Leer en compañía: en celebración de los clubs de lectura

Las claves para el fomento de la lectura, también en personas adultas, son el acompañamiento, la comunidad, el afecto

Un grupo de mujeres lee en un salón.Yellow Dog Productions (Getty Images)

Mi primera experiencia de lectura en compañía fue cuando era niña. Antes de que supiera leer, mi madre me leía todas las noches, y cuando supe, fingí por un tiempo, porque pensé que si se enteraba me iba a dejar leyendo sola. Pero se enteró poco después y empezamos a turnarnos la lectura en voz alta. Era mi momento favorito del día, si me había peleado con mi madre, ahí se nos olvidaba, y se me olvidaban también las peleas con las amigas de la escuela y el miedo a los alienígenas y a los caníbales. La lectura era el espacio de entretenimiento, porque mi madre decía que a mi casa no llegaba la ...

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Mi primera experiencia de lectura en compañía fue cuando era niña. Antes de que supiera leer, mi madre me leía todas las noches, y cuando supe, fingí por un tiempo, porque pensé que si se enteraba me iba a dejar leyendo sola. Pero se enteró poco después y empezamos a turnarnos la lectura en voz alta. Era mi momento favorito del día, si me había peleado con mi madre, ahí se nos olvidaba, y se me olvidaban también las peleas con las amigas de la escuela y el miedo a los alienígenas y a los caníbales. La lectura era el espacio de entretenimiento, porque mi madre decía que a mi casa no llegaba la televisión (y yo le creí por demasiado tiempo). Leímos juntas hasta que cumplí diez años, cuando empecé a leer sagas de fantasía que desesperaban a mi madre porque tenían demasiados personajes. Ahí descubrí el placer de la lectura en soledad. Pero ese tiempo en que leí con mi madre, esa asociación de la lectura con el afecto, la convivencia y el gozo, fue decisiva en mi elección de estudiar literatura y dedicarme a las letras.

He sido parte de pocos clubs de lectura, aunque estudié Letras Inglesas y eso era un poco como estar en varios clubs al mismo tiempo. Con mis amigos de la carrera hicimos un club de Jane Austen donde leímos todos los libros conocidos de la autora. Zeidy, El rojo, Antonio y yo nos reuníamos una vez al mes, como señoritas victorianas, a tomar té en Azcapotzalco, en la colonia Obrera y en la San José Insurgentes para discutir esas novelas entrañables, geniales y divertidas que me han acompañado siempre.

También en la universidad asistí a un club de lectura al que llamaban “tertulia”, pero como el anfitrión dijera que pretendía que fuéramos el nuevo Ateneo de la Juventud salí corriendo de ahí y no regresé.

Salvo mi abuela, tengo pocos ejemplos a mi alrededor de personas que agarraron el gusto por la lectura después de cumplir veinte años

Un par de años después, un grupo de amigas y hermanos de amigas hicimos un club de lectura que sólo tuvo una sesión —que yo sepa— donde leímos y discutimos Los detectives salvajes entre clamores pasión y decepción (a mí la novela me apasionó, me decepcionó y me volvió a apasionar). En ese club conocí a Irene, con quien varios años después organizamos un club de lectura de Wittgenstein. Irene es filósofa, yo le temo a la filosofía y sin su guía no me habría atrevido a leer el Tractatus, que sin embargo resultó mucho más entretenido de lo que imaginaba.

Ahí terminan mis experiencias de clubs de lectura. Desde entonces he estado en varios talleres entre amigas, que son en el fondo clubs de lectura donde leemos textos en proceso. Ahora me turno noche por medio con el padre de mi hijo para leer con él. Estamos leyendo juntos la extraordinaria novela Mofeto y Tejón.

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A finales del 2021 publiqué una novela llamada Punto de cruz que habla de amistad y de bordados. Desde que apareció, la novela ha sido leída en más de 30 clubs de lectura a los que he tenido la suerte de asistir de manera virtual, para escuchar comentarios y responder algunas preguntas sobre el libro. Según me cuentan las organizadoras, casi todos son clubs nacidos en pandemia y casi todos están compuestos principalmente por mujeres. Fuera de eso, la diversidad es la regla. He estado en clubs de mujeres mayores de sesenta años en bibliotecas españolas, clubs feministas de jóvenes veracruzanas, clubs de diversas edades en librerías de Argentina, clubs de suscripciones mensuales con cientos de participantes, clubs de cinco amigas en la colonia Narvarte, clubs de bordado donde a veces también leen, clubs dirigidos por influencers y clubs espontáneos y horizontales. En todos ellos me he encontrado con ese entusiasmo, ese compañerismo, esa complicidad y ese disfrute de leer en compañía.

Pero lo que más me ha sorprendido es que en muchos de esos clubs he conocido personas que me cuentan que antes de unirse al club no leían, que empezaron a leer desde que son parte. Leer es uno de esos hábitos que siempre pensé difícil de adquirir después de cierta edad. Salvo mi abuela, que empezó a leer cuando sus hijos crecieron, tengo pocos ejemplos a mi alrededor de personas que agarraron el gusto por la lectura después de cumplir veinte años. El fomento de la lectura me pareció siempre un trabajo dirigido a la infancia y la adolescencia, nunca se me ocurrió que la clave para las personas adultas era la misma que me llevó a mí a ser lectora: el acompañamiento, la comunidad, el afecto.

Dice Margit Frenk en su hermoso libro Entre la voz y el silencio que la lectura fue, hasta por lo menos el siglo XIX, una actividad llevada a cabo principalmente en voz alta y en compañía. Quise escribir esto para celebrar estas comunidades de mujeres que han regresado a esas raíces de la lectura y que le están dando una nueva oportunidad, una mejor vida a los libros.

Jazmina Barrera es escritora mexicana, autora de libros como ‘Cuerpo extraño’, ‘Linea nigra’ y ‘Punto de cruz’.

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