Max Planck, el conservador revolucionario
Conocer al padre de la física cuántica ayudaría a distinguir entre conservadurismo tradicional, el desquiciado derechismo actual y el fascismo
De uno de los personajes más relevantes del siglo XX apenas hay libros biográficos. En español solo conozco uno, el de Alberto Pérez Izquierdo Max Planck, la teoría cuántica (RBA Coleccionables, 2012).
Imaginemos un cuerpo caliente en contacto con otro frío. Al rato acaban a la misma temperatura. Han intercambiado energía de manera gradual.
¿Le ocurrirá al calor, es decir, a la energía en esa forma, lo mismo que al espacio y al tiempo en relación con ...
De uno de los personajes más relevantes del siglo XX apenas hay libros biográficos. En español solo conozco uno, el de Alberto Pérez Izquierdo Max Planck, la teoría cuántica (RBA Coleccionables, 2012).
Imaginemos un cuerpo caliente en contacto con otro frío. Al rato acaban a la misma temperatura. Han intercambiado energía de manera gradual.
¿Le ocurrirá al calor, es decir, a la energía en esa forma, lo mismo que al espacio y al tiempo en relación con Aquiles y la tortuga, y el arquero y sus flechas de las aporías de Zenón de Elea? ¿Habrá un mínimo de energía tan indivisible de la materia como el átomo de Demócrito? ¿Fluirá a saltos y no de manera continua? Pensamos en el dinero. Por modesta que sea la cantidad o grande el capital intercambiado, ambos han de ser múltiplos de un mínimo, normalmente el céntimo de cualquier moneda, sean yuanes, euros, dólares, dírhams o lo que sea.
Planck demostró que existe ese mínimo energético y se lo llamó quantum. Su valor lo define una constante pequeñísima pero distinta de cero: h o constante de Planck. Ese detalle tan nimio nos lleva a lo que siempre nos ha parecido una simpática desmesura: el batir de alas de una mariposa en un lugar puede desencadenar una pavorosa tormenta en cualquier parte del mundo. La mariposa fue el quantum y las primeras grandes tormentas provocadas por su aleteo se desataron sobre Hiroshima y Nagasaki.
Planck ansiaba que su hallazgo se interpretara acorde con la física clásica y no iniciara una revolución, por eso, a su constante la denominó h de hilfe: con ella pedía ayuda a sus colegas.
Max Planck (1858-1947) fue un hombre esencialmente burgués, conservador, tradicionalista, nacionalista y demás, pero (o sin “pero”, me da igual) muy brillante y buena persona. Nació en Kiel en el seno de una familia de gran tradición jurista y clerical, por lo que se le suponía destinado a ser hombre de ese mundo. Podría incluso, debido a sus cualidades, ser músico, pero se decantó por la física. Se lo tomó con tal empeño que acabó siendo catedrático, incluso rector, de la Universidad de Berlín.
Planck se singularizó en varios sentidos poco acordes con su conservadurismo. Por ejemplo, por su postura favorable a la incorporación de las mujeres a la vida académica y científica, extravagancia suprema en aquella época y ambiente, y anteponer la competencia científica a la condición de judío de muchos de sus compañeros.
De buena familia, inteligentísimo, sensible y del país más glorioso de Europa en aquella época, no podía esperar más que ser feliz. Y no lo fue.
Su primera esposa, Marie Merck, con la que tuvo cuatro hijos, murió en 1909 a los 48 años. Su hijo Karl cayó en la tremenda batalla de Verdún, por cierto, en la guerra que su padre apoyó públicamente. Su hija Grete no sobrevivió al parto. A Enma le ocurrió exactamente lo mismo. Y lo peor aún tardaría en llegar: su hijo Erwin, de carrera política y social relevante, se opuso a Hitler con inteligencia y valentía, lo que le llevó a la horca por haber participado en la Operación Valquiria.
Max Planck tuvo un hijo más, Hermann, de su segunda esposa, Marga von Hoesslin. Esta fue un apoyo inquebrantable para Max. No desfalleció ni cuando su casa quedó destruida por uno de los interminables bombardeos aliados. Acompañó a su marido hasta que los soldados norteamericanos los recogieron tras verlos errar por los descampados de ruina en ruina siendo Max Planck ya octogenario. Un infarto agudo de miocardio acabó con lo que no había podido acabar la pena.
Una anécdota poco conocida de Max Planck tiene interés con relación al momento político y social por el que atraviesa Europa y otras democracias. En 1958, hubo una propuesta de hacerle un gran homenaje póstumo en Alemania. Había un problema: ¿qué Alemania? Aunque aún no se hubiera construido el muro de Berlín, los dos Estados estaban en pleno apogeo. Las autoridades de la República Democrática no querían saber nada de un reaccionario. Pero la presión de los científicos y académicos en general fue muy fuerte y no era cuestión de dejarle al enemigo honrar a tan grande personaje reconocido en todo el mundo. Según anunció el Politburó: “Planck es nuestro y no de los fascistas de Alemania Occidental”. La explicación que dio el comunicado del Comité Central del Partido Comunista merece la pena reproducirla:
“Solo la clase trabajadora, que ha construido el socialismo y defiende la paz mundial, tiene el derecho de conmemorar al gran físico Max Planck. La burguesía ha perdido su derecho a los pioneros de la ciencia. Lo que Max Planck ha creado, y con él una generación de jóvenes científicos, el capitalismo no puede asimilarlo”.
La mayoría de los votos que ha recibido el fascismo en Europa ha provenido de la juventud y la clase trabajadora. El apoyo a Trump ha sido similar. Igual los vetustos comunistas alemanes eran visionarios. Paliar toda esta demencia exige incentivar el conocimiento popular de personas como Planck que ayuden a distinguir entre conservadurismo tradicional, el desquiciado derechismo actual y el cruel fascismo.
Manuel Lozano Leyva es catedrático emérito de Física Atómica y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Su último libro es ‘La comarca de los prodigios. Embelecos en el reino de Darmavia’ (editorial Grupo Pandora, 2024).