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Grandes autores para pequeños lectores

La literatura infantil y juvenil española vive un momento de esplendor. Una nueva generación triunfa internacionalmente con sus libros y reivindica la aventura frente al corsé de la pedagogía

De izquierda a derecha, los escritores y escritoras Ana Campoy, Sofia Rhei, Diego Arboleda, Sara Cano, Pedro Mañas y Begoña Oro, fotografiados en la librería Tipos Infames (Madrid).Vídeo: Inma Flores

Cuando en 2012 Londres dedicó el segmento central de la apertura de sus Juegos Olímpicos —ese momento en el que los ojos del mundo están puestos en ti y muestras solo aquello de lo que estás enormemente orgulloso— a la literatura infantil y juvenil, el Reino Unido estaba diciéndole al planeta que, para ese país, los niños y las niñas nunca han sido algo en potencia, sino ciudadanos de pleno derecho, ciudadanos que cuidar y respetar. Y en su idioma: el de, todavía, los su...

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Cuando en 2012 Londres dedicó el segmento central de la apertura de sus Juegos Olímpicos —ese momento en el que los ojos del mundo están puestos en ti y muestras solo aquello de lo que estás enormemente orgulloso— a la literatura infantil y juvenil, el Reino Unido estaba diciéndole al planeta que, para ese país, los niños y las niñas nunca han sido algo en potencia, sino ciudadanos de pleno derecho, ciudadanos que cuidar y respetar. Y en su idioma: el de, todavía, los sueños. De ahí que se les enviase —camas y Mary Poppins mediante— al País de Nunca Jamás, ese lugar que está en lo que imaginamos antes de dormirnos, y tomar, como le dijo Peter Pan a Wendy, la “segunda a la derecha” e ir “directos hasta el amanecer”. ¿Sería siquiera imaginable algo así en España? Ana Campoy cree que no, y por eso lo recuerda, con un deje reivindicativo, siempre que puede. Campoy (Madrid, 41 años) empezó a escribir para niños en 2011. Hoy tiene más de una veintena de libros a sus espaldas. Su última serie se llama Familia a la fuga (Lo que Leo).

De niña leía sin parar El mago de Oz. Era una especie de refugio, dice. No creció pensando que sería escritora de libros infantiles. Nadie lo hizo, en realidad. Los que querían ser escritores, querían serlo sin más, como defiende Ledicia Costas (Vigo, 41 años), sin pensar en “una franja de edad”. Porque eso separa, insiste también Sara Cano (Madrid, 34 años), la literatura infantil y juvenil de la adulta. “La literatura para niños no es un género, está repleta de géneros”, dice. Y tampoco, apunta, “es mera educación, como quizá se piensa desde el mundo adulto; es y debe ser sobre todo ocio, pasión: queremos que los niños pasen miedo, se enamoren, vivan aventuras, viajen a otras épocas. Exactamente igual que los adultos, porque esa es la única manera de que amen la lectura. Los niños no quieren lecciones de la misma manera que no las queremos nosotros”. Cano publicó su primer libro para niños en 2016. El primer título de una serie llamada La guerra de 6º A (Alfaguara), de la que lleva vendidos más de 50.000 ejemplares.

La cifra no es mayúscula, aunque lo es si se la compara con el libro para adultos. Un éxito semejante en un libro para adultos se convierte automáticamente en un fenómeno. Por eso el infantil y juvenil supone un “30% del mercado”, según Campoy, porque no es que un éxito así se dé de vez en cuando, es que es algo “habitual” porque “los niños son los que más leen”. Y sin embargo, ¿existe algún tipo de prescripción al respecto en los medios generalistas? No, y eso convierte las librerías en un campo de batalla en el que gana el que dispone de una mayor inversión en marketing. Así ocurre que mientras Miguel López, El Hematocrítico (A Coruña, 44 años), tiene hasta un musical basado en su obra en Corea del Sur, aquí le cueste encontrar sus obras en las librerías. O que el nombre de Dav Pilkey (autor de El Capitán Calzoncillos) nos resulte más conocido que el de Ledicia Costas, premio Nacional en 2015 por Escarlatina, la cocinera cadáver (Anaya).

“Somos invisibles”

Ese galardón le permitió salir de Galicia. Para entonces, llevaba 15 años publicando libros infantiles, de los que vendía 30.000 ejemplares al año solo en gallego. Aun así, las editoriales nacionales no se habían interesado por sus derechos. “Somos invisibles”, se lamenta, “vivimos luchando contra un gigante permanente”. Quizá por eso son una pequeña familia. Se leen entre ellos porque “ni siquiera los amigos” los leen, porque “aquí se presume de no leer libro infantil, se presume de la ignorancia”, apunta El Hematocrítico, que llegó a la escritura para niños “de forma natural”. “Empecé a contar cuentos en clase [es profesor] y me di cuenta del poder que puede tener un libro entre los chavales y quise escribir cosas divertidas para ellos”, recuerda. Acaba de publicar un recopilatorio de sus historias, El bosque de los cuentos (Anaya), entre las que se encuentra Feliz Feroz, que se editó por separado, como el resto, en su momento y de la que se han hecho “20 o 30 ediciones en un montón de idiomas”. Y el mencionado musical en Corea.

Diego Arboleda tenía 38 años cuando ganó el Premio Nacional en 2014 por Prohibido leer a Lewis Carroll (Anaya), objeto de culto en muy distintos países —se tradujo a siete idiomas, entre ellos el estonio, el chino y el coreano— y un superventas en España. Prohibido leer a Lewis Carroll ha vendido solo aquí más de 40.000 ejemplares. The Guardian, en su sección de infantil y juvenil, lo consideró uno de los libros del año cuando ni siquiera había sido traducido al inglés. Arboleda, que nació en Estocolmo casi por accidente —ha crecido en Madrid—, cree que, pese a que aún se publican estudios académicos en los que se considera a la literatura infantil “subliteratura”, los tiempos están cambiando, y editoriales plenamente literarias también en España están buscando esas pequeñas joyas. “Independientes con catálogos muy cuidados, como Nórdica o Blackie Books, se están lanzando al infantil. Y su prestigio va a ir de la mano de la calidad de los textos con los que se va a encontrar aquí”, dice Arboleda. Arboleda fue librero durante 10 años y también hace labor editorial. Sabe de lo que habla.

Los autores Miguel López, 'el Hematocrítico'; y Ledicia Costas, en la librería Berbiriana de A Coruña.OSCAR CORRAL

“Es curioso, cuando tenemos hijos pensamos en llevarlos al mejor pediatra y en darles una alimentación sana, pero no nos fijamos en lo que leen. ¿No deberíamos buscar también a los mejores escritores e ilustradores que pudiéramos encontrar?”, se pregunta Begoña Oro (Zaragoza, 46 años). Amante de la literatura absurda de Consuelo Armijo —a quien también reivindica Sara Cano—, Oro, autora de las exitosas series Misterios a domicilio (RBA) y La pandilla de la ardilla (SM), asegura que “es la primera vez que se juntan tantas generaciones de autores haciendo infantil y juvenil en España”. “La LIJ [acrónimo con el que se conoce a la literatura infantil y juvenil en el sector] nació en España a finales de los setenta, en 1978, cuando se creó el Premio Nacional y colecciones como El Barco de Vapor. Antes, todo lo que había era material didáctico. Nuestra generación es la primera que ha crecido leyendo colecciones creadas para ella”, añade.

A Oro le molesta que se piense que es más sencillo escribir para niños que para adultos. “Escribir para niños es jugar, sí, pero jugar con unas reglas. Y el lector es muy exigente”, dice. Muy exigente, pero también muy fiel. “No es que las series estén de moda ahora”, apunta Sara Cano. “Han estado ahí desde el principio. ¿Qué eran Los Cinco o El pequeño vampiro? Cuando los niños leen algo que les apasiona quieren más”.

Pedro Mañas (Madrid, 39 años), que llegó a esto “de casualidad” —se topó con un concurso de cuentos infantiles, se presentó sin pensar y ganó—, está midiéndose a los gigantes de los que hablaba Costas —series importadas como Isadora Moon— con Anna Kadabra (Planeta). Y esa parece una tendencia al alza. El Hematocrítico y Costas publicarán el año próximo series que se lanzarán a lo grande, sin que eso empañe su ambición literaria. “Un buen libro para niños puede seducir también a un buen lector adulto”, dice Mañas, como han hecho históricamente los de Roald Dahl, Astrid Lindgren o Gianni Rodari.

¿Son los libros de influencers y youtubers un problema? “Pueden llegar a impedir que coloques lo que has escrito, pero ahora mismo es un mercado que se está debilitando”, dice Sofía Rhei (Madrid, 42 años), autora de casi medio centenar de libros entre infantil y adulto —es un nombre clave del fantástico—, entre ellos la serie El joven Moriarty (Nevsky Prospects) y el inminente Qué horror de vecinos, finalista del último Premio Edebé. “Si no producimos textos de calidad, estamos estropeando intelectualmente a una generación”, sentencia. Una responsabilidad que los youtubers no sienten, pero que al sector no le preocupa en exceso porque, como dicen Sara Cano y Begoña Oro, “esos libros se compran como se comprarían camisetas, son un producto de marketing más de una marca, no tienen peso literario”. Es decir, no suman ni restan lectores, de la misma manera que no lo hacen los libros mediáticos para adultos.

Un cómic de autor para niños

A falta de, como dice Mañas, “una crítica especializada y de calidad” que oriente a padres, pequeños lectores e incluso editores, los prescriptores son los libreros de pequeñas librerías “que ponen en marcha un boca a boca que corre como la pólvora”, dice Costas. Está de acuerdo Artur Laperla (Barcelona, 45 años), el autor de Super Patata, un tebeo infantil de éxito en todo el mundo —hasta el punto de haber llegado a bibliotecas y colegios en Estados Unidos—. Sabe que el fenómeno no existiría sin ellas. Tampoco el sello que lo publica, Bang Ediciones, que a través de su colección Mamut lleva desde 2008 publicando cómic de autor para niños y que reivindica “un cómic infantil no infantiloide”, en palabras de Laperla. “Es como si estuviese haciendo el camino inverso: primero el cómic luchó contra el estigma de lo infantil y ahora lo infantil está reclamando su sitio”, añade.

Porque ese sitio es un sitio nuevo, un sitio que en España ha construido casi a solas la colección Mamut dando “total libertad” a sus dibujantes y yendo en busca de ilustradores y artistas desconocidos —como Marta Cunill (Vic, 34 años), que viene del mundo del cine—, pero también conocidos —como Sergio Mora o Fermín Solís—, que se atreviesen a contar historias para niños a partir de tres años. Es decir, niños que aún ni siquiera leían, pero que podían entender el arte secuencial y desarrollar una narrativa visual. Lectores que van a crecer con una idea muy clara de que cada libro es obra de alguien distinto, porque el grafismo de cada uno, como explica su gerente, Stéphane Corbinais, “es único”. Siguiendo la estela de Mamut, ya hay colecciones similares en la editorial ECC; Base publica Pequeño Peludo, Blackie Books hizo lo propio con Ana y Froga, y Beascoa ha contratado una serie al propio Laperla.

El editor Stephane Corbinais, en el centro, la ilustradora Marta Cunill y el ilustrador y autor Artur Laperla.JUAN BARBOSA

¿Viven de escribir los autores de la LIJ? Sí, siempre que se cuente “lo paraliterario”, como apunta Mañas; esto es, los talleres en librerías, las charlas en colegios, las traducciones, el trabajo, en muchos casos, editorial. Para no desfasarse, escuchan a los niños. Los escuchan muchísimo. “¡Tienen buenísimas ideas!”, dice Sara Cano. También ven lo que ellos ven, y tratan de encontrar un equilibrio entre lo que siempre estuvo y estará ahí y lo que será inevitablemente pasajero en un libro—y eso incluye su particular jerga—. Las famosas reglas de las que hablaba Begoña Oro. Todos se preguntan por qué los padres, tan obsesionados con que sus hijos lean, no comparten lecturas con ellos “como comparten las pelícu­las de Pixar”, apunta Campoy. No se construye un segmento como el de la apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, concluye Cano, “si no reconocemos que el talento está a la altura”.

Las nuevas caras de la literatura infantil y juvenil

Diego Arboleda. Los muy literarios libros de este premio Nacional tratan a menudo de otros libros. O de niños que leen más de la cuenta, como ocurre en su mundialmente famoso 'Prohibido leer a Lewis Carroll'.

Sara Cano. Divertir con lo pesadillesco de lo cotidiano y con lo aparentemente salvaje es lo que se propone la autora de series escritas para ser devoradas como 'La guerra de 6º A' o 'Jurásico total'. Sin cortapisas.

Sofía Rhei. Nombre propio de lo fantástico en España, ha hecho casi de todo también en lo fantástico infantil y juvenil, desde poemarios hasta series góticas como la fascinante 'El joven Moriarty'.

Ana Campoy. Inquieta y ambiciosa, reunió a los pequeños Hitchcock y Agatha Christie en una exitosa colección, reescribió clásicos y sigue a los misteriosos F en la trepidante 'Familia a la fuga'.

Begoña Oro. Una todoterreno capaz de brillar por igual cuando escribe aventuras para su famosa ardilla 'Rasi', 'Misterios a domicilio' o clásicos instantáneos como 'Pomelo y Limón'. En el confinamiento nació 'Los días en casa'.

El Hematocrítico. No tiene rival como deconstructor de fábulas. Tampoco en lo que se refiere a descacharrantes ejercicios de escritura. ¿Sus hitos? 'Feliz Feroz' y el 'Cuadernito de escritura divertida', de Blackie Books.

Ledicia Costas. La premio Nacional y dos veces ganadora del prestigioso Lazarillo tiene predilección por los monstruos y las inventoras 'timburtonianas'. Dos ejemplos: 'Escarlatina, la cocinera cadáver' y 'La señorita Bubble'.

Pedro Mañas. Su exitoso Harry ­Potter particular es una chica y se llama 'Anna Kadabra'. Por el día va al cole; por la noche estudia brujería en una casa encantada.

Artur Laperla. Sus cómics de superhéroes no se parecen a ningún otro. Los protagoniza una patata que antes fue un tipo duro y rubio. Se llaman, como él, 'Super Patata' y se venden a miles en Estados Unidos.

Marta Cunill. Ilustradora llegada del mundo del cine, crea historias de finales imprevistos para pequeñísimos lectores como la muda 'Peque el pez' y la exquisitamente gamberra '¡Ya vamos!'.

Stéphane Corbinais. Su obra es el catálogo de la colección Mamut de Bang Ediciones, impulsora de un cómic de autor para niños y puerta de entrada en el mundo de la literatura gráfica para los que aún no han aprendido a leer.

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