A propósito de Alfredo (y de Fraga y Fidel Castro)

Alfredo Conde firma un eficaz relato sobre la improbable amistad entre el líder gallego y el cubano, que también es una crítica a la desfiguración de nuestra democracia a manos de los partidos políticos

Fidel Castro y Manuel Fraga, entonces presidente de la Xunta de Galicia, preparan una queimada en O Carballiño (Ourense) en 1992.Xurxo Lobato

Alfredo es Alfredo Conde, intelectual y escritor de mérito, que acaba de publicar un insólito libro sobre sus relaciones con Manuel Fraga, el apabullante exministro de Franco que fundó Alianza Popular en la democracia, cuna del actual PP, a cuyo liderazgo renunció en favor de José María Aznar, “sin tutelas y sin tutías”. Digo que es insólito porque con tal pretexto el autor aprovecha para hacer unos apuntes biográficos que son casi un intento...

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Alfredo es Alfredo Conde, intelectual y escritor de mérito, que acaba de publicar un insólito libro sobre sus relaciones con Manuel Fraga, el apabullante exministro de Franco que fundó Alianza Popular en la democracia, cuna del actual PP, a cuyo liderazgo renunció en favor de José María Aznar, “sin tutelas y sin tutías”. Digo que es insólito porque con tal pretexto el autor aprovecha para hacer unos apuntes biográficos que son casi un intento de memorias o de dietarios, en donde también lleva a cabo unos mínimos ajustes de cuentas con determinados personajes del pasado.

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Inició sus pinitos, como tantos de su generación, en el Partido Comunista para terminar ingresando en las listas electorales del PSOE gallego, con el que llegó a ser conselleiro de Cultura en el Gobierno de González Laxe. En el libro narra su diálogo permanente e intenso, siendo él un hombre de izquierdas, con don Manuel, representante de la tendencia pseudoliberal del sector falangista de la dictadura. Y, menudencias aparte, a las que luego haré referencia, el resultado es muy digno de elogio. Ayuda a esclarecer algunas nieblas respecto al relato de la Transición política española, incita desde su galleguismo militante a la meditación sobre la España de las autonomías y, sobre todo, pergeña dos estupendos retratos de Fraga y Fidel Castro, a los que acompañó en numerosas ocasiones, y que bien podrían servir de prólogo a un estudio más detallado de ambas personalidades.

Como Conde, pero por motivos bien diversos, también yo tuve la oportunidad de tratar con ambos personajes, y como él me rendí en ocasiones a la fascinación producida por su encarnadura casi animal antes de padecer la decepción desatada por su extremado egocentrismo. El autor del libro, hijo de un represaliado por el franquismo, reitera a lo largo de más de 200 páginas que nunca rechazó “el trato con nadie en función de su ideología o de su militancia política, sino a partir de su condición humana”. Aunque la condición de los personajes citados era más bien inhumana, según se encarga el propio Conde de poner de relieve. De Fraga dice que era un ser proteico y cambiante, dispuesto a competir con todos, incluso consigo mismo, con tal de ser siempre el primero, pero pone de relieve su dedicación al país y su honestidad personal, en estos tiempos en los que la corrupción política es moneda de cambio corriente. “Fue un servidor público de principio a fin”, afirma, “un reformador partidario de provocar los cambios desde dentro”. E incluso compara su proceder con la penetración de las Comisiones Obreras comunistas en los sindicatos franquistas, a fin de reclamar los derechos de los trabajadores. Su comedida admiración por el exministro franquista proviene sobre todo de ser el promotor del galleguismo en la política española, toda vez que esa era una corriente tradicionalmente representada por intelectuales de izquierda, como Ramón Piñeiro o él mismo. Y narra con singular detalle la relación que tuvo con Fidel Castro, a la que sugiere que contribuyó sobremanera. Entre otras cosas, fue autor de un libro que recogía una larga entrevista de varias horas hecha por él mismo al Comandante para la televisión gallega. Su distribución fue prohibida en Cuba y finalmente él padeció la lejanía y la ingratitud del régimen castrista en circunstancias que compara con las vividas por Mario Vargas Llosa o Jorge Edwards. Acompañante de Manuel Fraga en su primera visita a la isla, fue testigo de la singular relación que estableció con Castro, del que terminó siendo anfitrión en el viaje de este a Galicia para visitar la casa de su padre. La bonhomía del narrador no le impide poner de relieve que Fidel, quien nunca le habló mal de Franco, y lo hacía con respeto, era propenso a negociar con carne humana y “siempre tenía un preso político que ofrecer como intercambio de algo. Fraga consiguió liberar a no pocos de ellos”. Pienso yo que algo así podría decirse hoy de la relación entre Rodríguez Zapatero y Maduro, salvando desde luego enormes distancias, pues ni de lejos tienen la calidad humana y política de aquellos dos gallegos. Por lo demás, la relación entre estos fue diáfana, frente al oscurantismo que rodea el singular apoyo del expresidente español al tirano caraqueño.

La bonhomía del narrador no le impide poner de relieve que Fidel Castro nunca le habló mal de Franco

En el terreno estrictamente político, Conde valora sustancialmente la propuesta del que fuera presidente de Galicia de establecer una administración única como respuesta a los problemas burocráticos y de gestión entre los gobiernos autónomos y el central. Hace también una crítica nada velada de la desfiguración de nuestra democracia a manos de los partidos políticos, de modo que se ha convertido en “una partitocracia que pone el futuro político de los diputados en las manos de los secretarios generales de los partidos”. Los reparos menores que pueden anotarse al libro son un cierto descuido literario en su edición en castellano y la corrección a una anécdota concreta. Asegura Conde que alguien le comentó que Adolfo Suárez pidió una vez un resumen de un folio de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Eso le vale para cachondearse levemente del primer presidente de la actual democracia española. No dudo de que alguien se lo contara, pero sí de que hubiera sucedido así. Yo fui quien hice las presentaciones entre Adolfo y Gabo, a petición de este, y quien ofrecí el primero de los almuerzos que tuvimos a tres, cada vez que García Márquez visitaba Madrid. Puedo asegurar que Adolfo, que nunca presumió de intelectual, sí era lector, como tantos millones de gentes, de la obra del premio Nobel.

Quienes ahora lo sean de este libro de Alfredo Conde disfrutarán con el relato, construido muy eficazmente, y apreciarán la sinceridad y humildad de su autor, no exentas de la inevitable sorna gallega. Por lo demás, las relaciones de Conde con esos dos amigos tan dispares, y a la vez tan parecidos, que él retrata, acabaron más o menos igual de mal que las mías. Aunque, en un último arrebato de humanidad, lamenta la forma en que se desarrollaron los últimos días de Fraga, seguro por otra parte de que este nunca los hubiera deseado así. Podríamos añadir que Fidel tampoco.

A propósito de Fraga

Autor: Alfredo Conde.


Editorial: Ezaro, 2021.


Formato: 228 páginas. 18 euros.



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