El fotolibro, un bum que no cesa
Una nueva edición de la feria ArtsLibris llega este fin de semana a Barcelona con los libros de artista como máximos protagonistas
Si bien la historia del fotolibro se remonta prácticamente al nacimiento del medio fotográfico en sí, al momento en que Anna Atkins publica Photographs of the British Algae (1843), y su consolidación como genero se sitúa en la época de las vanguardias históricas, ha sido en el transcurso de las dos últimas décadas cuando el formato ha experimentando su gran bum. Un auge que, de momento, parece imparable y que, paradójicamente, ha tenido lugar dentro de una horquilla de tiempo en la cual el visionario ...
Si bien la historia del fotolibro se remonta prácticamente al nacimiento del medio fotográfico en sí, al momento en que Anna Atkins publica Photographs of the British Algae (1843), y su consolidación como genero se sitúa en la época de las vanguardias históricas, ha sido en el transcurso de las dos últimas décadas cuando el formato ha experimentando su gran bum. Un auge que, de momento, parece imparable y que, paradójicamente, ha tenido lugar dentro de una horquilla de tiempo en la cual el visionario Nicholas Negroponte, autor del best seller Ser Digital (1995) predecía muchos de los cambios promovidos por la revolución digital y ponía fecha a la muerte del libro en papel: según los vaticinios del fundador del Media Lab del MIT, tendría que haber ocurrido en 2015.
La muerte del libro no implicaba para Negroponte que la publicación impresa fuera a desaparecer por completo, solamente quedaría arrinconada por el formato digital. Aun así, en lo que respecta al fotolibro sus predicciones no pudieron ir más descaminadas. En la última edición de The Photobook Review, publicada en el otoño de 2021, un gráfico ilustra cómo desde 1999 hasta 2021 el número de editoriales dedicadas a este formato se multiplicaron por cinco: de 92 pasaron a ser 485. Si, tal y como apuntaba Negroponte, “los libros son la provincia de los románticos y los humanistas”, el centralismo está claramente debilitado dentro del escenario de la fotografía, donde el fotolibro se ha convertido en un interesante y coherente contenedor, encaminado a ser reconocido como una disciplina artística en sí misma. Algo que debió de intuir Gabriela Cendoya Bergareche (San Sebastián, 1958), una de las mayores coleccionistas de fotolibros de Europa, cuando en los noventa comenzó a adquirir volúmenes. ”Empecé comprando libros sin afán de coleccionar. Vivía entonces en Burdeos”, recuerda al otro lado del teléfono. ”Siendo estudiante de Historia del Arte solía comparar muchos libro de pintura. No puedo recordar cuándo, pero hubo un momento en que me di cuenta que solo compraba libros de fotografía. Por aquel entonces aún no se llamaban fotolibros. Llegué a la fotografía a través de ellos”, afirma, ratificando el poder de la publicación impresa para difundir la fotografía y afianzar su repercusión e influencia.
Fue Camera Works (1984) —una recopilación de collages fotográficos realizados por el artista británico David Hockney a través de los cuales el autor reflexiona acerca de nuestra forma de ver— la obra que sirvió a la coleccionista de puente entre la pintura y la fotografía. “De ahí en adelante empecé a descubrir las posibilidades del medio fotográfico. Me abrió un mundo”. Así, la coleccionista destaca libros como RFK Funeral Train, de Paul Fusco —el duelo de una nación publicado treinta años después del asesinato de Robert F. Kennedy—, los fotolibros que por entonces publicaba el radical Daido Moriyama, así como Theaters, de Hiroshi Sugimoto, “el primer libro que compré por internet, donde, de forma silenciosa, quedan plasmados el tiempo, la historia, la memoria y la luz a través de la delicada y exquisita mirada del autor oriental”. Desde 2017, Cendoya gestiona el Centro de Documentación y Biblioteca del Museo San Telmo, donde ha depositado gran parte de su colección, compuesta por más de 3.000 volúmenes, con el principal objetivo de hacerla visible al público y fomentar el estudio y conocimiento de este tipo de expresión artística. En cuanto a su criterio de selección, ante todo antepone la emoción que le produce el fotolibro. “Una emoción que puede ser estética o de otro tipo. El papel, la historia que cuenta, cómo lo hace, todo influye. Hay veces que conozco a los autores y entonces repito”, explica, “pero procuro alimentar mi curiosidad para tener un criterio más amplio”.
“La intención narrativa del fotolibro es lo que le distingue del resto” señala Cendoya. “No es un catálogo. Es una obra en sí misma en la que el autor plantea un tema a través de imágenes, siguiendo una secuencia”. “Destaca su variedad y riqueza. El diseño, la tipografía, el texto, el grafismo, la secuenciación de imágenes, todo ello funciona en conjunto”. La entrada del nuevo siglo coincidió con el regreso de la coleccionista a España, donde una nueva generación de autores se proponía inyectar savia nueva aportando un nuevo discurso dentro del escenario de la fotografía en España, y hacían uso del fotolibro. “Allí estaban Julián Barón y Óscar Monzón (que recibió el premio Primer Fotolibro Paris-Photo/ Aperture Foundation con Karma), entre otros muchos. A través de sus atractivos y novedosos fotolibros, evidenciaban un gran ingenio y una inventiva a la que se unía el diseño para dar un valor al objeto más allá de lo que se podía haber visto en la pared de una exposición”, recuerda la coleccionista. “Había una riqueza en la forma y en el fondo. Los jóvenes se saltaban todas la normas y además los nuevos medios les facilitaban formas de imprimir y editar. Si bien es cierto que hay muchos libros que no quedarán, hay otros muy importantes que definitivamente aportaron nuevas formas de ver. En España he visto nacer muchas editoriales independientes, que admirablemente van sorteando crisis tras crisis, buscando nuevas alternativas”.
“El cambio experimentado en estas dos últimas décadas en el escenario del fotolibro ha sido radical”, asegura la editora Sonia Berger, al frente de la editorial Dalpine. “Se pasó de no haber absolutamente nada a existir una oferta cada vez mayor. Entre las ferias dedicadas al libro de artista, al fanzine, las dedicadas exclusivamente al fotolibro y las especializadas se ha creado una especie de ecosistema. Ocurre lo mismo con las editoriales y todo esto es muy positivo”, asegura. “Son muchos los autores que eligen el fotolibro como soporte para difundir su trabajo frente a la imagen en una pared. En él pueden mostrar el desarrollo completo de un proyecto. Es el único formato donde lo ves. El bum del fotolibro ha sido un fenómeno internacional. Yo vinculo el anuncio de la muerte del papel con una época en la que había un claro interés en vender dispositivos digitales, pero estaba claro que para cierto tipo de libros, por sus características de diseño e impresión, la propuesta no era válida”.
Cendoya ha participado ayer dentro de uno de los seminarios organizados por ArtsLibris, en colaboración con La Virreina. La nueva edición de la feria internacional de libro de artista abrirá sus puertas el viernes en Barcelona, el mercado de San Antoni, hasta el próximo domingo. Este año con la participación de un centenar de editores. “Uno de los temas que nos planteamos en cada edición es que al fotolibro siempre se le encierra en una casilla aparte, cuando ya todos estamos de acuerdo en que es una publicación de artista”, destaca la galerista Rocío Santa Cruz, directora de la feria. “Aproximadamente un 40% de los libros que se pueden encontrar en la feria son fotolibros o tienen un base fotográfíca. Así, nos encontraremos con editoriales especializadas claramente en este sector, y otras vinculadas a este formato de forma parcial. El porcentaje ha crecido mucho en los últimos años. A partir de la pandemia se ha acentuado la autoedición y muchos artistas lo hacen en forma de fotolibro. En esta edición estamos recuperando poco a poco a los editores internacionales, como la Galeria Écho 119 de París, que trae una selección de fotolibro japonés; Caja Negra, de Buenos Aires o Metales Pesados, de Santiago de Chile. La española Ojos de Buey se ha especializado en fotoperiodismo. También destaca la presencia de proyectos periféricos españoles como Bartlebooth o Fabulario, que vienen de Galicia, Asturias o el País Vasco. Resulta muy interesante ver cómo se edita fuera de las grandes ciudades”. Tras 13 ediciones, ArtsLibris se ha consolidado como un modelo alternativo al anglosajón. “Reivindicamos el sur de Europa, el Mediterráneo y habernos convertido en una proyecto iberoamericano”.
Entre las novedades de fotolibros publicados este año, algunos de los cuales podrán encontrase en ArtsLibris, Cendoya destaca Matter de Aleix Plademunt (Ca l’Isidret /Spector Books); La luz que nos ciega, de Antonio Guerra (Dalpine/ La Kursala); Los huesos del agua, de Luis González de Palma (Ediciones Anómalas); Ornamento, el nuevo fotolibro de Toni Amengual; Belleville (Stanley/ Barker), de Thomas Bovin, Eduardo & Miguel, (Phree, Ediciones Imposibles, RM ), de Ignacio Coló; y Scumb Manifiesto (MACK) de Justine Kurland. Este año, por primera vez, ArtsLibris, junto con la Fundación Foto Colectania y en colaboración con la Asociación Amigos de Eloi Gimeno, otorgará el Premio Eloi Gimeno al mejor fotolibro concurrente en la feria.
Puede que la experiencia que ofrece un libro al sostenerlo entre las manos, al pasar las páginas aún oliendo la tinta, sea una reacción ante el mundo virtual en el que pasamos inmersos buena parte de nuestras vidas, pero lo que está claro es que la fascinación por el fotolibro perdura.
ArtsLibris. Espai Fossat del Mercat de San Antoni. Barcelona. Del 10 al 12 de junio.
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