Isaki Lacuesta, una honestidad artística de otro planeta
El cineasta, a punto de estrenar ‘Segundo premio’, desvela la génesis de su nueva película y explica su trayectoria como una búsqueda para ir más allá de su personalidad
La casa en la que viven en Girona los cineastas Isaki Lacuesta e Isa Campo se encuentra justo pasado uno de los lienzos de la muralla, al norte de la ciudad, a la orilla del río Galligants. Ahí arranca la periferia de una ciudad periférica en el audiovisual, en la que reside un cineasta que se ha movido principalmente fuera de la industria. La metáfora es demasiado fácil, aunque de puro ...
La casa en la que viven en Girona los cineastas Isaki Lacuesta e Isa Campo se encuentra justo pasado uno de los lienzos de la muralla, al norte de la ciudad, a la orilla del río Galligants. Ahí arranca la periferia de una ciudad periférica en el audiovisual, en la que reside un cineasta que se ha movido principalmente fuera de la industria. La metáfora es demasiado fácil, aunque de puro obvia no se puede regatear. Lacuesta caracolea en la respuesta para no dar la razón, aunque en la charla en su salón una tarde lluviosa acabará volviendo al tema en varios momentos, y finalizará cediendo: “Por un lado, nunca me he considerado periférico, aunque es cierto que mis películas ni siquiera se desarrollan geográficamente en sitios habituales para el cine español. Y también que intento crear filmes que nunca se hayan hecho antes, que funcionen como contraplano al audiovisual imperante. Ahora bien, lucho por llegar a cuanto más público, mejor. No creo que La leyenda del tiempo o Entre dos aguas sean dos películas difíciles. Y eso hace que roce el mainstream. Al final hay apuestas que se vuelven inocuas: si haces cine indie para festivales alternativos o cine industrial para multisalas, ¿qué pasa cuando no pasa nada? El éxito estriba en alcanzar un público al que no ibas predestinado. Y los cineastas y los artistas que me interesan, con los que me identifico, se mueven rozando distintos mundos y llegan a lugares donde no se les espera”.
Antes de la entrevista la pareja ha paseado con el periodista por la ciudad. La charla ni roza el cine, sino que transita por la invasión de ciclistas en Girona —herencia de los cuatro años en que Lance Armstrong vivió allí—, de los muchos amigos arquitectos de los cineastas, y de la pasión por la música de Lacuesta, que le ha llevado a su último filme, Segundo premio, que se estrena el 24 de mayo en salas tras ganar en el festival de Málaga, y que encara el universo del grupo Los Planetas a través de la leyenda que desprende la banda granadina. “La música es más importante en mi vida que en el cine. Me gusta trabajar y convivir con los músicos”, confirma. “Tienen problemas parecidos a los nuestros, marrones similares, pero suficientemente distintos como para que no entremos en charlas endogámicas. Nos pasa igual con los arquitectos que nos rodean, que también sufren movidas análogas a las del cine, pero como no son exactas, la conversación es más sana. Oye, y te cuentan cosas que puedes aplicar a una película. Si viviéramos en Madrid o Barcelona nos pasaríamos todo el día de charleta con los colegas del cine. Ufff”. Bajo un manto de agua, el casco antiguo, medieval, transmuta por un aire fantasmal que llama a confesiones: “Somos privilegiados profesionalmente, porque vivimos a la vez en varios mundos fílmicos”.
En el pasillo que une el salón a la sala en la que trabajan Lacuesta y Campo, hay restos de estas contradicciones. Al visitante le flanquean a los pies y pegados a las dos paredes, los premios logrados por ambos. Y los trofeos recuerdan que el gerundense ganó dos Conchas de Oro —por Los pasos dobles en 2011 y Entre dos aguas en 2018—, el máximo galardón del festival de San Sebastián, antes de ser por primera vez candidato al Goya. Se le etiquetó de autor antes que industria. “Y eso que he rodado bastante publicidad, incluso campañas grandes. No me preguntes cuáles eran...”. Un cabezón adornado con una careta dibujada por su hija Luna testimonia que sí lo obtuvo la segunda vez que compitió por un trofeo de la Academia de Cine, el del mejor guion adaptado por Un año, una noche, coescrito con Campo y Fran Araújo. Fue una película nacida del encargo de un productor, Ramón Campos, que estaba en París con su familia la noche de los atentados en la sala de conciertos Bataclan y en otros bares.
Porque a Lacuesta le da bastante igual cómo nace el proyecto, si es encargo, adaptación de una novela o una idea propia: “Que quede claro que también acepto encargos [sonríe]. Si la historia es buena y la puedo llevar a mi terreno, ¿por qué no? Lo que hago es buscar vínculos, las intersecciones que existen entre el proyecto, los personajes y yo. Terminas encontrando un territorio común que hace que te ensanches y alcances partes de tu personalidad que no conocías. Y descubres que tienes cosas en común con Miquel Barceló, con una pareja que sobrevivió a los atentados de Bataclan o con chavales del sur de Andalucía. Un año, una noche es tan mía como La próxima piel, un guion con el que estuve 15 años antes de lograr filmarlo”.
Aquella iba a ser su segunda película, tras Cravan vs. Cravan (2002), documental con el que debutó en el largometraje, “y si hubiera salido como esperaba, con gran presupuesto y en aquel momento, mi carrera hubiera sido otra. O al menos se vería de otra forma”. Por eso, asegura, bromea con los amigos “con la etiqueta de director de documentales, que me persigue solo porque empecé por ahí; cuando en realidad es que las fichas cayeron así”. A sus 49 años, ya no lucha contra los molinos, prefiere otearlos con ironía. “Luego sí, hay temas recurrentes, como la fragilidad de la memoria, la identidad perdida o la ausencia del ser, o formas de hacer similares”.
Solo hay una bandera roja en la charla con Lacuesta, un director que durante años pecó un poco de naíf en algunas declaraciones. Ahora prefiere no hablar de política. “En mis videoinstalaciones hay mucha poética, me gusta apostar por la poesía, porque creo que en lo poético está incluido lo político. ¿Sabes que nos pasa como sociedad? Que cuando haces poesía incluyes la política, pero cuando hablas de política no incluyes la poesía. Y si encima los artistas no charlamos de creación... Hace unos años decidí que en las entrevistas no hablaría más de política, que hablaría de política solo en el cine. El mundo de la comunicación está invadido por la política en un 90% y si el poquito espacio que nos queda para la cultura también lo dedicamos a ella...”, reflexiona en alto.
¿Y para el resto nunca ha habido ningún plan? “Ninguno, ni ninguna estrategia. Trabajo a la vez con muchos proyectos. Estuve a bordo de la posibilidad de hacer serie con la novela El hijo del chófer, de repente se cruzó la serie Apagón, en la que escribimos y dirigimos Isa y yo, llevo un tiempo en una película producida por Juan Antonio Bayona... Nunca sabes cuál va a salir, ni me lo planteo”. Lo subraya con una anécdota: “Hay un libro de un francés que reúne todas las performances que quiso hacer y no pudo. Y yo pensé: ‘¿Y yo?’. Me senté y sin esforzarme mucho me salían unas 70 pelis. ¿Sabes lo que hago? Yo, en cuanto empiezo con algo, lo cuento. Y así, al menos digo en alto lo que quiero hacer y ahí queda, en el imaginario de amigos y conocidos”.
Su último largometraje, Segundo premio, llegó por uno de esos conocidos y de carambola. Durante seis años, Jonás Trueba bregó por sacar adelante un guion escrito junto al granadino Fernando Navarro sobre un momento clave de la historia del pop español: la creación del álbum de Los Planetas Una semana en el motor de un autobús, en 1998 en Nueva York, un disco que grabaron tras abandonar la banda May Oliver, la bajista original que en el momento álgido del grupo decidió desaparecer, y tras años de choques artísticos y personales principalmente entre Juan Rodríguez, Jota, el cantante, y Florent Muñoz, el guitarrista. “Al inicio, cuando el encargo parecía ir bien, Jonás y yo hablábamos mucho y me daba una envidia... Yo es que enseguida me emociono. Me cuentan algo y ya estoy pensando en cómo rodarlo”, sonríe. “También es importante que se entienda que el estado natural de las películas es que no se hagan, que no salgan, y que se tarda mucho en hacerlas”, corre a puntualizar. Sin embargo, Trueba se rindió harto del choque creativo con Los Planetas y le pasó el testigo a Lacuesta. “Recuerdo una comida con él y con Elías León Siminiani, y sobre la mesa estaba el tema de que la película era un marrón, y yo marrones he pasado unos cuantos”.
Un paseo por la filmografía de Lacuesta confirma su atracción por la música: “Pero a Los Planetas llegué tarde, y es raro, porque yo cubrí muchos conciertos en Girona como periodista y nunca les vi. Me sumé a ellos cuando sacaron en 2010 Una ópera egipcia. Empecé a recuperar todos sus discos precedentes, y en los últimos años hasta tocaba algunas de sus canciones en la guitarra. Así que cuando Jonás me pasó el proyecto, Isa me soltó: ‘¿Estás dispuesto a dejar de escuchar a Los Planetas? Porque haciendo la película vas a dejar de escucharles’. Mira, pues no ha ocurrido todavía”. Y se encoge de hombros.
Lacuesta decidió reescribir con Navarro todo el guion. No sería sobre Los Planetas, sino sobre la leyenda de Los Planetas. “Les fui contando intuiciones. Estábamos buscando el reparto y localizando lugares de rodaje, y el guion lo íbamos escribiendo en paralelo. Así que les conté que más o menos me imagino una película de un vampiro y un fantasma, con una vertiente fantástica, sobre su leyenda. Empezó el desacuerdo, y ahí Jota me explicó que el choque con Jonás nació de que él quería hacer una película sobre el disco, pero no sobre cómo grabar el disco, que era la idea de Jonás”. A Lacuesta, desgrana, lo que le atraía era cómo las canciones de aquel disco hablaban de la relación entre el cantante y el guitarrista, que en pantalla se quedaron bautizados así, sin nombre propio, ficcionados. “Me negaron que fueran temas confesionales. Me hizo gracia que al cabo de unos meses, cuando Florent promocionó su disco en solitario, él explicó que había descubierto que efectivamente las letras desvelaban esa relación. En fin, en cada momento todos dirán una cosa distinta”.
Por eso, hace unas semanas el director dijo en este diario que Segundo premio era una “película de vaqueros gais”, en referencia a la relación mostrada en Brokeback Mountain. “Se enseña la amistad en un caso de necesidad extrema, que aquí es crear un disco, y esa relación linda con el amor. Sí, dije lo de los vaqueros gais, y ya no lo repito”. Y cuando Jota vio la película, ¿qué opinó? “Me dijo: ‘Al final hiciste aquello que me contaste”. En pantalla se lee: “Granada, finales de los noventa. En plena efervescencia artística y cultural, un grupo de música indie vive su momento más delicado. Afrontan su tercer disco. Nadie sabe que ese álbum cambiará para siempre la escena musical de todo el país. Esta (no) es una película sobre Los Planetas”.
Toda la ductilidad, la resiliencia que defiende, toda su capacidad de asumir las películas según vengan, chocan con una decisión drástica, y arriesgada que tomó en sus inicios: cambiarse el nombre. A la Girona natal de Iñaki Lacuesta se mudó la familia Campo procedente de Oviedo por motivos laborales. Iñaki decidió fusionar su nombre con el de aquella chica de su instituto para reconocer su aportación a su obra, y aunque ella estudió una ingeniería, acabó también escribiendo profesionalmente para el cine. ¿Alguien le llama aún Iñaki? Campo, antes de la entrevista, reconoce que ella y la familia. “Incluso gente que le llamaba antes Iñaki ha acabado diciendo Isaki”. Ambos empezaron escribiendo, pensando en la literatura, pero mientras que ella tardó en decidir su futuro en el audiovisual, Lacuesta lo tuvo más claro: “Yo quería escribir y durante el instituto se cruza el cine, que tiene esa mezcla de literatura, música y teatro. Me pareció que era una forma de escribir con más ingredientes. Y con los años me he dado cuenta de que me vino bien, porque te obliga a terminar las cosas, a entregarlas. Si no, estaría escribiendo y reescribiendo sin parar, por el placer de hacerlo”.
Así que estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona y se graduó en la primera edición del Máster en Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra. “A la Pompeu nos apuntamos un grupo que no sabíamos muy bien qué era el documental. Solo intuíamos que nos podía interesar. Piensa que la primera semana nos dio clase Frederick Wiseman, y ni sabíamos quién era. O que un día apareció Claude Lanzmann y lo mismo. Mi cinefilia durante mis años de la Autónoma era muy de provincias, de cosas que veías en la tele y en el cine: esos años iba y venía a Girona. Es durante el máster cuando empiezo a ir a la Filmoteca porque mis compañeros sí tenían esa costumbre”.
El placer de crear por crear
Antes de abordar cómo afrontó el rodaje a distancia de Segundo premio, el cineasta defiende el placer del proceso creativo por encima del resultado final. “No tengo esa necesidad imperiosa de transmitir mi obra, de estrenar cine. Disfruto más de las ganas de rodar con alguien o en un lugar. O de la realización de una peli, de acabar y pensar: ‘Anda, mira lo que me ha salido’, y de esto se habla bien poquito. Hemos perdido esa parte infantil del juego, de la ilusión del niño que dibuja porque sí. Nos ponemos pomposos pontificando sobre el arte, y nos olvidamos del acto creativo, de que los errores del camino forman parte de la personalidad de una obra”. Y como ejemplo del juego y la mezcla de influencias, habla del detalle fantástico de Segundo premio: la tierra respira y se mueve al inhalar y exhalar. “Lo vi en una instalación de unos amigos, CaboSanRoque, que juegan con la performance y el sonido. Creo que ellos hablaban de Ucrania, y yo pensé en fosas comunes, Lorca, Granada, una ciudad llena de muertos que resucitan y que siguen transitando por sus calles, de leyendas como Los Planetas”.
Después de toda la preproducción, al inicio del rodaje, a su hija Luna le diagnosticaron leucemia. “Decidí rodar el filme a distancia. Reflexioné en qué pasaría si yo petaba, y le dije a Pol Rodríguez, mi ayudante habitual, si podía codirigirla, y él había pensado exactamente lo mismo. Hubo una parte muy bonita de rodar junto a Luna, porque al mudarnos a Barcelona, para el tratamiento, me instalaron dos pantallas y así podíamos ver en una, la toma, y en la otra, al equipo”. Lacuesta, muy emocionado, enseña una grabación de móvil de aquellos días con Luna mirando un plano. A posteriori, alguien podría creer que el acto creativo corría en paralelo a un tiempo de destrucción. “Nunca fue así, porque siempre pensamos que saldría bien. No queríamos caer en un limbo, en una época de espera, sino disfrutar lo que pudiéramos, como en la pandemia. Es más, Luna ya no tenía células cancerígenas”... La frase queda en aire, aunque el final es que Luna había superado la leucemia cuando falleció el pasado mes de septiembre.
Cuando el 9 de marzo Segundo premio ganó la Biznaga de oro del certamen de Málaga, Lacuesta subió al escenario con una guitarra para interpretar Línea 1, de Los Planetas, con un tono de voz cercano al de Albert Pla, una canción que cantaba con Luna. “Ahora, mi forma de hablar de ella sin llorar es tocar la guitarra. Porque como no soy un gran instrumentista, me tengo que concentrar en la música. Ya es difícil hablar en público, como para hacerlo de Luna”.
Y después, ¿qué? “En la periferia vivo más sano mentalmente, y alejado de las presiones de la industria. También es cierto que mi éxito es, como mucho, moderado, y nadie me ha ofrecido la segunda parte de nada”, encara al final de la entrevista. “De hecho, todavía Isa y yo alucinamos con los años que llevamos haciendo lo que nos da la gana [Campo es la coguionista de las dos últimas películas de Icíar Bollaín, Maixabel y Soy Nevenka], y ya estamos más cerca de la jubilación que del principio”, bromea. “Me gustaría volver al documental, y si puede ser, musical, ahora que algunos han descubierto que al público le gusta. Déjame contarte una cosa: hace tiempo Ramón Campos y yo pensamos hacer una película sobre Rosalía, antes de que ella lo petara. Pensamos en una película con episodios y distintas Rosalías, tipo la Rosalía business woman, la Rosalía flamenca... Hablamos con su discográfica Sony, que accedió. Sin embargo, quien estaba entonces en Netflix no lo vio, ni comprendió el presupuesto que pedíamos, solo decía que el algoritmo aseguraba que había cero interés por ella. Un año después llamaron corriendo de la plataforma a Ramón. Tarde, Rosalía había dejado Sony, habíamos perdido la oportunidad”. En ese instante le suena un sms en el móvil. Se lee el nombre de una integrante de una gran familia musical. Confirma una cita con él. “Mira, lo mismo esta es la siguiente”.
Puedes seguir a Babelia en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.