Contra reloj: el destino de la ciencia argentina
El ajuste del gasto público ejecutado por el Gobierno de Javier Milei está desmantelando al sistema científico nacional, cuyo presupuesto ha caído más del 30% respecto del año pasado
Hay una tremenda novela de Samanta Schweblin que consiste en un diálogo muy oscuro entre dos personajes. Persistentemente, uno le dice a otro: “Amanda, eso no es importante”. Lo repite con variaciones a lo largo del relato. Se impacienta: “Nada de esto es importante. Estamos perdiendo el tiempo”. Quiere que la otra persona entienda lo que pasa y tome conciencia de la gravedad del caso, ya que compromete el destino de su hija. Esa situación vivimos ahora en Argentina. Debemos foca...
Hay una tremenda novela de Samanta Schweblin que consiste en un diálogo muy oscuro entre dos personajes. Persistentemente, uno le dice a otro: “Amanda, eso no es importante”. Lo repite con variaciones a lo largo del relato. Se impacienta: “Nada de esto es importante. Estamos perdiendo el tiempo”. Quiere que la otra persona entienda lo que pasa y tome conciencia de la gravedad del caso, ya que compromete el destino de su hija. Esa situación vivimos ahora en Argentina. Debemos focalizar en lo importante, sin distracciones. No queda tiempo, Amanda.
Entre los distintos frentes que abrió el Gobierno de Javier Milei, está el ataque a la ciencia pública. Sin rodeos, ha establecido su plan para ese sector desde antes de asumir el mando: desmantelar el sistema, transferir capital humano al exterior o al campo empresarial, quitar capacidades de crítica y soberanía científica al país.
El plan de tareas se ha realizado impecablemente, combinando campañas de desprestigio con empobrecimiento y desgarro institucional. Esto último es quizás más difícil de ver para quien no trabaja en el rubro. Pero quienes estamos en él hemos visto todos los pasos de la política anticientífica: despidos, interrupción de financiamiento, quita de subsidios, reducción de becas, desguace de entidades.
El grueso del financiamiento en proyectos y subsidios de infraestructura, a pesar de que ya estaba asignado y disponible, ha desaparecido. Lo que antes era el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (ahora rebajado a Secretaría) ejecutó solo el 8% de los fondos reservados. Lo no ejecutado equivale, aproximadamente, al aumento transferido a la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE). El conjunto de lo invertido en investigación a nivel nacional ha retrocedido más del 30% respecto del 2023.
Recientemente, la Red Argentina de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (RAICyT), la más importante de las redes federales que surgió como producto del ataque a la ciencia argentina, ha lanzado un petitorio para frenar su destrucción, con motivo de las declaraciones de la presidenta de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación sobre la falta de fondos para financiar proyectos ya evaluados y aprobados. Otro vocero oficial desmintió que no haya fondos (“no es que no hay plata”, dijo) y agregó que van a censurar a las ciencias sociales por su “orientación política” y que quitarán el financiamiento de las letras, la historia y la filosofía. Cuidado, Amanda.
Estas últimas disciplinas (letras, filosofía e historia) son las tres más antiguas de la facultad en que trabajo, y una de ellas, la carrera de letras, coloca a la UBA cerca del top 20 de los rankings internacionales. Sin la historia científica, que insume un trabajo arduo y complejo, el pasado sería solo una plastilina para los caprichos de redes y opinólogos. La filosofía, carrera declarada estratégica por el Estado, no solo es una disciplina venerable que nos da reflexiones útiles sobre conceptos vertebradores, como libertad, bien, víctima, poder o estado. Es también una capacidad fundamental para enfrentar los cambios de la actualidad: la ética, por ejemplo, es una subdisciplina demandada a diario en relación con las IA y los desarrollos de la biomedicina.
Pero esto no es lo importante. Tenemos que saberlo, lleva tiempo saberlo. Pero no es lo importante, sino una distracción. Desde el primer momento se ha usado una misma técnica: insultar o menospreciar a las ciencias humanas y sociales para dividir el sistema, conseguir aliados y, mientras tanto, avanzar con la destrucción del conjunto. Es evidente que las ciencias sociales y humanas, además de ser reconocidas internacionalmente y ser rentables, son las que más conocimiento producen con menor costo. Atacándolas, solo profundizan la destrucción general. Lo importante es entender que la ciencia se produce hoy interdisciplinariamente, y que la escala de inversión que requiere es mayor a la que existía. Todos los países del mundo que crecen o quieren crecer invierten en todas las áreas de la ciencia y estimulan el abordaje interdisciplinario de problemas. Por ello, recientemente se presentó en la Cámara de Diputados un proyecto de ley para establecer la emergencia del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación y hacer cumplir la ley de financiamiento de la ciencia (Ley 27.614).
Tampoco hay que perder de vista esto otro: mientras se avanza con el plan cienticida, entró en la Cámara de Senadores un proyecto de Ley de Financiamiento de Universidades Nacionales, que tiene ya media sanción de Diputados. Esa ley será un instrumento para evitar que el sistema científico-educativo se desmorone del todo. No hay que olvidar que buena parte de la investigación científica nacional transcurre en las universidades, que son lugares de trabajo de muchos investigadores y que permiten la articulación virtuosa con la enseñanza, la extensión y la transferencia. El proyecto de ley se propone funcionar como garantía para que las universidades tengan presupuesto, que los salarios de los trabajadores no sigan perdiendo frente a la inflación, que los edificios no se transformen en ruinas y que la investigación tenga un piso de normalidad. En el mismo sentido, la Universidad de Buenos Aires, este miércoles 28 de agosto, a través de su Consejo Superior, ha declarado el estado de alerta por la situación de la ciencia argentina.
Baits, provocaciones, idas y vueltas, cálculos espúreos. Todo eso no es importante. La ciencia está en todas partes, no solo en las máquinas que organizan la ciudad, que mueven la siembra y la cosecha, que sostienen las telecomunicaciones. También en la planificación urbana, en cada aula en la que se da clases, en los productos de la industria cultural, en una central atómica, en los territorios de frontera, en los edificios, en los chatbots, los diccionarios y los traductores, en los dispositivos de cuidado, en un satélite y en una vacuna, en las personas que hablan.
Y ya casi no hay tiempo, Amanda.