“Algunos chicos cantautores son unos ‘moñas’ integrales”

La segoviana Esther Zecco, de 33 años, ha convertido el café Libertad 8 en su segunda casa y las calles de Madrid le han servido de inspiración para componer su nuevo disco

La cantautora segoviana, Esther Zecco, posa en el interior del café Libertad 8, en Madrid.INMA FLORES

Esther Zecco (Segovia, 33 años) conoce bien el valor de la perseverancia. Cuando llegó a Madrid en su primera juventud, cargada con guitarra, canciones y los apuntes para estudiar Trabajo Social, comprendió que solo se haría un hueco en el circuito de cantautores si se colaba en la programación del Libertad 8, el templo por excelencia para el gremio. Y como Julián Herraiz, dueño e ideólogo del local, nunca fue hombre fácil de persuadir, Esther decidió atacarle por el flanco más débil, el balompédico. "Ni me interesa...

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Esther Zecco (Segovia, 33 años) conoce bien el valor de la perseverancia. Cuando llegó a Madrid en su primera juventud, cargada con guitarra, canciones y los apuntes para estudiar Trabajo Social, comprendió que solo se haría un hueco en el circuito de cantautores si se colaba en la programación del Libertad 8, el templo por excelencia para el gremio. Y como Julián Herraiz, dueño e ideólogo del local, nunca fue hombre fácil de persuadir, Esther decidió atacarle por el flanco más débil, el balompédico. "Ni me interesa el fútbol ni sabía una sola palabra, pero me aprendí el nombre de todos los jugadores del Atlético, las tácticas, los entrenadores, hasta la dichosa regla del fuera de juego. Y al séptimo año, ¡al séptimo!, me dejó cantar".

Lo relata la propia interesada, entre cervezas y risas, en ese mismo angosto rincón para trovadores que se ha convertido en su segunda casa, y en el que hace mucho que perdió la cuenta de las noches que la hemos oído cantar. Por las mañanas, Esther ha regresado a su Segovia originaria para arrimar el hombro en la asociación de ayuda al refugiado para la que trabaja: escucha, consuela y asesora a sirios, hondureños o venezolanos, y ha aprendido hasta la duración del "ciclo del llanto"; ese que brota, incontenible, ante historias de pueblos en llamas o padres muertos a balazos. Pero de noche las calles y los escenarios vuelven a ser suyos y de su cancionero cotidiano y sentimental, del que el disco Acercarse al borde es el ejemplo más reciente. Y basta escuchar su tema inaugural, Noche de gatos, para comprender que las calles matritenses son su inspiración.

Cuentan que le robó a su hermano la guitarra que le habían traído a él los Reyes. ¿Es eso cierto?

Me temo que sí. Era para Javi, el segundo de los cuatro hermanos, pero con 12 años nunca estás conforme con tus regalos y anhelas los de los demás. Él es el tímido y talentoso, y ahora ha debutado con dos canciones firmadas como Javier Brenan. Yo, en cambio, soy la jeta de la familia.

Por timbre, serenidad o poética, no la imaginaríamos así.

Pues soy bastante caradura. En estas cosas del arte, o le echas arrestos o no te comes un rosco.

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¿Más aún, incluso ahora, siendo mujer?

Sin duda. Parece existir una mayor sensibilidad al respecto, pero en la práctica seguimos siendo las eternas coristas. Entre los músicos masculinos existe camaradería; hacia mí noto más bien condescendencia. Sigo escuchando frases como "para ser mujer, tocas bastante bien la guitarra".

¿Y no acabará de madurar la sociedad al respecto?

Tengo mis dudas. El ego es masculino, totalmente, y ahí radica el problema. Funciona aún eso de a ver quién la tiene más grande. Aunque suene grosero, lo siento. Y a las mujeres se nos continúa exigiendo una presencia física añadida. Es increíble, pero percibo una desventaja brutal.

También hay grandes cantautores masculinos, eso sí.

Sin duda. Pero le digo una cosa: si cantase algunas canciones de mis compañeros, me tacharían de ñoña. Y a ellos no, pese a que son unos moñas integrales. Yo cuido tanto las letras que a veces me tiro dos años con una misma canción. Este oficio se parece al de trabajar el barro.

¿Encuentra consuelo en sus propias canciones?

Procuro aliviar vidas con mi trabajo de cara a los inmigrantes, pero también curar y curarme con mis estrofas. Me encantaría servir como banda sonora para vidas ajenas, hacer bueno ese verso que le escuché a Fabián: "Qué canción me salvará mañana".

Parece una pretensión bella, pero ambiciosa.

Me he acostumbrado a escribir y publicar sin ninguna expectativa. Lo mejor de esta vida es no esperar nada, entre otras cosas porque la espera sirve siempre como antesala de la insatisfacción.

¿Por qué seguir escribiendo, entonces?

Porque creo que se me da bien. Las canciones quedan para siempre. He escuchado discos de Neil Young muchos años después de que los publicara y me han salvado el pellejo, aunque él no lo sepa. Pero sé que con mis álbumes no va a pasar nada.

¿Pesimismo?

Realismo. No podemos creernos geniales. Eso se lo dejamos a los Beatles, Camarón y cuatro más. Me conformo con seguir asombrándome con las cosas increíbles que ofrece la cotidianidad, con saber mirar alrededor. Intento poner palabras a cosas que todos hemos pensado alguna vez.

¿Hace mucho que no llora?

Una semana o así. Fue un momento de ansiedad: me quedé sin respiración y me dio por llorar. Pero el llanto es muy sano.

¿Le gustaría que le cantaran en su boda?

Sí. It ain't me, babe, la de Dylan. Escuchar justo entonces eso de "no soy yo a quien estabas buscando" sería una ironía muy divertida, ¿verdad?

Un apellido inventado

No la busquen en los buzones. El apellido Zecco no existe, y su creadora advierte de que el periodista necesitaría “muchas cervezas” para averiguar el real. Pero en la invención radica la magia de las vidas artísticas. Cuando iba a afrontar su debut madrileño, Esther llamó a la Guía del Ocio para sugerir que publicasen una reseña. “¿Pero cómo se llama usted?”, le preguntaron. “Esther, sin más”, respondió. El titular terminó siendo: “Primer concierto de Esther Sin Más en Madrid”. Ese mismo día comprendió que necesitaba un apellido artístico. Pero no se vuelvan locos: zecco no significa nada. Es una derivación de “zecca”, una infrecuente palabra italiana que Esther escuchó en Florencia.

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