La ‘paradinha’ locutiva

Ese recurso retórico funcionaba bien en los chistes de Les Luthiers, pero mal en el remate de los reportajes de televisión

Waldir Pereira, más conocido como 'Didí', en un mural cerca del estadio de fútbol Maracaná de Río de Janeiro en enero de 2013.Christopher Pillitz (Getty Images)

Se llama paradinha en el fútbol a la acción del lanzador de un penalti que consiste en detener de pronto la carrera hacia el balón, justo antes de golpearlo, para buscar con ello que el portero se mueva hacia un lado (si no se anticipa será difícil que detenga el disparo) y de ese modo lograr el tanto con facilidad por el otro palo. Se escribe con la grafía portuguesa porque el amago lo inventó el brasileño Didí, aunque a vece...

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Se llama paradinha en el fútbol a la acción del lanzador de un penalti que consiste en detener de pronto la carrera hacia el balón, justo antes de golpearlo, para buscar con ello que el portero se mueva hacia un lado (si no se anticipa será difícil que detenga el disparo) y de ese modo lograr el tanto con facilidad por el otro palo. Se escribe con la grafía portuguesa porque el amago lo inventó el brasileño Didí, aunque a veces se menciona también a Pelé. Esa finta me viene a la cabeza cada vez que percibo una paradiña en las locuciones de los reporteros televisivos: la interrupción momentánea del ritmo natural del habla justo antes de terminar la información, a fin de mantener en suspenso el relato y concluirlo brillantemente. Porque en ocasiones tiene también la pinta de engaño.

Esta salida adquiere sentido cuando tras una breve pausa se expresa algo sorprendente o ingenioso. Por ejemplo, si decimos (o escribimos, en cuyo caso acudiremos a los puntos suspensivos): “Fue a pescar al río y le picó en el anzuelo… una ballena”. Ahí sí comprendemos la suspensión del relato, porque lo que llega detrás es algo gordo, como las ballenas. Pero a cada rato nos topamos con ese recurso en los reportajes de cualquier cadena, sin que se den las condiciones necesarias para que la paradiña alcance sentido: “El desenlace de la eliminatoria llegará mañana, miércoles… a partir de las nueve de la noche”. Si ya sabemos que el partido se juega a esa hora, como suele ocurrir con las eliminatorias de los miércoles, la suspensión se vuelve absurda y no se le ve la gracia.

El horario habitual no le añade nada interesante ni al relato ni a la conclusión, al contrario de lo que sucedería con la alternativa “el desenlace de la eliminatoria lo tendremos mañana, miércoles… a partir de las siete de la mañana”. Aquí sí encajarían la forma y el fondo, la sorpresa, porque no estamos acostumbrados a ver partidos de fútbol tan temprano, sobre todo si corresponden a un torneo europeo.

La paradiña bien ejecutada sí podía ser pertinente en los ya legendarios chistes del grupo argentino Les Luthiers:

“Para los alumnos y profesores de la Universidad de Wildstone, la diversión y la recreación no son menos importantes que el estudio. Son... más importantes”.

“Pañales Pompón: impermeables... e hipermeables”.

Pero tal manera de crear expectación se viene abajo cuando, una vez lograda, las palabras que siguen expresan una simpleza. Esto es un recurso de riesgo, y hay que estar seguro de que no se defraudan las expectativas. Porque aquí funciona el reflejo de Pavlov. El científico ruso así apellidado, premio Nobel en 1904, estudió la relación entre las reacciones fisiológicas de su perro y los estímulos que el animalillo relacionaba con la comida. El can de Iván Pavlov salivaba cuando veía el plato, pero también al observar algún movimiento del dueño que él identificaba con que le estaba preparando el almuerzo. La secreción de saliva servía como muestra de su pensamiento: “Voy a comer enseguida”. De ahí deducimos la decepción que sentiría un perro si su amo lo engañase con las acciones habituales conducentes a prepararle el condumio cuando no hay tal.

Pues esto es lo que ocurre con las paradiñas locutivas fallidas: que desilusionan. Quien crea que la interrupción momentánea del discurso provoca que el remate suene brillante aunque no lo sea se comportará como el insensato convencido de que le basta con abrir el armario del pienso para que su mascota se dé por alimentada.

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