Terrores madrileños

El cine nos recuerda que el horror puede habitar entre nosotros

Fotograma de la película 'Malasaña 32'

Una vez fui de excursión a la calle Luis Marín, donde acaba el Puente y empieza la Villa de Vallecas. Hay allí edificios normales y corrientes, de ese ladrillo visto que abunda por los sures madrileños, pero aun así se percibe cierta sensación de miedo barrial, de terror cotidiano, y eso que hay sitios con nombres tronchantes, como el bar Los Cuñaos.

Fue en esta calle periférica donde tuvo lugar el célebre Caso Vallecas en 1992, recuperado para la fama contemporánea por la película Verónica, d...

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Una vez fui de excursión a la calle Luis Marín, donde acaba el Puente y empieza la Villa de Vallecas. Hay allí edificios normales y corrientes, de ese ladrillo visto que abunda por los sures madrileños, pero aun así se percibe cierta sensación de miedo barrial, de terror cotidiano, y eso que hay sitios con nombres tronchantes, como el bar Los Cuñaos.

Fue en esta calle periférica donde tuvo lugar el célebre Caso Vallecas en 1992, recuperado para la fama contemporánea por la película Verónica, de Paco Plaza. Aquel supuesto suceso paranormal fue incluso recogido por los informes policiales y acabó con la terrible muerte de una niña, Estefanía, en extrañas circunstancias. A su investigación se dedicó hasta el improbable parapsicólogo Tristanbraker, que más recientemente tuve la oportunidad de entrevistar para este periódico, con su porte de dandy decadente y su metralleta de plástico cazafantasmas. Una mezcla muy celtibérica de tragedia y esperpento. Hace no tantos años no estaba tan claro que los fantasmas no existen.

Ahora vuelve el terror madrileño, en este caso a la calle Manuela Malasaña 32, que da nombre a la reciente película de Albert Pintó. Si ustedes buscan la finca, encontrarán el primer misterio: no existe, la calle no es tan larga. En realidad, el terrorífico edificio está en el mismo barrio, más al sur, en la calle San Bernardino: el edificio Montano, una antigua fábrica de pianos que se utiliza con frecuencia para rodajes.

La película abusa de los sustos prefabricados y toma referencia de buena parte del cine de terror clásico, de Poltergeist a La semilla del Diablo. Su particularidad y mayor interés radica en que, precisamente, transcurre en el Madrid de los años 70 y refleja una historia del Éxodo Rural de las que cambiaron la faz de la ciudad: una familia que viene del pueblo, él a trabajar en la fábrica de Pegaso y ella a Galerías Preciados. Se mudan a Malasaña, aunque lo normal es que se fueran a los barrios obreros, a Vallecas, a Carabanchel, a Orcasitas. También es extraño que no se haga referencia a la Transición política, aunque más extraños son los sucesos paranormales que tienen lugar en ese piso, y que viene a paliar una Concha Velasco que en este caso hace médium salvadora. El punto contemporáneo lo pone una moraleja trans.

Hay mucho miedo castizo en Madrid, los fantasmas del Palacio de Linares, de la casa de las Siete Chimeneas o Ataulfo, que mora las noches del museo Reina Sofía. Así que el horror no solo habita en antiguos caserones en los páramos, moteles de carretera o manicomios abandonados, sino también entre nosotros. Los fantasmas, los monstruos, los espíritus, los psicópatas también están en las calles, en los cupcakes, en las galerías de arte, en los despachos del Ayuntamiento, en algunas discotecas, en los rascacielos o en las oficinas de los fondos de inversión.

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