Opinión

La buena imagen

La huelga general dará una buena imagen de España si es un éxito, porque querrá decir que el país no claudica

“La guerra económica mundial, declarada a finales de los años setenta, por el neoliberalismo tatcheriano y reaganiano, ha consistido en cortocircuitar a los órganos públicos ganándolos por velocidad, a partir del poder financiero”. Esta descripción de la batalla que ha puesto en crisis al modelo europeo de posguerra es del filósofo Bernard Stiegler. Entre los objetivos que abatir figuraron desde el primer momento los sindicatos. La reforma laboral ha venido acompañada de una estrategia para debilitarlos. Primero, el PP y la patronal jugaron con ellos, alargando unas negociaciones que no tenían...

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“La guerra económica mundial, declarada a finales de los años setenta, por el neoliberalismo tatcheriano y reaganiano, ha consistido en cortocircuitar a los órganos públicos ganándolos por velocidad, a partir del poder financiero”. Esta descripción de la batalla que ha puesto en crisis al modelo europeo de posguerra es del filósofo Bernard Stiegler. Entre los objetivos que abatir figuraron desde el primer momento los sindicatos. La reforma laboral ha venido acompañada de una estrategia para debilitarlos. Primero, el PP y la patronal jugaron con ellos, alargando unas negociaciones que no tenían otro objetivo que esperar la llegada de la derecha al Gobierno, porque los empresarios sabían que Rajoy sería manifiestamente parcial a favor suyo a la hora de imponer por decreto lo que los sindicatos no aceptaron en la mesa de negociación y mucho más. Después, con dos ejercicios a cual más obsceno: la utilización de los parados como argumento para descalificar a los sindicatos en cuanto presuntos representantes de los que tienen trabajo; la presentación de los sindicatos como un grupo de parásitos que bloquean el desarrollo económico. No tengo ninguna duda de que en la relación entre poder político y poder sindical se han dado situaciones ventajistas, en forma de privilegios laborales y recursos económicos no siempre justificables, y es cierto que se ha desarrollado un espacio oscuro que ha generado dudas sobre la real independencia de los sindicatos, pero la necesidad de acabar con ciertos vicios corporativistas no descalifica a los sindicatos para la huelga.

La reforma laboral coloca a los sindicatos en una posición que no les ofrece otra salida que dar la batalla. La reforma laboral es el recorte de derechos de los trabajadores más grande que se ha hecho hasta ahora, derechos de los que tienen trabajo y derechos de los que no tienen pero aspiran a tenerlo: digno y no precario. Por eso es obsceno que todavía ayer De Cospedal siguiera insistiendo: “La reforma gusta mucho a los que no tienen empleo”. Además del indecente intento de enfrentar a trabajadores parados con trabajadores empleados, pretende hacer cómplices a los primeros de una reforma destinada pura y simplemente a regular el mercado de trabajo a la baja. La propia De Cospedal lo dice con toda claridad: “Los españoles tienen que trabajar más”. Yo había entendido que la verdadera competitividad era trabajar mejor, ahora resulta que es trabajar más horas. Y más barato.

La reforma laboral es el recorte de derechos de los trabajadores más grande que se ha hecho hasta ahora

Los sindicatos no pueden dejar sin respuesta una reforma laboral que atenta contra derechos protegidos por la Constitución española. El Gobierno argumenta con falsedades y especula con el miedo. Es falso decir que la reforma laboral coloca a España al nivel de los países europeos más avanzados. Ni hay un modelo laboral único en Europa (entre el modelo inglés y el francés o el alemán hay un abismo), ni en muchos países europeos, empezando por la vecina Francia, serían admisibles unos recortes en derechos que se imponen a los españoles, pero a otros no. No hay nada que demuestre que la reforma laboral es a medio plazo —a corto, ni el propio Gobierno se atreve a decirlo— generadora de empleo. Si una ley hace más fácil despedir, en primer lugar se usa para despedir. Y una persona, una vez despedida, está en el paro, y nada le garantiza salir de él.

Para erosionar a los sindicatos, el Gobierno cuenta con la misma arma que está utilizando para legitimar su política de austeridad salvaje: el miedo. La gente está asustada porque no ve futuro y porque no ve alternativa. Así se explica que el 63% de los ciudadanos desaprueben la reforma y que el 67% discrepen de la huelga general porque no servirá para nada. Y aquí aparece la responsabilidad de la izquierda que ha dejado a la sociedad sin horizonte alternativo. Las cosas van mal —muy mal, insisten desde el Gobierno en su estrategia aterrorizadora— y no hay otra política posible. Ningún dirigente político tiene coraje para proponerla, ¿de qué va a servir la huelga general? Dará una mala imagen de España, dice el Gobierno. Más bien dará una buena imagen si es un éxito, porque querrá decir que el país no claudica, salvo para los que creen que defender el modelo social europeo es negativo.

Los sindicatos no tienen otra escapatoria que llevar la lucha contra la reforma laboral lo más lejos posible. Necesitan, eso sí, medir bien los tiempos y las fuerzas. En una sociedad asustada, el que se mueve es sospechoso. Y necesitan modular los instrumentos. No todo es huelga.

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