análisis

El precio de la unilateralidad

Mariano Rajoy ha justificado, por fin, la razón de su inmovilismo en el proceso de paz de Euskadi. Lo ha hecho, además, con el argumento más hiriente que pudieran escuchar quienes aún siguen confiando en que el presidente del Gobierno central mueva pieza en un tablero que se ha complicado demasiado en los últimos días. Ha venido a decir que el problema no es suyo, que quien debe dar el paso es ETA. Nunca hasta ahora se había visualizado tan diáfano cuál es el precio de la unilateralidad.

El final ordenado de la violencia, o si se quiere el punto de partida de la paz y la convivencia, ha...

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Mariano Rajoy ha justificado, por fin, la razón de su inmovilismo en el proceso de paz de Euskadi. Lo ha hecho, además, con el argumento más hiriente que pudieran escuchar quienes aún siguen confiando en que el presidente del Gobierno central mueva pieza en un tablero que se ha complicado demasiado en los últimos días. Ha venido a decir que el problema no es suyo, que quien debe dar el paso es ETA. Nunca hasta ahora se había visualizado tan diáfano cuál es el precio de la unilateralidad.

El final ordenado de la violencia, o si se quiere el punto de partida de la paz y la convivencia, han pasado de puntillas por el Congreso. Peor aún: sin un tratamiento siquiera mínimo y preventivo. En realidad, toda una bofetada al empeño de aproximar voluntades en un escenario que, sin duda, corre el fundado riesgo de pudrirse, alentado sobre todo por un creciente desinterés social al que contribuyen sobremanera escenificaciones como el tímido arranque del desarme o la inaudita presencia de unos verificadores ante el juez.

Cabe pensar que, consciente de su derrota, de la oportunidad perdida antes de la bomba asesina de la T-4, ETA debió asumir antes de octubre de 2011 cuál podría ser el precio de la decisión unilateral de su estrategia. Debía suponer que no habría nadie al otro lado del teléfono ni de la mesa. Sin embargo, por si acaso albergara la esperanza de que es posible el diálogo mientras dilata su desarme, Rajoy terció rotundo: no se siente concernido por el gesto. Es decir, la renuncia a las armas no será compensada. Y precisamente así es como se agrieta más de una esperanza, especialmente la del lehendakari, Iñigo Urkullu, comprometido en la búsqueda de un acuerdo pero con un método bien diferente al que maneja el presidente del Gobierno central.

Por todo ello, ante pronunciamientos tan rotundos, sin márgenes, ETA y su entorno ya  conocen que están abocados a una solución que detestan, pero que no hay otra. De su voluntad de entender el mensaje tan expresivo como exigente depende el desenlace. Vaya, como siempre, aunque ahora ya se sabe el drástico alcance del manido inmovilismo.

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