Escultura elástica: la disciplina se baja del pedestal
Una exposición en la Fundación Juan March, en Madrid, observa su evolución en las últimas décadas, hasta alcanzar la elasticidad absoluta que ha adquirido en nuestro tiempo
Paseando por el jardín de la sede de la Fundación Juan March, en Madrid, sorprende el trinar de los pájaros. Es intenso y está lleno de réplicas, como una sinfonía puntuada según el tono de las aves. Un sonido que, por momentos, parece tener un cuerpo físico con el que rápidamente dialogamos mentalmente. A medida que avanza el deambular por el parque, entendemos que, en realidad, se trata de una escultura sonora de ...
Paseando por el jardín de la sede de la Fundación Juan March, en Madrid, sorprende el trinar de los pájaros. Es intenso y está lleno de réplicas, como una sinfonía puntuada según el tono de las aves. Un sonido que, por momentos, parece tener un cuerpo físico con el que rápidamente dialogamos mentalmente. A medida que avanza el deambular por el parque, entendemos que, en realidad, se trata de una escultura sonora de Oswaldo Maciá titulada Algo pasa por encima de mi cabeza (1999). Perteneciente a la colección de la Tate Modern, el audio dispara el piar de las palomas de Trafalgar Square en Londres, el canario de Turbaco en la costa caribeña de Colombia, los pájaros del parque nacional de Niokolo-Koba, en Senegal, y los reclamos del vencejo, la golondrina común o el milagro negro, las aves urbanas de Madrid. Con esa sencilla lírica, esta obra formada por los sonidos de 2.000 pájaros sintetiza a la perfección las ideas que hay detrás de Escala: Escultura (1945-2000), la exposición en la que se enmarca: la elasticidad de la disciplina en nuestro tiempo.
Comisariada por la historiadora del arte británica Penelope Curtis y el equipo de la Fundación March, encabezado por Manuel Fontán e Inés Vallejo, la muestra analiza el cambio de escala que ha vivido la escultura y que ha desatado las variantes muy drásticas y radicales de la idea que se tiene de ella. Lo hace con una buena selección de obras de pequeño y de gran formato, claro, pero especialmente desde una perspectiva no tanto física sino musical o geométrica, como algo que puede acelerar o disminuir el ritmo y con formas aparentemente lógicas o ilógicas. Es ahí donde la exposición se crece. La investigación lleva al descubrimiento en este proyecto de tesis que arranca en 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial, momento en que la escultura abandonó el espacio del museo, se bajó del pedestal, perdió buena parte de su materialidad e incluso de su contorno, y se convirtió en un nuevo medio de la teatralidad, la instalación o la performance. Unos cambios que modificaron formatos y que trastocaron tamaños, que pronto empezaron a perderse o a chocarse con lo monumental, o a desbordar el museo o la galería.
Era 1958 cuando Yves Klein llenaba de vacío la galería Iris Clert de París con Le vide, y 1960 cuando Arman le daba la vuelta a ese mismo espacio llenándolo hasta los topes con Le plein, dos exposiciones que lo replantearon casi todo. A mediados de los sesenta Michelangelo Pistoletto hacía sus “objetos menos”, como Metro cúbico de infinito, que vemos en esta muestra. O cuando Marcel Duchamp hizo la última réplica de 3 stoppages étalon, según él una broma acerca del metro, aunque con un sentido mucho más sofisticado de la diversidad que puede tener una misma medida. O cuando Donald Judd hacía sus progresiones evitando la idea de copia, serie o múltiple, también el rastro, el carácter y la habilidad del artista, dejando la obra en manos del material, el formato y la composición. Una década prodigiosa que sentó las bases de todo lo demás: la escultura como un estado de suspensión formal y material en el que confluyen investigaciones previas alrededor de la escritura, la pintura, el dibujo o la música experimental, que también puede escucharse aquí, a través de una playlist para escuchar por las calles aledañas a la fundación acabada la visita.
Planteada en varias secciones que acompañan cierta idea cronológica, la exposición tiene algunos puntos cumbre frente a las obras de Lygia Pape, Joel Shapiro, Mary Miss, Mel Bochner, Anna Maria Maiolino, Stanley Brouwn, Bruce Nauman, Charlotte Posenenske, Chris Burden o Carl André. También en el estudio de las últimas décadas del siglo XX, cuando amplió tanto sus fronteras que terminó siendo irreconocible. Lo que milenariamente se había llamado escultura empezó a desintegrarse hasta convertirse en una explosión de prácticas y experiencias insólitas. Hacer escultura figurativa en esa deriva era algo casi insolente. Lo sabía bien Juan Muñoz, que alcanzó un hito de heroísmo ahí, un salto mortal en la historia de la disciplina en su descarada vuelta a la narrativa. Cualquier similitud con la escultura “de antes” agravaba el patinazo instantáneo. De eso se ríen Tres chinos (1999) en el jardín, así como las obras reunidas ahora en la Sala Alcalá 31 (Madrid), Todo lo que veo me sobrevivirá, y En la hora violeta, que abrirá en junio en el CA2M (Móstoles), ambas comisariadas por Manuel Segade.
Parece urgente hablar de escultura en los centros y museos españoles. Tiene lógica. Las épocas inciertas siempre empujan a cambios perceptivos y en la escultura las cosas han cambiado
Parece urgente hablar de escultura en los centros y museos españoles. Tiene lógica. Las épocas inciertas siempre empujan a cambios perceptivos y en la escultura las cosas han cambiado. Los artistas ya no piensan en producir trabajos con grandes presupuestos, sino en realizar un ejercicio de resistencia ante un contexto, como poco, adverso. Por encima de la idea o del formato, lo que aparece es el objeto y el material, donde todo tiene vida. En ese dilema se enmarcan exposiciones como Lo que pesa una cabeza en el TEA de Santa Cruz de Tenerife; las individuales de Jon Mikel Euba, Xabier Salaberría, June Crespo, Esther Gatón y Karlos Gil en el mismo CA2M, o la apuesta por artistas como Ester Partegàs (en la galería barcelonesa NoguerasBlanchard) o Alberto Peral (en el Museo Patio Herreriano, en Valladolid), así como proyectos que el año pasado sentaron la base del debate hoy: Escultura expandida, en el CAAC (Sevilla), y El sentido de la escultura, en la Fundació Joan Miró (Barcelona), un ejercicio de maestría en manos del artista David Bestué.
A riesgo de tropezar con las definiciones, la escultura es hoy una gramática parda, mestiza, una mezcla de gestos y actos que parecen estar en constante fuga. Atiende a necesidades inmediatas, sobre todo emocionales, está llena de acciones que no se ven, de anhelos y disfrute, y vive volcada en el lenguaje del material, la máxima de lo escultórico por venir. Aunque, por encima de todo, es una actitud, una invitación de transformar nuestra percepción sobre la historia, una posibilidad para ampliar nuestra experiencia de vida.
‘Escala: Escultura (1945-2000)’. Fundación Juan March. Madrid. Hasta el 2 de julio.
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