La España de Franco: una, grande y muy viril
Un ensayo de Zira Box analiza el discurso político del falangismo para moldear una sociedad misógina y con atributos masculinos
El uso de las palabras no es casual. Tal vez por eso la profesora Zira Box arranca este ensayo con la cita de un editorial, recién acabada la Guerra Civil, del diario Levante, órgano de Falange valenciana: “Políticamente hay dos formas de entender la vida pública, dos maneras de estar en un pueblo, dos formas de Estado”. Por un lado...
El uso de las palabras no es casual. Tal vez por eso la profesora Zira Box arranca este ensayo con la cita de un editorial, recién acabada la Guerra Civil, del diario Levante, órgano de Falange valenciana: “Políticamente hay dos formas de entender la vida pública, dos maneras de estar en un pueblo, dos formas de Estado”. Por un lado, el clásico, sereno y masculino, y, por otro, el romántico, pasional y afeminado, nos aclara su autora. Y en esa definición se asienta la tesis de este libro, en cómo desde Falange se defiende una ideología profundamente regeneracionista, para huir de la conciencia de crisis creada tras el 98 y “recuperar España”. A partir de esa frase, Box nos explica cómo el discurso falangista sobre la nación, sobre el Estado, se centró en una serie de atributos… viriles: “la regeneradora virilidad no era solo la descripción de los atributos de una nueva nación y sus correspondientes sujetos, sino que implicaba también una actitud y una disposición de estar en el mundo”.
Lo viril, frente a lo afeminado, adjetivos que centraron el discurso político falangista los primeros años de dictadura, defensa a la que no le costó sumarse a la Iglesia, y que dejaban claro hacia qué España querían dirigirse, y de qué España querían renegar. Un discurso al que si no solo estaban llamados los españoles, también lo estaban las españolas, “no solo a través de su capacidad de reproducir biológicamente la nación, sino también porque las nuevas españolas eran sujetos de los que se esperaba una similar asunción de la virilidad” como valor de referencia en la dictadura, lo que incorporaba, claro está, su discurso misógino.
Una característica, lo viril que sirvió incluso de reclamo turístico y se reprodujo hasta la saciedad en aquellas comedias sexis celtibéricas
Una característica, lo viril que, a diferencia del resto de países europeos de nuestra órbita, sirvió incluso de reclamo turístico y se reprodujo hasta la saciedad en aquellas películas que acabaron siendo denominadas “comedia sexy celtibérica”. Un rasgo que, aunque a veces los controles más férreos permitían como escape, acabó convirtiéndonos en un país de chascarrillo a los ojos del resto de Estados. “Bajo el clamor de que España volviera a ser viril, o tras la queja insistente de que la nación no se torciese en folclorismo chabacanerías ni mixtificaciones, anidaba el miedo, igualmente persistente en sus antecesores de que el país quedase al margan de la modernidad para permanecer postrado en el atraso y la decadencia”, señala Box.
Y entonces llegó Manuel Fraga, quien desde el Ministerio de Información y Turismo, desde 1962, se convirtió en el artífice del boom turístico. Desapareció la regeneración falangista de los primeros años y retomaron la pandereta como forma de estar en el continente. Así, la “autenticidad” típicamente española vendía en el extranjero, pero también con los años acabó siendo considerada como un atraso que poco o nada tenía que ver con la modernidad a la que nos acabaríamos dirigiendo ya en democracia. El mercantilismo de lo tradicional, lo primitivo y lo donjuanesco, acabó siendo pura caricatura. Lo que vino luego forma parte ya de lo que podría ser el después de La nación viril.
Lo que queda por decidir es cuánto queda hoy de “nación viril”, si se superó en la Transición, o si parece que vuelven las nostalgias falangistas (untadas de misoginia) como norte y referencia social para España.
La nación viril
Alianza Editorial, 2025
328 páginas. 19,95 euros