‘Esta vez venimos a golpear’: cuando Sevilla fue un imán de la contracultura

La reconstrucción de Fran G. Matute de la vida cultural en los sesenta muestra la pionera conexión de la capital andaluza con la vanguardia tumultuosa en paralelo a Madrid o Barcelona

Jóvenes hippies sevillanos en el parque imitando la portada del single 'Jumpin' Jack Flash', de los Rolling Stones (c. 1968). Fotografía del interior del libro 'Esta vez venimos a golpear. Vanguardismo, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contractual 1965-1968', de Fran G. Matute.Archivo Banco Redondo

Mientras en Sevilla se celebraba el VII Congreso Eucarístico Nacional, unos pocos hippies locales se desplazaban a un campo en Alcalá de Guadaíra. Mientras en la plaza de España se congregaban 10.000 feligreses y Francisco Franco para escuchar la homilía del cardenal, aquellos peludos experimentaban por primera vez con alucinógenos. Era un día de junio de 1968. El contraste era radical. La misa la interrumpieron los aplausos, pero la experiencia lisérgica también sufrió otra distorsión acústica. ...

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Mientras en Sevilla se celebraba el VII Congreso Eucarístico Nacional, unos pocos hippies locales se desplazaban a un campo en Alcalá de Guadaíra. Mientras en la plaza de España se congregaban 10.000 feligreses y Francisco Franco para escuchar la homilía del cardenal, aquellos peludos experimentaban por primera vez con alucinógenos. Era un día de junio de 1968. El contraste era radical. La misa la interrumpieron los aplausos, pero la experiencia lisérgica también sufrió otra distorsión acústica. En una finca cercana estaban capando cerdos y los gritos de los animales impedían el viaje completo de aquel grupo medio convencido de estar trepando por las ramas de unos árboles de chocolate. La anécdota la cuenta Fran G. Matute en un libro de historia cultural cuyo interés, de entrada, podría parecer estrictamente local: una reconstrucción de la vida cultural en la capital andaluza en la década de los sesenta. Esta vez venimos a golpear cartografía este mapa de personas, discursos y espacios, sí, pero al mismo tiempo, desde esa plaza secundaria, muestra cómo algunas minorías se conectaron con una vanguardia tumultuosa en aquel periodo radicalizado.

Lo interesante del libro es mostrar el modo paradójico en el que se produjeron algunas de esas conexiones. En marzo de 1966 se lio parda en el teatro Lope de Vega con la representación de La muralla china, de Max Frisch. El director de la representación venía del oficialismo universitario, pero para esa escenificación escribió un texto en el programa de mano explicitando que “la imaginación para ver esta obra es necesaria, muy necesaria”. Imaginación para darse cuenta de que el argumento del emperador blindado con la muralla contra el futuro podía aplicarse al franquismo, como advirtió el público que gritaba “libertad” al finalizar la representación. ¿Era esperable que el principal promotor de la obra fuese un religioso? ¿Encaja que un profesor de la Facultad cediese su finca para que se celebrase una asamblea universitaria que impugnaba la institucionalidad académica de la dictadura? En esos territorios de ambigüedad crecían semillas de subversión estética e ideológica que constituyen la dimensión más moderna, más difícil de reconstruir del periodo. Porque era ocio y no solo diversión bailar en el Turín, una discoteca suscrita a la revista Billboard y cuyo pinchadiscos disponía así de una buena sección de vinilos de importación.

Sevilla no era el Nueva York de la Factory, no nos pasemos, pero sí un polo magnético para una juventud que quería quitarse de encima la mugre autoritaria

Matute ha realizado decenas de entrevistas y ha vaciado sistemáticamente la prensa del periodo. Al mostrar las conexiones descubrimos algunas trayectorias relevantes de la cultura de la democracia. Así vemos cómo Jesús Quintero dio sus primeros pasos en la radio, las conferencias sobre la mujer de Castilla del Pino, el asesoramiento dramatúrgico de un Alfonso Guerra o los papeles de Brecht interpretados por Miguel Rellán, las exposiciones de arte informalista en La Pasarela o cómo Gonzalo García Pelayo empezó sus trabajos como productor tanto musical como cinematográfico. Sevilla no era el Nueva York de la Factory, no nos pasemos, pero sí un polo magnético para una juventud que quería quitarse de encima la mugre autoritaria o para los jóvenes del continente que pasaban por los caminos de iniciación que llevaban al Marruecos cannábico. Digamos que en el mapa de la contracultura la ciudad fue uno de sus epicentros —como la Barcelona que ahora se expone en el CentroCentro Madrid— y su historia, hasta ahora, no estaba bien contada. Continuará. Porque el libro acaba en el momento en que el malogrado Pipo Clavero y el propio García Pelayo empezaron a componer las letras para el grupo psicodélico que fue Smash.

Esta vez venimos a golpear

Autor: Fran G. Matute.


Editorial: Sílex, 2022.


Formato: tapa blanda (212 páginas, 23 euros).

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