‘Abierto toda la noche’, de Charles Bukowski, poemas para almas perdidas
La poesía del escritor, amante del alcohol y de la soledad, y que se declara “inmortal” cuando escribe, arrebata porque jamás miente
Al morir en 1994, Charles Bukowski (1920), ingentemente admirado por el público más contracultural y menos académico de Estados Unidos —su país de adopción, porque había nacido en Alemania—, dejó en el cajón numerosos inéditos de los que pronto se publicaron estos poemas escritos entre 1980 y 1994, organizados en cuatro libros que conforman un volumen que podríamos calificar de pletórico, si atendemos a la calidad que transpiran todos ellos, sin prácticamente baches de ningún tipo. En las historias que cuentan estos po...
Al morir en 1994, Charles Bukowski (1920), ingentemente admirado por el público más contracultural y menos académico de Estados Unidos —su país de adopción, porque había nacido en Alemania—, dejó en el cajón numerosos inéditos de los que pronto se publicaron estos poemas escritos entre 1980 y 1994, organizados en cuatro libros que conforman un volumen que podríamos calificar de pletórico, si atendemos a la calidad que transpiran todos ellos, sin prácticamente baches de ningún tipo. En las historias que cuentan estos poemas el protagonista bebe sin cesar, y el alcohol se convierte en su hábito más endémico, y sin él, claramente, la vida carece de sentido: “Ahí en la esquina está / la botella: tu última amiga, tu última amante”. Las mujeres van y vienen, pero nunca suponen una estabilidad apetecida, sino más bien todo lo contrario: “Te aseguro que /he vivido con mujeres preciosas… / pero preferiría conducir hasta Nueva York / marcha atrás / antes que vivir con ninguna de ellas / de nuevo”. Estar solo es un valor apreciado, no solo para escribir, sino porque los demás sobran: “Lo único que queremos es la ausencia del prójimo”.
Escribir es el tema central, sin duda, y son muchos los poemas que aluden a esa pasión: “Muchos poemas suyos [míos] van de escribir / poemas”. La máquina de escribir es un ser puro y duro, el medio para acceder al alma, aunque sea un alma perdida: “A veces basta con tener una máquina de escribir… / y sencillamente mirarla / y maravillarse de toda la buena suerte que has tenido / con esa máquina y / otras máquinas”. Hay euforia: “Luego llegan las palabras, las palabras preciosas / de la hostia llegan una y otra vez / cuando estás a solas y escribes”, o bien: “Cuando escribo soy inmortal”. Pero a veces “ni siquiera escribir ayuda / y estás ahí solo con lo que te / está matando sea lo que sea / y el absurdo de las / paredes te / penetra…”.
Si el estilo debe ser sencillo —”¿intentas ceñirte a un estilo sencillo? / sí”—, los lectores también deben serlo, y de ahí que nada supere en emoción a las reacciones de carcelarios, locos y hasta prostitutas, amantes todos de sus poemas, en cartas conmovedoras que remiten al autor y que superan “cualquier halago que pudieran hacerme / en The New York Times”. Por supuesto, hay un desdén evidente por el mundillo del arte —del que se mofa—, pero, ojo, Bukowski también es un poeta culto, aunque a regañadientes, como si le fastidiara que se supiera que lo es: la música clásica —Sibelius, Brahms, Mozart, Bruckner, Shostakóvich, Ravel— está una y otra vez acompañando las secuencias de la vida, incorporándose a ellas, como una sustancia vital, y cierta literatura también: Céline, D. H. Lawrence, T. S. Eliot, Ezra Pound, Henry Miller, Turguénev, e. e. cummings… Sin embargo, a veces, con ecos de Mallarmé, surge la melancolía: “Incluso la música clásica preferida / la hemos oído demasiado a menudo / y ya hemos leído todos los libros buenos…”. Lo que siempre queda claro es que desprecia las mentiras que se filtran en los poemas falsos de los poetas trepas para los que lo que escriben no es un fin en sí mismo sino un medio para medrar.
Si hay una poesía realista, esta lo es con una categoría fuera de lo común. Arrebata porque es auténtica, y jamás miente. Lo que se cuenta en estos poemas es radicalmente verdad, aunque pudiera ser ficción (en ocasiones). Bukowski —y su alter ego Chinaski— posee una voz que arrastra sin remedio, y te empapa con sus consideraciones, las que sean, por más gratuitas que parezcan. Estamos ante un libro, además, constantemente divertido, incansablemente veraz, radicalmente impregnado de vida, sin un solo gramo de impostura, nunca jamás. Y encima la traducción de Eduardo Iriarte es perfecta, fluida, grácil, brillante, con aciertos léxicos asombrosos, sobre todo en los coloquialismos, todo lo cual nos hace creer que estos poemas podrían perfectamente haberse escrito en español.
Abierto toda la noche. Nuevos poemas
Traducción de Eduardo Iriarte
Visor, 2023
516 páginas. 19 euros
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