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El periodista y el juez: amenazar a un tribunal

José Precedo no había sugerido que revelaría el nombre de la fuente inicial. Dijo lo contrario: que no lo haría

El verbo “amenazar” y el sustantivo “amenaza” se profieren a menudo con la intención de parar los pies a quien avisa de algo: ¿Me está usted amenazando? Esa acusación asusta, sobre todo cuando quien había hablado no pretendía conminación alguna: No, por supuesto que yo no pretendía amenazarle, señor. Cómo voy a hacerlo si puede constituir un delito recogido en el artículo 169 y siguientes del Código Penal.

La amenaza, según el...

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El verbo “amenazar” y el sustantivo “amenaza” se profieren a menudo con la intención de parar los pies a quien avisa de algo: ¿Me está usted amenazando? Esa acusación asusta, sobre todo cuando quien había hablado no pretendía conminación alguna: No, por supuesto que yo no pretendía amenazarle, señor. Cómo voy a hacerlo si puede constituir un delito recogido en el artículo 169 y siguientes del Código Penal.

La amenaza, según el Diccionario panhispánico del español jurídico, es el anuncio dirigido a otro acerca de un mal con entidad suficiente para infundirle temor. Un mal que el propio autor de la intimidación puede causar.

De acuerdo. Entonces, ¿qué podía temer Andrés Martínez Arrieta, el presidente del tribunal que juzga al fiscal Álvaro García Ortiz, al escuchar la declaración como testigo del periodista José Precedo, de elDiario.es?

Veamos el diálogo en ese punto:

Precedo: “Y aquí tengo un dilema moral bastante gordo, que tenemos todos los periodistas muchas veces. Y es que yo sí sé quién es la fuente de esta historia. La sé. No la voy a decir, por secreto profesional…”.

M. Arrieta: “...Una cosa es que no la diga, y otra cosa es que nos amenace con que la sabe”.

Precedo: “No amenazo a nadie. Digo que está el dilema moral de que hay una persona a la que se pide cárcel [por revelación de secreto], que yo sé que es inocente porque conozco la fuente, pero no puedo decir mi fuente. Es un dilema moral, no es una amenaza”.

Magistrado: “Así lo entiendo”.

Para empezar, al magistrado le faltó comprensión pragmática cuando interrumpió al periodista. Este no había amenazado con nada. Se limitó a decir que sabía quién fue la fuente inicial de la información según la cual Alberto González Amador, pareja de la presidenta madrileña, había ofrecido a la Fiscalía declararse culpable, pagar una multa y eludir la cárcel. En efecto, Precedo hizo lo contrario: dijo que no iba a contarlo. Por tanto, la amenaza era incompatible con la afirmación inmediata de que, sea lo que fuere aquello que el redactor sabía, no se lo contaría a nadie; lo cual no se manifestaba a beneficio de inventario sino por el secreto profesional, algo sagrado en este oficio.

Entonces, ¿qué había en la mente del magistrado para que le surgiera el verbo “amenazar” tras escuchar al periodista? Eso no lo sabe nadie, quizás tampoco el propio juez si se trató de una reacción espontánea del subconsciente. Sí puedo contar qué habría tenido yo en la cabeza, ante una situación así: habría hablado de “amenazar” si hubiera sentido temor. Porque de eso habla el verbo “amenazar”: de infundir miedo. ¿Y qué miedo podría sentir yo, si fuera magistrado, ante la posibilidad de que un testigo contase una verdad que conoce bien? Ninguno. Pero si yo experimentara tal temor, ello tendría relación quizás con el evidente descrédito de la causa entera derivado de ese testimonio exculpatorio dicho con firmeza y conocimiento, y pensaría: “Vaya papelón, todo el tribunal aquí, los defensores, los acusadores, la Fiscalía, los periodistas, el público… y resulta que llevamos meses de instrucción y un montón de horas de juicio para nada”.

Pero la sangre no llegó al río. Precedo no reveló ni revelará la fuente, y el magistrado sacaba los pies del charco con esa frase afortunada: “Así lo entiendo”. Una forma de corregir la trayectoria que llevaba su inciso, pero también de comprender finalmente que un testigo clave estaba proclamando la inocencia del acusado.

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