Presidente, ¡deme más!
Quien más, quien menos, los lectores ya tienen su lista de desiderata perfilada de cara a la semana grande del libro. Me atrevo, por si a alguien pudiera interesar, a consignar alguno de los leídos en las últimas semanas
La ansiedad ante los inminentes resultados de la segunda vuelta de las elecciones francesas me atiborra la mente de imágenes y palabras. Se recrudecen exponencialmente mis insomnios (y mis pesadillas, cuando logro vencerlos); dos libros, que recomiendo a quienes padezcan el mismo mal, me ayudan a entenderlos: El mal dormir (Asteroide), de David Jiménez Torres, y el estremecedor Un malestar indefinido (Anagrama), de Sam...
1. Repantigados
La ansiedad ante los inminentes resultados de la segunda vuelta de las elecciones francesas me atiborra la mente de imágenes y palabras. Se recrudecen exponencialmente mis insomnios (y mis pesadillas, cuando logro vencerlos); dos libros, que recomiendo a quienes padezcan el mismo mal, me ayudan a entenderlos: El mal dormir (Asteroide), de David Jiménez Torres, y el estremecedor Un malestar indefinido (Anagrama), de Samantha Harvey. En cuanto al atiborramiento mencionado, recuerdo y encuentro que Sancho (Quijote, I-XXV) describe a Aldonza Lorenzo ante su enamorado como “moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho”, robusta (lo que el escudero más célebre llama tener “rejo”) y dotada de potente voz. No puedo evitar que me evoque a Marine Le Pen, la candidata del fascismo francés reblandecido y blanqueado por mor electoral. Parece que al otro lado de los Pirineos la pelea se libra entre dos contendientes de pelo en pecho. Ahí tienen a Macron, el otro candidato de los ricos (los otros no lograron pasar la marca), siempre igual a sí mismo y perpetuamente elegido como mal menor, repantigado en un sofá y luciendo, a modo de alfombra corporal, la hirsuta mata de pelo que le cubre el pecho, tan espesa que podría esconder cualquier pecado. Dicen que a algunas personas les gusta durante el sexo sentir ese humano mato grosso. Me preocupa carecer de él, de modo que creo que lo resolveré adquiriendo un tubo de Loctite o Ceys y pegándome entre las tetillas los pelos desechados que pueda conseguir en mi peluquería. Repantigado, por cierto, me imagino también al mayor emérito del reino viendo desde Abu Dabi el programa de Susanna Griso y enviándole wasaps (por alusiones) para distanciarse de la comisión millonaria de Piqué —ese muerto de hambre— y Rubiales, este es un país de coña. En cuanto al título de este Sillón de Orejas, también se lo debo a la señora Griso, que, al final de una entregada entrevista a Pedro Sánchez, y a modo de reproche por haber tardado cuatro años en concedérsela, le suplicó —inevitablemente la frase tiene cierto regusto erótico— que no se hiciera de rogar tanto y le concediera más entrevistas.
2. La mejor Rosa
Estamos en la semana grande del libro: Sant Jordi, Cervantes, Shakespeare, Peri Rossi son las figuras tutelares bajo las que se acogen autores y lectores, los dos elementos esenciales del negocio. Los libreros y los editores se ponen contentos: con sus excepcionales días y noches del libro, estas son las fechas en las que todos exponen lo mejor de cada casa y, en cierto sentido, ponen broche final, junto a la próxima Feria de Madrid, a la que antes se consideraba temporada del sector. Quien más, quien menos, los lectores ya tienen su lista de desiderata perfilada. Me atrevo, por si a alguien pudiera interesar, a consignar alguno de los libros leídos en las últimas semanas. El que más me ha impresionado —y, para mí, desde ya, uno de los hitos literarios de 2022— ha sido, sin duda, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), de Rosa Montero, un libro apasionante que se define por lo que no es: no es una novela, no es un ensayo, no es un volumen de memorias, pero participa de los tres géneros y lo hace dejando respirar al lector, concediéndole espacio para meditar en lo que lee y poder dialogar desde lejos con la autora/narradora. Si tuviera que resumirse en una frase para paratexto, podría decirse que se trata de una reflexión plenamente literaria en torno a la relación entre locura (en mayúscula y minúscula: desde las patologías hasta las manías y extravagancias) y creatividad. Pero eso sería empobrecerlo, porque además de partir de la base de que lo “normal” no existe salvo como constructo estadístico, e ilustrar ese principio con una nómina enorme de personajes y ejemplos, RM ofrece su propio autoanálisis (y no es la primera vez, pero sí la más completa) en el momento que ha cruzado la raya de la setentena y enfrenta la futura vejez con la convicción, como creía Kierkegaard, de que la vida se vive hacia adelante, pero siempre se comprende hacia atrás. Siempre me ha interesado más la RM reflexiva que la narrativa, y este libro constituye una perfecta síntesis y culminación de lo mejor de su obra. No se la pierdan, porfa.
3. Más novelas
Con esto del woke (“despierto”) consciente o inconscientemente asumido, aquí todo el mundo se la coge con papel de fumar. Existen más melindres (por decirlo con suavidad) que nunca a la hora de escribir, no sea que se nos vaya a enfadar alguien. Un improbable lector, que parece preocupado por ello, me envía una foto del escaparate de una pastelería en la que se exhibe la cilíndrica delicia repostera que antes se llamaba “brazo de gitano” (en Argentina, “arrollado”; en Chile y Colombia, “brazo de reina”) con un rótulo que omite el determinativo y lo deja en “brazo”, como si fuera una ilustración de un manual de anatomía. Vaya por Dios: otro término tabú, quizás haya que reemplazarlo, para que el objeto que nombra no quede huérfano, por “brazo romaní”. Continuando —perdonen el desvío— con las recomendaciones, les sugiero varias novelas cortas que me han llamado la atención: Tinta simpática (Anagrama), del siempre sutilmente inquietante Patrick Modiano; Luna llena (Tusquets), una estupenda historia de amor de edad tardía de la japonesa-canadiense Aki Shimazaki, y la no tan corta Ciudad en llamas (HarperCollins) del gran Don Winslow, de la que ya escribí en este sillón en septiembre de 2021, cuando me enviaron las pruebas sin corregir en las que me anunciaban que saldría aquel mismo mes. Nunca entenderé el motivo de tan largo embargo. No es el mejor Winslow, pero no desmerece ante su trilogía de El cártel.
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