Recordemos a Del Potro como el campeón que es
Es fácil entrar a YouTube y encontrar videos sobre la carrera “trágica” del tenista argentino. Pero eso es dejar de lado todos sus triunfos; no solo sus trofeos, sino también su poder de regresar de entre las cenizas una y otra vez
La primera vez que el tenista argentino Juan Martín del Potro anunció un posible retiro del circuito profesional fue a inicios de 2022. Ese febrero, Del Potro jugó su último partido profesional en el Abierto de Buenos Aires. Habían pasado casi tres años desde su última lesión, esta vez una segunda fractura en la rodilla derecha. Muchas otras lesiones lo habían alejado por temporadas enteras del tour, desde su primera en el abdomen en 2008. Pero siempre había podido regresar. Y ganar.
Esa vez, cuatro cirugías no fueron suficientes. Vestido de negro, el argentino hacía rebotar la pelota con su raqueta mientras se preparaba para sacar. Perdía 1-6, 3-5 (30-40) ante su compatriota Federico Delbonis. Su mano izquierda bajó de la vincha blanca sobre su frente hacia sus ojos, y fue claro que las emociones de su potencial último punto como tenista se habían vuelto incontenibles. Del Potro lloró dos minutos seguidos, mientras la multitud aplaudía en una comunión entre el tenista y sus fans. Era como si estuvieran tratando de sostener a su ídolo cuando él ya no podía más.
Es fácil entrar a YouTube y encontrar videos sobre la carrera “trágica” de Juan Martín del Potro. Los fans se conmueven y comparten lo triste que es pensar en lo que pudo ser, en los Grand Slams que pudo ganar, en todos los sacrificios que no dieron resultado. Todos los años de tenis que nos perdimos. Pero entender a Del Potro como alguien que sucumbió ante la mala suerte del deporte es dejar de lado todos sus triunfos, no solo sus trofeos, sino también su poder de regresar de entre las cenizas una y otra vez.
Entre un sinfín de mala suerte, 14 lesiones y ocho cirugías, Del Potro llegó a ser el mejor tenista de América Latina de los últimos 20 años, uno de los mejores tenistas en una generación plagada no solo de grandes talentos, sino también de competidores inalcanzables, como el suizo Roger Federer, el español Rafael Nadal, el serbio Novak Djokovic o el escocés Andy Murray.
En 2022, Del Potro perdió ese punto y, con él, el partido. Quitándose la vincha blanca, miró al suelo, y sus ojos no parecían querer ver nada más que aquella arcilla que tantas veces lo sintió ganar.
Se piensa en el sacrificio del atleta que llega a lo más alto de su disciplina como una necesidad para rendir de manera constante en los espacios más importantes del deporte de élite. Y lo es. Pero muchas veces escapa de nosotros el entendimiento de que los atletas que vemos en la televisión, en los grandes campeonatos de Grand Slam, levantando trofeos y recibiendo cheques multimillonarios, son los tenistas cuyo sacrificio llegó a dar frutos. Estadísticamente, ellos no son la mayoría.
Pero Del Potro fue campeón más de una vez. Se coronó campeón del US Open de 2009, consiguió liderar al equipo de Argentina a ganar la Copa Davis por primera vez, después de llegar cuatro veces en su historia a la final, y fue medallista olímpico dos veces, una de las cuales ganó sobre Djokovic, después de volver de un año entero en recuperación de su muñeca. Y así, cada uno de sus títulos no solo nos muestra lo bueno, sino también lo valiente que fue.
Una vez más, el pasado 1 de diciembre, Del Potro regresó. Y ganó.
Esta vez era él quien recibía para el partido. Sobre la cancha azul del estadio Parque Roca (rebautizado en 2007 como estadio Mary Terán de Weiss), en Buenos Aires, el argentino caminaba mientras acomodaba las cuerdas de su raqueta. Djokovic, quien le negó a Del Potro un segundo título de Grand Slam en el US Open de 2018, fue el elegido por el argentino para ayudarlo a despedirse del tenis profesional en un partido homenaje. Esta vez no había dudas. Del Potro le decía adiós al deporte por el cual sacrificó el futuro de su cuerpo, el que hoy aguanta dolor todos los días.
Fue ahí cuando Djokovic sacudió los brazos hacia arriba, pidiendo al público más bulla, más aplausos en un punto importante. El estadio ovacionó a su compatriota y Del Potro solo pudo sonreír. Un tierno intercambio de miradas entre el argentino y el serbio predecía un saque poco ortodoxo. Es ahí que Djokovic empuja la pelota hacia la zona de saque, mientras que Del Potro se posiciona, y nos da una derecha cruzada plana, perfecta. Djokovic, en medio de la línea de base, espera la pelota con los brazos abiertos. Del otro lado, el argentino tira su cabeza para atrás y sonríe, como tantas veces lo vimos hacer al ganar un partido. Las lágrimas llegaron al abrazar a su compañero y adversario en la net. Pero eran lágrimas distintas. No parecían de tristeza e inseguridad, sino más bien de agradecimiento: de la alegría de un amante del tenis que tiene la oportunidad de jugar en un estadio repleto, y con uno de los mejores tenistas de la historia, una vez más.
La nostalgia que los fanáticos tenemos hacia el tenis eléctrico de Del Potro, nos hace sentir siempre que hubiésemos querido más tiempo con él. Poder presenciar su saque, la fuerza de su derecha y los ángulos y profundidad que podía alcanzar, especialmente en carrera, la cobertura que alcanzaba con su volea, lo bien que se movía alrededor de la cancha –más para ser un jugador de 1,98 metros de altura–, su anticipación, creatividad, y su capacidad mental para regresar de la adversidad en los puntos, y momentos, más importantes.
Enfocarnos incesantemente en lo que Juan Martín del Potro pudo ser es desmerecer todo lo que logró: no solo todos sus partidos ganados, sino también regresar al deporte de sus amores, incluso cuando su cuerpo parecía prohibírselo. Verlo jugar una vez más, no entre lágrimas de dolor sino de euforia. Así lo recordaré.
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