Todas las transiciones de Fraga
En ‘Iribarne’, Esther Carrodeguas, su autora, tantea la parodia, el cabaret político y el teatro periodístico sin decantarse por ningún género ni abordar por derecho ninguno de los muchos temas sobre los que surfea
Manuel Fraga tuvo el don de la ubicuidad. Durante la Transición, Gallego & Rey caricaturizaron su capacidad mimética en una tira de tres viñetas donde el político gallego aparecía ocupando el banco de la derecha en la primera de ellas; el del centro, junto a Suárez, y el de la izquierda, al lado de Felipe González. Durante la dictadura fue ministro de Información y Turismo en dos legislaturas. Luego, pretendió sin éxito ser el piloto de la Transición democrática, consiguió encabezar la oposición durante el pri...
Manuel Fraga tuvo el don de la ubicuidad. Durante la Transición, Gallego & Rey caricaturizaron su capacidad mimética en una tira de tres viñetas donde el político gallego aparecía ocupando el banco de la derecha en la primera de ellas; el del centro, junto a Suárez, y el de la izquierda, al lado de Felipe González. Durante la dictadura fue ministro de Información y Turismo en dos legislaturas. Luego, pretendió sin éxito ser el piloto de la Transición democrática, consiguió encabezar la oposición durante el primer Gobierno de Felipe González y acabó presidiendo la Xunta de Galicia durante cuatro legislaturas con un discurso autonomista identitario, distante del que había sostenido en Madrid.
En Iribarne, Esther Carrodeguas, dramaturga, periodista y actriz rianxeira de 44 años, parodia la vida política española durante el amplio lapso temporal que va del desarrollismo de los años sesenta, cuando Fraga irrumpe en la escena pública, hasta su retirada, en 2005. El título alude al segundo apellido de quien fuera ministro de Gobernación con Carlos Arias Navarro (su frase “la calle es mía” es de por aquel entonces): el apellido Iribarne proviene de la Alta Navarra, en el País Vasco francés, de donde su madre era originaria.
La función, estrenada en el Teatro Valle-Inclán, de Madrid, dura tres horas, una por cada acto. El primero, el más burlón, gira en torno a la época franquista. En el segundo, la autora y Xavier Castiñeira, director de escena, encuentran un tono mucho más eficaz para el mensaje corrosivo que desean transmitir: la parodia de trazo grueso del primer acto deja paso ahora a un tipo de cabaret político que entronca con otros que se representaron en el madrileño Teatro Alfil durante los años ochenta y primeros noventa, pero sobre todo con la labor mordaz a carta cabal de la compañía mexicana Las Reinas Chulas.
En el cabaret político todo cabe, dicho con cuanto más desenfado, mejor. Incluida una aparición de la bandera rojigualda, que toma la palabra (como las alegorías en la Numancia de Cervantes), para implorarle a la izquierda que la quiera y la respete, aunque sea solo un poquito. Interpretado con tierno fervor por Laura Veiga, el número de la bandera es uno de los momentos verdaderamente logrados de la función, porque lo que en otras escenas se grita, se recita con una gravedad que pretende subrayar la relevancia de lo dicho o se dirime entre mil aspavientos de sus intérpretes, aquí está escrito y servido con un grado de empatía que acentúa lo irónico de la situación. Abren y cierran esta segunda parte sendas escenas dramáticas en las que el monigote de pim pam pum que era Fraga hasta ese momento dice un monólogo interior franco, donde afloran sus anhelos, sus contradicciones, su decepción: humanizado por un breve lapso, el protagonista resulta mucho más interesante.
La tercera parte, es un texto periodístico de los que entremezclan información con opinión (sobre el reinado de Fraga en Galicia), que se eterniza, lastrado por el tono suficiente que adopta Carrodeguas en el papel de narradora. Micro en mano, el volumen de su soliloquio se impone, además, al de sus compañeros, que hablan a pelo. Cabe imaginar otro resultado si cuanto la autora tiene que decir en primera persona nos lo dijera con desenfado un maestro de ceremonias a lo Joel Grey o un Monsieur Loyal circense como el que interpretaba Esteve Ferrer en las antológicas entradas de payasos de Monty & Cía. En lo alto del estrado al que lo sube Carrodeguas, Fraga podía haber sido un Ubú presidente: con gesto estudiado, la autora intérprete compone de hecho una figura similar a la de la Madre Ubú, pero sus largas tiradas de texto resultan discursivas, admonitorias, graves y aleccionadoras.
Los otros cinco intérpretes se turnan todos ellos en el papel de Fraga: unos imitan su habla, otros no, sin que quede claro el porqué. Anxo Outumuro, quien reproduce mejor la prosodia atropellada del fundador del Partido Popular, también atina con la voz de Felipe González. Tiene chispa su composición de Juan Carlos I, pues su figura más parece la de Felipe VI.
Iribarne es un recopilatorio biográfico exhaustivo en el que se enumeran mil asuntos y sucesos, pero ninguno se aborda a fondo (lo contrario sucedía en Citizen, biografía de Amancio Ortega representada por el grupo gallego Chévere, cuyas cuatro horas de duración se hacían breves). Resulta ingenua la visión idealizada que se ofrece del proceso de desnazificación alemán (para contraponerlo con lo sucedido tras el franquismo). El 53% de los cargos de la Justicia de la nueva República Federal Alemana provenía del Partido Nacional Socialista.
‘Iribarne’. Texto: Esther F. Carrodeaguas. Dirección: Xavier Castiñeira. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 12 de noviembre.
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