Milei, atrapado en una encerrona autoinfligida
Acorralado por la crisis económica y política, el presidente argentino ya no es aquel “león libertario” que lidiaba con “mandriles” y “enanos”


A puro insulto contra quien piensa distinto —o siquiera le acerca una idea que no está en su plan de acción preestablecido—, el presidente Javier Milei cayó en una encerrona por demérito propio y complicidad o negligencia de sus máximos colaboradores. Y como en toda encerrona, de allí solo se puede salir magullado. Como mínimo.
Los números son crueles. Durante los últimos cinco días, el Banco Central argentino vendió 1.100 millones de dólares de sus ya muy exiguas reservas. Intentó contener la suba del dólar contra el peso, pero apenas si pudo ralentizar su ascenso. La cotización cerró el viernes a 1.515 pesos, ubicándose por encima del declamado “techo” de las “bandas” de flotación.
A este ritmo, la tormenta aparece inevitable. Las arcas del Banco Central se agotarán muchísimo más temprano que tarde. O para ser más precisos: los dólares no alcanzarían para que Milei llegue a las elecciones legislativas nacionales de medio término, el 26 de octubre, con un panorama estable —mucho menos pujante—. Todo lo contrario.
Así las cosas, parece que ocurrió en la prehistoria, pero han pasado apenas once semanas desde que el ministro de Economía, Luis Caputo, creyó estar en el paraíso y se mofó de quienes alertaban sobre un atraso cambiario. “El dólar flota, por lo tanto, al que le parezca que está barato... Agarrá los pesos y comprá. ¡No te lo pierdas campeón!”, desafió.
Y le hicieron caso. Compraron. Hasta convertir el goteo de divisas en estampida.
Ahora, economistas tan dispares como Emmanuel Álvarez Agis, Hernán Lacunza y Carlos Rodríguez coinciden en que todas las opciones a disposición del Gobierno son malas. ¿La primera? Quemar reservas, como está haciendo, hasta agotarlas. ¿La segunda? Subir las tasas, cuando ya las llevó al 70% anual. ¿La tercera? Endeudarse aún más, si Donald Trump acepta convertirse en prestamista de última instancia. ¿La cuarta? Devaluar.
“Todas las opciones tienen daños colaterales”, lamentó Lacunza, que fue más suave que Rodríguez, quien lideró el equipo de asesores económicos de Milei durante su campaña presidencial, antes de la intrusión de Caputo. ¿Qué dijo Rodríguez? Que “se nota el miedo y están jugando con plata ajena”. Y remató la faena: “Ya está todo arruinado”.
¿Es para tanto? Dependerá de cómo reaccione Milei. Pero ya no depende de sí mismo, lejos de aquel supuesto “león libertario”, aquel “emperador” que lidiaba con “econochantas”, “mandriles” y “enanos”. Depende de un cambio de tendencia en el mercado y en el humor social. O de la ayuda providencial de Washington, mientras que la oposición huele sangre. Y para colmo, el viernes, eligió compararse con Fernando de la Rúa, el presidente que debió huir en helicóptero de la Casa Rosada en diciembre de 2001, mientras se incendiaba el país.
“Cuando le empezaron a torpedear el barco a De la Rúa fue porque quiso hacer la reforma laboral. No sea cosa que los que están torpedeando atrás sean los mismos. No van a poder parar el cambio”, afirmó, tras anticipar que en los próximos meses avanzaría con una reforma tributaria, laboral y “mucha desregulación económica”.
El horizonte no permite hoy ver tan lejos como para pensar en reformas. Milei provocó que así sea con las decisiones que tomó —como deshacerse de las Lefi (Letras Fiscales de Liquidez) e inundar el mercado con exorbitante excedente de pesos— y con las que no tomó —como acumular reservas cuando pudo o dejar que el peso se depreciara—, hasta decantar en una situación en la que propios y ajenos esperan una devaluación del peso, antes o después de las urnas de octubre.
La diferencia obvia es que no resulta igual devaluar como “emperador” triunfal —y en condiciones de presionar a los pilares de la economía para que eviten o acoten las remarcaciones de precios— que perdidoso en las urnas y a la defensiva, con la oposición envalentonada. Por lo visto, no “todo marcha acorde al plan” (TMAP), como se vanagloriaron los ultras. Ahora la cuestión para la Casa Rosada pasa por revertir la encerrona o, al menos, aguantar el vendaval. Se avecinan días interesantes.
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