Javier Milei y el arte de tragar sapos
El presidente argentino llegó al poder denostando a la “casta” política, pero defiende y designa a legisladores y funcionarios denunciados por corrupción
El presidente Javier Milei ha recorrido un camino arduo durante las últimas cinco semanas, pleno de sapos que debió tragar. Para muchos, ese recorrido es una muestra cabal de su pragmatismo; para otros, de su debilidad; y para otros más, de su cinismo, oscilando entre tres figuras muy distintas: Carlos Fuentes, Max Weber y Franklin Delano Roosevelt.
El recorrido comenzó el 4 de diciembre, cuando autoridades paraguayas detuvieron en la frontera a Edgardo Kueider, un político argentino que había llegado al Senado nacional por el peronismo, pero que había empezado a jugar para el Gobierno. ¿Por qué lo detuvieron? Porque intentó ingresar al Paraguay con una fortuna dentro de una mochila. ¿Conclusión? Milei y sus acólitos quisieron impedir que el Senado lo echara porque su reemplazante sería kirchnerista y el oficialismo perdería un preciado voto en un recinto donde ya estaba en franca minoría.
El segundo hito llegó días después, cuando una investigación periodística reveló que el diputado nacional Cristian Ritondo, uno de los grandes baluartes en el Congreso del PRO, el partido que fundó Mauricio Macri, está vinculado a un entramado de sociedades offshore que usó su mujer para adquirir propiedades en Estados Unidos. ¿Conclusión? Javier Milei salió a defenderlo. ¿Por qué? Porque Ritondo se había convertido en un bastión fundamental para el oficialismo en la Cámara de Diputados.
El tercer hito se plasmó en dos partes entre las vísperas de Nochebuena y Día de Reyes, con un mismo protagonista: Andrés Vázquez, el funcionario que eligió Milei para impulsar la recaudación de impuestos y luchar contra los evasores. ¿Qué pasó? Dos investigaciones periodísticas revelaron que Vázquez recurrió a un entramado offshore para comprar tres inmuebles por 2 millones de dólares en Estados Unidos que no declaró en la Argentina y, además, que con su sola firma ascendió a su pareja veinte años más joven dentro del organismo tributario, a la que hizo trepar tres rangos, desplazando a otros funcionarios y duplicándole el salario. ¿Respuesta oficial? Considerar historia vieja lo de las propiedades –falso– y callar sobre el posible caso de nepotismo.
Semejante recorrido nos recuerda a esas tres figuras tan distintas, empezando por el añorado Carlos Fuentes. En su “Manual del perfecto político”, recordó una frase del expresidente mexicano Adolfo Ruiz Cortines: “La política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos”. Y en eso está Milei, que llegó al poder denostando a todos los políticos por moverse y protegerse como “casta”, pero terminó designando a políticos que llevan décadas en el ruedo, como Daniel Scioli y Patricia Bullrich, defendiendo a otros como Kueider y Vázquez, o denunciando “operaciones” en el caso de Ritondo.
Esas reacciones de Milei nos llevan a la siguiente figura, el sociólogo alemán Máx Weber, con sus dos éticas: de la convicción, propia de puristas, teóricos y observadores que pueden ver el mundo en blancos y negros, y mantenerse sanos y limpios porque no deben manchar sus zapatos en la realidad, y de la responsabilidad, pletórica de grises, propia de quienes están dentro del ring, en plena pelea, y toman decisiones con lo que hay, con lo que pueden, optando por lo menos malo, y si en ocasiones deben tragarse un sapo porque las consecuencias de no tragarlo serían peores, pues se pide sal y pimienta para deglutirlo más rápido.
Claro que de la ética de la responsabilidad al cinismo puede mediar un tris, y eso nos lleva a la tercera figura: Roosevelt. Considerado por los estadounidenses uno de los más grandes presidentes de su país, hay quienes le atribuyen una frase que nunca dijo, pero que pinta a las claras una forma de hacer política. La anécdota dice que le preguntaron por qué apoyaba a un dictador latinoamericano (en algunas versiones, Anastasio Somoza; en otras, Rafael Trujillo), y la respuesta fue para alquilar balcones: “Porque será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Sin caer en esos calificativos –ni arrogarle esa categoría a ninguno de los mencionados en este texto–, resulta claro que Milei entró en la fase de ingesta de batracios. Pasó de repudiar a “la casta” a moverse como tal, y aunque con sus palabras siga criticando a esa “casta” –en la que incluyó ahora a su propia vice, Victoria Villarruel–, se nota a la legua que pasó de actuar como un electrón libre a gobernar, a ser poder… y a lidiar con las consecuencias de serlo.
Milei debería, acaso, tomar nota de “Escritos políticos”, un libro de Weber, en el que vaticinó el recorrido del libertario con fina ironía: “Todo aquel que quiera salvar su alma y las de otros, no tome el sendero de la política para alcanzar sus objetivos”.
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