Memoria sonora de la isla narcótica
Un libro recoge a través de 80 voces el devenir apasionante de la cultura de club en Ibiza, a lo largo de más de seis frenéticas décadas
Que las Baleares tengan tan poca visibilidad en la historiografía musical española solo lo puede explicar una gran miopía. El gran relato sociológico y pop —donde una parte de la cultura andaluza está determinada por las bases militares estadounidenses, la sed de modernidad madrileña se explica desde el tardofranquismo y nuestra ubicación definitiva en el mundo no se produce sin los Juegos Olímpicos catalanes— suele pasar de largo ante el importante legado global que deja el archipiélago. Indicios hay para quien quiera buscarlos: por aquí se inspiraron los Can de Tago Mago y el ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Que las Baleares tengan tan poca visibilidad en la historiografía musical española solo lo puede explicar una gran miopía. El gran relato sociológico y pop —donde una parte de la cultura andaluza está determinada por las bases militares estadounidenses, la sed de modernidad madrileña se explica desde el tardofranquismo y nuestra ubicación definitiva en el mundo no se produce sin los Juegos Olímpicos catalanes— suele pasar de largo ante el importante legado global que deja el archipiélago. Indicios hay para quien quiera buscarlos: por aquí se inspiraron los Can de Tago Mago y el Mike Oldfield de Voyager; se escondió Bob Dylan y apareció Kevin Ayers, grabaron de King Crimson a New Order, murió Nico y David Bowie enunció en Life on Mars? el verso “from Ibiza to the Norfolk Broads” para referirse a la isla como lugar de lucha antisistema.
Que esta historia musical da para un grueso volumen lo sabían Luis Costa y Christian Len, autores del libro Balearic. Historia oral de la cultura de club en Ibiza (editorial Contra), donde, a lo largo de 560 páginas, dejan hablar a 80 protagonistas acerca del devenir sonoro del lugar. ¿Qué tenía Ibiza que no tuvieran las otras Baleares? Quizá el carácter receptivo de los pobladores de este histórico lugar de paso, tentación para romanos, fenicios, cartaginenses y árabes. Más recientemente, en la mitad de siglo XX, atrajo a un puñado de beatniks a un bar cerca del puerto. Ahí es donde comienza esta historia: en 1958, en el Domino, “donde se mezclan exmilitares, artistas, estibadores del puerto y diletantes, y suena un jazz extremo a un volumen tremendo”, cuenta Luis Costa. El periodista irlandés Damien Enright recuerda: “Ponían a Coltrane, Charles Mingus, Cannonball Adderley…”. Parte de la clientela había peleado en Corea; otros que llegarían pronto no querían ir a Vietnam.
La sustancia clave en los ochenta es el éxtasis, que se prueba en el KU. El promotor Faruk Gandji reparte 140 cápsulas de 125 gramos
La llegada de los primeros ácidos de los laboratorios suizos Sandoz en 1963 atrae a los hippies. Y los payeses tan contentos: les alquilan las casas donde ellos no quieren vivir. Els peluts no ven inconvenientes en iluminarse con quinqués y beber agua del pozo. A este mundo de comunas, porros, LSD y sexo libre llegan Pink Floyd, autores del soundtrack que mejor cuenta esta época y lugar: el de la película More, que rueda Barbet Schroeder en Formentera y en la ibicenca discoteca Lola’s en Dalt Vila. En estos sesenta aparecen las boîtes Moulin Rouge, Clube Ye Yé, Nitto’s Club… Todo un mundo de libertad y sensualidad insólitas en plena dictadura. “Franco tuvo la visión o el acierto de dejar a Ibiza completamente aislada de España”, opina el promotor Juan Arnau, “era la época de Fraga Iribarne, que es cuando realmente despega el turismo en España”. Y los días de gloria de Amnesia, la discoteca que regenta Antonio Escohotado en 1976. “Llamamos la atención de la clase media y alta de Europa y del mundo, que empezó a venir entonces. Fue como traerse aquí a California”, reivindica el filósofo. Aquello también atrajo a empresarios de la noche formados en Sitges, Benidorm o Lloret de Mar. Llegan los tiempos de Pachá, KU, Space: la Ibiza del privée, las gogós y el champán.
Los ochenta son la era dorada, “años entusiastas con democratización de la pista de baile, donde se juntan la nobleza y realeza con los clubbers, sin paparazis ni seguridad de por medio”, cuenta Costa. ¿Qué suena? Synth pop, new wave, new romantics; Nitzer Ebb, Spandau Ballet, Talk Talk… Muy pronto la sustancia clave será el éxtasis, que se prueba por primera vez en una fiesta en el KU. Su promotor, el iraní Faruk Gandji —amigo de Alexander Shulgin, el químico al que se atribuye la popularización del MDMA—, reparte 140 cápsulas de 125 gramos con la estricta condición de no ingerir nada más, alcohol en particular. “Aquello hizo de magneto, y atrajo las limaduras de hierro de todo el planeta”, recuerda Escohotado. Algunos de ellos, DJ británicos como Paul Oakenfold o Trevor Fung — quien publica en 1988 la recopilación Balearic Beats, con música de Alfredo Fiorito, Leo Mas, César de Melero, Pippi y Nelo—, sientan las bases de la inminente cultura de clubes británica en forma de raves y acid house. Será un movimiento de ida y vuelta.
El libro cuenta cómo la represión de Margaret Thatcher supone la prohibición de las fiestas en la campiña inglesa y en ciudades convulsas como Mánchester. Peter Hook, bajista de New Order: “Ibiza fue el catalizador del modelo que exportamos a [el club] The Hacienda con la intención de que la ciudad se pareciera a la isla tanto como fuera posible. Fue nuestra educación espiritual”. Y la huida hacia adelante de unos cuantos promotores ingleses, que se mudaron a Ibiza buscando un nuevo hábitat.
“El Balearic es una forma de pinchar”, dice José Padilla, el DJ que, en 1989, da con una fórmula infalible en un local llamado Café del Mar, en San Antonio. Padilla —fallecido el pasado mes de octubre— atempera el boom del intelligent techno y downtempo a base de chill out y crepúsculos al aire libre. Él pone a Tangerine Dream, Brian Eno y música clásica mientras el público aplaude la puesta de sol: el sueño ibicenco. Pero mientras, como cuenta el DJ y productor inglés Carl Cox, “están techando los clubes y convirtiéndolos en locales nocturnos. Todo cambió”. Costa: “Piensa que las salas de los ochenta son descubiertas y que en ellas se pincha desde las dos o tres de la madrugada hasta que sale el sol”. Así se pierde la esencia del lugar en pro del endiosamiento del DJ. Ricard Robles, del festival Sónar: “Pasamos del superclub al super-DJ”. Otra ley, ya en 2012, permite a los hoteles realizar actividades musicales en sus zonas exteriores. Superhoteles como Ushuaïa y los nuevos beach clubs Blue Marlin Ibiza u Ocean Beach Club son los grandes beneficiados por una iniciativa que dispara los precios y hace que el clubbing comercial devore la isla. El nuevo modelo es David Guetta.
¿Tiene algo que decir el espíritu primigenio de Ibiza en nuestros días? Para Luis Costa, mucho: “Se ha perdido la privacidad, la desinhibición, esa libertad”. ¿Y adónde irá la Ibiza poscovid? “Tristemente nos vamos a encontrar con un sector de la población empobrecido, lo que va a llevar a perpetuar la cultura del vip y el reservado. Pero es muy posible que la burbuja de los grandes cachés de DJ toque techo. Se abre un momento fascinante”.
Balearic. Historia oral de la cultura de club en Ibiza. Luis Costa y Christian Len. Contra, 2020. 608 páginas. 23,65 euros.