Verbos autoincluyentes
Esta licencia refleja orgullo desmedido o exageración evidente, y otras veces identificación ideológica o emocional
La primera persona del plural de un verbo nos incluye en la acción, y utilizamos ese recurso a menudo aunque no hayamos participado en ella. Por ejemplo, al decir “hemos ganado la Liga”, algo que yo mismo habré pronunciado muchas veces sin haber jugado un solo partido del campeonato.
Esta licencia retórica refleja a veces orgullo desmedido o exageración evidente ante un logro, y nos permite a los españoles afirmar que “en 2010 fuimos campeones del mundo” y también que “el verano pasado fuimos ...
La primera persona del plural de un verbo nos incluye en la acción, y utilizamos ese recurso a menudo aunque no hayamos participado en ella. Por ejemplo, al decir “hemos ganado la Liga”, algo que yo mismo habré pronunciado muchas veces sin haber jugado un solo partido del campeonato.
Esta licencia retórica refleja a veces orgullo desmedido o exageración evidente ante un logro, y nos permite a los españoles afirmar que “en 2010 fuimos campeones del mundo” y también que “el verano pasado fuimos campeonas del mundo”. En este segundo caso, con una feliz inclusión del sexo masculino en el género femenino, innovación sobre la que ya escribimos en este periódico (a favor) hace 12 años. En aquel artículo recogíamos frases pronunciadas por periodistas varones durante los Juegos Olímpicos de Londres: “Somos terceras después de las rusas”, “si estamos entre las siete primeras vamos a ser oro”, “¡si ganamos estamos clasificadas!”; además de las indicaciones del seleccionador del equipo femenino de waterpolo en el partido contra Noruega, que íbamos ganando (me incluyo también): “Jugamos tranquilas, ¿eh?”, frase que daba título al artículo.
En otras ocasiones usamos las autoinclusiones como expresión ideológica o emocional que nos identifica en el presente con nuestros iguales del pasado: “Los republicanos perdimos la Guerra Civil”, “esta exposición muestra cómo fuimos maltratadas las mujeres en el siglo XV”, “durante el franquismo emigramos sobre todo a Alemania”, “en las guerras siempre hemos muerto más los hombres”, ejemplo este último donde el lenguaje logra que alguien se exprese incluso después de fallecido.
Tales posibilidades de la lengua permiten que revelemos implícitamente una identificación emocional con quienes sí lograron o sufrieron lo que se cuenta, y nos sitúan psicológicamente en pie de igualdad dentro del grupo mencionado. Por eso se usarán menos para actos en los cuales el sujeto se repudie como autor. Habremos oído decir alguna vez “en 1492 los españoles descubrimos América”, pero no tanto “en 1492 los españoles expulsamos a los judíos”. Esa menor presencia de las autoinclusiones negativas les da más valor cuando aparecen.
Así sucede cuando la autoinclusión sirve para recriminar errores con amabilidad, principalmente en el trabajo. Por ejemplo, cuando la jefa de un equipo dice “esto no lo hemos hecho bien”, incluyéndose en la acción aunque ella no tuviera participación en el desatino. O “tenemos que atender mejor al público”, dicho por el dueño de un comercio al único empleado que atiende al público. Elegir “hemos cometido un error” y desechar “has cometido un error” sirve para mejorar el mundo. Siempre que el recriminado no lo entienda de forma literal.
Ahora bien, las autoinclusiones implican riesgos. En estas licencias metafóricas no siempre encajan bien la realidad y el lenguaje figurado, y a quien nos escuche o nos lea le quedará el veredicto acerca de la idoneidad en cada caso. Porque a veces sobreviene una incoherencia que convierte en imposible lo que se cuenta.
El domingo 31 de marzo, a las 14.01, escuché a un periodista de radio, cuando se establecía la conexión con motivo del inminente comienzo del partido Celta-Rayo en el estadio de Balaídos:
“Estamos guardando un respetuoso minuto de silencio”.
Y además siguió hablando.
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