'Macrobotellón' universitario

Miles de estudiantes dan la bienvenida a los exámenes con una fiesta en el puerto de Valencia. El Ayuntamiento insiste en que es un “evento musical”

La consigna principal era “hasta que el cuerpo aguante”. El objetivo más repetido, “beber y ligar”. Esas eran las dos coordenadas sobre las que se balanceaba la jornada de los miles de jóvenes que celebraron ayer las populares paellas universitarias. Una fiesta que despide la “primavera estudiantil” antes de los exámenes y que lleva dos años celebrándose en un solar de la empresa Adif en el puerto de Valencia. Bautizado como Life Spring, el acto se desarrolló desde las 12 del mediodía hasta las 10 de la noche dentro del recinto. El Ayuntamiento aseguró que se trataba de un “evento musical” pri...

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La consigna principal era “hasta que el cuerpo aguante”. El objetivo más repetido, “beber y ligar”. Esas eran las dos coordenadas sobre las que se balanceaba la jornada de los miles de jóvenes que celebraron ayer las populares paellas universitarias. Una fiesta que despide la “primavera estudiantil” antes de los exámenes y que lleva dos años celebrándose en un solar de la empresa Adif en el puerto de Valencia. Bautizado como Life Spring, el acto se desarrolló desde las 12 del mediodía hasta las 10 de la noche dentro del recinto. El Ayuntamiento aseguró que se trataba de un “evento musical” privado, pero envió varias dotaciones extra de policía y reclamó a los participantes que no causaran molestias en los alrededores.

El ritmo de la jornada transcurrió bajo una dinámica constante. A medida que avanzaba la mañana, grupos de jóvenes quedaban en los supermercados de la zona para aprovisionarse de alcohol y dirigirse a la fiesta. En el camino, muchos aprovechaban alguna sombra para empezar a beber y traspasar a recipientes de plástico todo el cargamento, ya que introducir botellas de cristal no estaba permitido. “Con cinco euros cada uno hemos comprado dos litros de ron, cuatro de Coca-Cola y comida para llenar algo el estómago”, explicaba un grupo de seis estudiantes de Ingeniería Industrial en la avenida de Blasco Ibáñez.

Cerca de 30 vigilantes controlan que no se pasen botellas de cristal

Hacia las dos de la tarde, el termómetro marcaba 25 grados. La gente, que se iba reuniendo en las aceras de fuera del solar, se distinguía por camisetas de diferentes colores con lemas de cada centro educativo. “¿Tienes un momento para aplicar mi resultante?” o “¿Entiendes de electricidad? Pues dime si este cuerpo es corriente”, señalaba la de un grupo de universitarios que reconocía despedirse con este botellón de más fiesta hasta después de los parciales de este cuatrimestre.

Antes de entrar, una caseta vendía entradas por 12 euros sin derecho a la lata de cerveza, al plato de paella y al chupito de alcohol incluidos en las compradas con anterioridad, que estaban entre los 10 y los 15 euros. “Llevamos desde las diez y media, y lo que nos queda”, afirmaba Román Vinozar, uno de los encargados de entregar las cervezas. A su lado, en tres casetas se servía la paella y se vendían hielo, copas o raciones de comida rápida.

En el espacio central, cientos de asistentes cercaban las bolsas, cubos o neveras con la mezcla de alcohol. Entre las más destacadas, grandes provisiones de sangría y calimocho. “Nosotros vamos a cerveza y güisqui”, demostraba un grupo de estudiantes de Arquitectura mientras señalaban una nevera construida artesanalmente con madera “de mueble”, espuma y dos barriles. “Queremos conocer a gente de la universidad y pasarlo bien”, decían al unísono. A su lado, un chico cantaba Seré tu amante bandido, de Miguel Bosé, en el karaoke dispuesto para el acto: “Esto es solo hasta las cuatro”, decía Agustín Pardo, encargado del negocio.

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Otros preferían resguardarse bajo la carpa instalada para la música electrónica. Al fondo, el escenario principal vomitaba a través de varios altavoces Thriller, de Michael Jackson. “Tenemos que poner de todo: música comercial, latina y, sobre todo, pop-rock español”, indicaba Noé Juárez, uno de los cuatro pinchadiscos que se turnaban a lo largo del día. En una banda, cerca de 40 cabinas dispuestas en fila servían de urinario. Cada pocos metros, personal sanitario vigilaba a la concurrencia: “Aquí atendemos en la ambulancia”, explicaba una pareja a la entrada. Además, otros dos vehículos y un hospital de campaña completaban el dispositivo.

Antes del acto, los vecinos enviaron una carta al Ayuntamiento para que cuidase el entorno. “Aquí la gente hace sus necesidades sin control y luego tenemos basura hasta tres días”, recordaba Jesús Vicente Andrés, presidente de la asociación de vecinos de Grau-Port.

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