‘Nela 1979′, de Juan Trejo: ¿Dónde fueron a parar las víctimas de la heroína?
El escritor reconstruye hasta donde le es posible, y sin un átomo de ficción, la historia de su hermana mayor, fallecida a los 21 años como una de las primeras víctimas de la droga en España, y recuerda la responsabilidad común en esa tragedia
Vamos a reseñar un libro, Nela 1979, que, sin ser un gran libro, ofrece valiosas sugerencias y curiosamente las más profundas e interesantes son colaterales al asunto que propiamente lo inspira. Su autor, el novelista Juan Trejo, ya demostró en obras anteriores su preocupación por lo que literariamente definimos como novela familiar. En este libro se mete de lleno en ella al reconstruir hasta donde le es posible, y sin un átomo de ficción, la historia de su hermana mayor, Manuela Trejo (Ne...
Vamos a reseñar un libro, Nela 1979, que, sin ser un gran libro, ofrece valiosas sugerencias y curiosamente las más profundas e interesantes son colaterales al asunto que propiamente lo inspira. Su autor, el novelista Juan Trejo, ya demostró en obras anteriores su preocupación por lo que literariamente definimos como novela familiar. En este libro se mete de lleno en ella al reconstruir hasta donde le es posible, y sin un átomo de ficción, la historia de su hermana mayor, Manuela Trejo (Nela), fallecida en 1979, a los 21 años, a causa de la heroína. El autor tenía nueve años cuando murió y solo veía en ella un ser problemático: “Hasta su marcha, Nela había sido un problema, un elemento disruptivo y desestabilizador, foco de tensión, de discusiones constantes e incluso de brotes de violencia espontáneos”. Con el tiempo ha querido saber algo más sobre aquella disrupción que partió por el eje a su familia y responder de algún modo a la pregunta Nela, ubi est? Porque ella debió de ser de las primeras víctimas de la droga que en años sucesivos se llevaría por delante a una generación de jóvenes en su mayoría indefensos ante los peligros que corrían al consumirla.
De modo que a la historia personal de Nela el libro suma la historia de unos años y de una juventud —pasota, libertaria, ácrata— que, en 1977, se sentía descontenta de una democracia naciente que no les ofrecía un lugar propio. Y buscó alternativas. Nos lo recordaba el fundador de la revista Ajoblanco, Pepe Ribas, en sus memorias, Los setenta a destajo. Ajoblanco y libertad (2011), obra que nos vino a recordar los valores que unieron a los jóvenes de aquellos años en un proyecto de sociedad alternativo. Jóvenes que se mostraban a un tiempo decepcionados de la política real y hambrientos de las fuerzas espontáneas que podía liberar la imaginación y la experiencia personal vivida al límite. Porque por un tiempo pareció que el único modo correcto de vivir se tenía que llevar a cabo en la embriaguez de lo momentáneo. Fue una experiencia tan entusiasta como fugaz, de perfiles políticos e ideológicos muy diversos, pionera en la autogestión, en un nuevo feminismo que marcó un cambio radical en las costumbres del país para acabar, sin embargo, de una forma inesperada y trágica en el precipicio ¿Qué fue de aquella intensa época? ¿Dónde están aquellos jóvenes que quisieron cambiar el mundo cambiándose a sí mismos?
El profesor y ensayista Germán Labrador es quien ha analizado tal vez con mayor profundidad las consecuencias y repercusiones de aquella cultura setentera que hoy nos queda muy lejos —en Poesía y química en la Transición (2009) y Culpables por la literatura (2017)—. Y ha señalado en sus libros que desde el principio en torno a ella se balancearon dos destinos: el de quienes aprendieron de la experiencia contracultural para reinventarse luego como gestores culturales, creadores, políticos, empresarios o docentes y quienes no pudieron salir de la sugestión de creer en sus bellos sueños utópicos y quedaron atrapados en ellos. Porque, en efecto, muchos de aquellos jóvenes alérgicos a la doble moral franquista, sensibles a la libertad y un punto irresponsables cayeron en la trampa mortal de la adicción a la heroína, cuando esta empezó a encontrarse disponible en el mercado negro con demasiada facilidad.
¿Por qué de pronto aquella facilidad? Sin tener la respuesta —porque no se trata aquí de inculpar o exculpar a nadie, pero sí de poner de manifiesto una dejadez política incomprensible—, allí se abrieron heridas en las familias que difícilmente han podido cauterizar como es debido. Y este es el dolor que asume Trejo como propio exponiendo la fractura que ocasionó la muerte de Nela en su familia y proponiendo al mismo tiempo su proyección colectiva. La muerte de Nela, de algún modo, nos incumbe a todos. No fue un mero asunto privado sufrido en silencio por muchas familias. Pero para la suya fue, dice, un antes y un después. Después cayó el silencio. También cayó sobre todos. Como sociedad no lo asumimos. No hicimos un verdadero duelo de las pérdidas . No favorecimos un debate serio sobre lo ocurrido, no hicimos las cuentas claras, y la movida madrileña, con sus macnamara y sus batas de boatiné, fagocitó la tragedia que en paralelo fue asolando las calles de Madrid, Barcelona, San Sebastián, Vigo, Cádiz, Valencia, fomentando un relato trivializante de lo sucedido. Cuánto sufrimiento, cuántas vidas fallidas a causa del caballo, cuántas madres sumidas en la depresión al sentirse impotentes para salvar a sus hijos e hijas de algo que ni siquiera conocían y por tanto no pudieron saber cómo enfrentarse al nublado que trajo tanta desgracia y oscuridad a las casas. Después apareció el sida y al estupor inicial que causaron las primeras muertes le siguió la vergüenza y la exclusión ante las que vinieron después. Todo transcurrió dominado por un estridente y doloroso silencio.
El asunto que inspira el libro de Juan Trejo es su hermana Nela. Y ese es también el talón de Aquiles del relato, por lo endeble que resulta la personalidad de la protagonista. Toda la búsqueda emprendida por el autor, la sobria radiografía que realiza de la Barcelona de aquellos años y de su propia familia (lo mejor del libro) topa con un muro insalvable, el poco relieve del personaje. Finalmente nos quedamos con que Nela no era más que una adolescente de 17 años cuando se fue de casa. Una joven rebelde que quería vivir su vida, lejos de la sumisión que veía en sus padres, inmigrantes en Cataluña y hechos a una vida casi de rodillas. A Nela le gustaban los cómics y se enganchó a la heroína demasiado pronto. Un hilo del que se tira excesivamente —la historia no le permite al autor ir más lejos— pero que responde a un noble propósito: recordar la responsabilidad común que tuvimos Esto no tiene nada que ver con la imputación de una culpa colectiva que por motivos conceptuales es un absurdo. Entiendo el libro como una invitación a recordar aquellos jóvenes que caracterizaron un modo de ser y de ocupar el mundo. Todos fuimos, un día, aquellos jóvenes y su libertad, de algún modo, fue nuestra derrota.
Nela 1979
Tusquets, 2024
336 páginas, 19,90 euros
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