Milei, Trump, y el abrazo de oso
Los argentinos más veteranos recuerdan al embajador estadounidense Spruille Braden, que en 1946 se puso al hombro la campaña electoral opositora contra Juan Perón y le sirvió en bandeja el triunfo


Abrazar al oso, dicen los que saben, no es muy recomendable. Y si el oso es impredecible —como suele serlo—, menos que menos. Esta semana, el presidente argentino, Javier Milei, debió recordar esa máxima de la cultura popular al reunirse con Donald Trump. Buscaba un vaso de agua y salió con un vaso que, según algunos de sus propios colaboradores, resultó de cicuta. Y llevan días entre los reproches recíprocos por la tormenta que se desató… y buscando paraguas para lidiar con el aguacero financiero.
La historia en sí puede resumirse así: por circunstancias externas y errores propios, Milei quedó contra las cuerdas económicas y al borde una corrida cambiaria durante las últimas semanas. Ante el abismo, recurrió a Washington, donde le tendieron una mano. O eso pareció. Porque Estados Unidos es Estados Unidos y Trump es Trump. ¿Conclusión? El ocupante del Salón Oval lo respaldó en la previa de las elecciones que los argentinos tendremos el domingo 26, pero lo hizo fiel a su estilo. Dijo: “Si Milei pierde, no vamos a ser generosos con Argentina”.
El problema, claro, es que las probabilidades de que Milei pierda las elecciones legislativas son elevadas, según anticipan las encuestas. O, como mínimo, que será una contienda peliaguda para los libertarios. Y si Trump ya avisó que no ayudará a la Argentina si pierden los libertarios, muchos inversores internacionales y ahorristas domésticos se curaron en salud. Al día siguiente de la reunión en el Salón Oval, comenzaron a vender acciones y bonos criollos —que llegaron a caer 11 %en las horas que siguieron—, y huyeron del peso, que bajó otro escalón frente al dólar.
Después llegaron las aclaraciones oficiales, las reinterpretaciones de lo que Trump quiso decir, los intentos de “control de daños” y mucho más, en un esfuerzo de Washington y Buenos Aires por acotar las turbulencias, pero lo dicho, dicho quedó. Que para algunos resultó previsible y para otros reportó un par de lecciones. La primera, que en relaciones internacionales no hay amigos ni enemigos, sino intereses convergentes o divergentes —como dicta la real politik—; la segunda, que el riesgo de lidiar con líderes impredecibles es que, como cualquier oso, pueden lastimarte incluso cuando quieren acariciarte.
Los periodistas lidiamos a menudo con políticos y empresarios que responden “by the book”. Responden lo que memorizaron que debían responder, sin salirse una coma del libreto que redactaron sus asesores. Entrevistarlos resulta aburridísimo, pero ellos tienen claro qué mensaje quieren transmitir para llegar a sus votantes o clientes, potenciar sus beneficios, acotar los riesgos y minimizar las pérdidas, sean políticas, electorales, empresariales o financieras. Pero Trump no es así: resulta impredecible, puede anunciar medidas que incluso sus colaboradores desconocen, piropear a la premier italiana ante las cámaras o, como ayer, complicar con sus comentarios al jefe de Estado que quería ayudar.
Como era de esperar, la escena en Washington resultó maná del cielo para los opositores que competirán en las urnas contra los candidatos de Milei, el 26 de este mes. Los más veteranos recurrieron al recuerdo del embajador estadounidense Spruille Braden, que en 1946 se puso al hombro la campaña electoral opositora contra Juan Perón y terminó sirviéndole en bandeja un eslogan al entonces vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo: “Braden o Perón”. ¿Spoiler? Ganó Perón.
Ochenta años después de aquella campaña, la expresidenta y lideresa opositora Cristina Kirchner aprovechó la oportunidad. “Trump a Milei en Estados Unidos: ‘Nuestros acuerdos están sujetos a quien gane las elecciones’. ¡Argentinos... ya saben lo que hay que hacer!”, posteó en las redes sociales y en campo fértil. Porque muchísimos argentinos, como tantos latinoamericanos, ven a Estados Unidos como el gigante, el “imperio”, que se entromete en los asuntos internos de su “patio trasero” cuando le viene en gana. Y mucho más, claro, si un jefe de Estado, como Milei, le franqueó la entrada.
Para colmo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, tampoco se quedó atrás. Reafirmó que ayudarían a Milei, pero a continuación aclaró que el libertario “tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina”. La frase no pasó desapercibida. Provocó la reacción de Pekín y la incomodidad de la Casa Rosada, por lo que el estadounidense intentó una aclaración que tampoco ayudó demasiado. Sostuvo que no aludía al swap de monedas entre ambos países, sino que se refería a remover a los chinos de “puertos, bases militares y centros de observación que se han creado” en territorio argentina.
Porque los osos, osos son.
Al día siguiente del encuentro entre Trump y Milei, Bessent intentó aclarar los dichos de su jefe. Dijo que de ninguna manera le soltarán la mano al libertario argentino, cualquiera sea el resultado electoral. Y de paso, anunció que trabaja para que bancos privados y fondos comunes de inversión aporten 20.000 millones de dólares para comprar bonos de la deuda soberana argentina. Y en los días que siguieron, como no cedía la tensión cambiaria en la Argentina, confirmó que Estados Unidos volvió a intervenir en el mercado. “Tenemos la capacidad para estabilizar a la Argentina”, afirmó en las primeras horas del viernes.
Puede que el aporte de la Casa Blanca y los fondos de inversión funcione. Y las aguas cambiarias y financieras se calmen. Pero jamás hay que olvidar que amigos son los amigos y los intereses (geoestratégicos) son los intereses. Porque como me dijo el máximo funcionario para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, hace ya muchos años, cuando yo era corresponsal ante la Casa Blanca: “Nosotros podemos darte la mano, pero será un puño de acero en guante de seda. Parece suave; no lo es”.
Lo ocurrido en Washington nos deja, por tanto, una lección: los gestos de afinidad personal no reemplazan las estrategias de Estado. Y en política exterior, confiar en la simpatía de un líder es, como mínimo, un riesgo. Argentina debe aprender que la diplomacia no se construye con afinidades ideológicas ni con fotos en la Casa Blanca o en donde fuere, sino con intereses claros, diversificados y previsibles. De lo contrario, seguiremos oscilando entre la búsqueda de un “amigo fuerte” y la decepción inevitable cuando ese supuesto amigo muestre, tarde o temprano, que sus prioridades son distintas a las nuestras.
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