guerra salió del Gobierno en 1991 envuelto en un escándalo de corrupción en el que no estaba involucrado. Lo mismo Jackson. La diferencia está en que aquel partió señalando tener discrepancias con Felipe, mientras el segundo lo hace declarando su “compromiso y lealtad” con Boric y su proyecto. Ninguno de los dos llega aún a los 40 años, por lo que es de presumir que les esperan muchas aventuras juntos. Es un hasta luego, no un adiós, para decirlo con Arjona.

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