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Cumbre de las Américas
Tribuna
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Cumbre de las Américas: Estados Unidos desconectado

La exclusión de la convocatoria a Venezuela, Cuba y Nicaragua por su “falta de compromiso con la democracia” ha sido un error estratégico

Andrés Manuel López Obrador, Joe Biden Cumbre de las Américas
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, llegan a la Cumbre de Líderes de América del Norte (NALS) en la Casa Blanca en Washington, EE UU, el 18 de noviembre de 2021.EFE

Tolstoi comienza su obra Ana Karenina advirtiendo que “todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Los países de las Américas tienen muchas razones para no estarlo, y los Estados Unidos parecen inhertes a las de sus vecinos del sur.

El rol de los Estados Unidos como país anfitrión de la IX Cumbre de las Américas que se aproxima definitivamente es sintomático de una comunidad hemisférica ya muy deteriorada. La exclusión de la convocatoria a Venezuela, Cuba y Nicaragua por su “falta de compromiso con la democracia” ha sido un error estratégico que ha servido como detonante para canalizar acumuladas frustraciones por parte de los países de América Latina con el gigante del norte.

No es casualidad que, a días del comienzo de la misma, menos de la mitad de los mandatarios hayan confirmado su presencia. Es notable que el presidente de México, segundo páis más grande de Améria Latina, y principal socio comercial de los Estados Unidos, ha manifestado públicamente que no asistirá.

La reacción desde el Departamento de Estado ha sido acusar de intento de boicot, mostrándose out of touch (desconectado) en su relación con la región e incapaz de medir el pulso político. Pareciera estar más preocupada por el conflicto en Ucrania y en contentar a su electorado más conservador en miras a las elecciones de medio tiempo que se aproximan, que en ser un socio estratégico para resolver las agendas acusiantes que tiene con sus vecinos del sur.

A los países de la región, Ucrania les queda muy lejos. Su principal preocupación es el efecto en precios y comercio que este conflicto detenta sobre sus economías, ya muy golpeadas por la pandemia. En este sentido, la gestión Biden se ha mostrado lejana, y sin diferencias sustanciales a la de Trump, en la ayuda para conseguir vacunas, instrumental médico o para apoyar en la recuperación económica.

Paralelamente, la administración Biden tampoco ha sido sensible al cambio político en la región. La elección de gobernantes progresistas como Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras, Alberto Fernandez en Argentina, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y las altamente posibles victorias de Gustavo Petro en Colombia y Lula en Brasil están dando otro perfil a América Latina. Estos Gobiernos tienen anticuerpos hacia el rol de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en la región, y el uso del garrote con los países rebeldes a los dictámenes del Departamente de Estado pareciera ya anacrónico y estéril.

Muchos países ya no toleran que se utilice el argumento de la democracia cuando ese requisito no ha sido un obstáculo para que EE UU construya alianzas estrátegicas en otras latitudes del mundo. Además, esta postura, parcial, oculta que también existen desafíos serios a la democracia en Brasil, Guatemala, El Salvador y en los propios Estados Unidos. El cambio de clave ideológica necesariamente obliga a EE UU a incorporar otro tipo de agendas y otras formas en el diálogo con la región.

La gestión Biden pareciera hacer una mala lectura sobre su nuevo rol de potencia no hegemónica. La participación en el comercio exterior de América Latina bajó en un 20% en los últimos 20 años. Hoy, China representa el 20% de la ventas de las importaciones y un 12% de las exportaciones, siendo ya el principal socio comercial de Sudamérica. La llamada Ruta de la Seda es un verdadero atractivo para los países: sólo en 2020 aportó 17.000 millones de dólares en inversión directa y tiene un acumulado de 137.000 millones en préstamos para la región.

Por su parte, Estados Unidos tiene una postura reactiva. Ofrece información, hace sugerencias y hasta amenazas sobre los peligros de la influencia comercial y tecnológica de China en los países, pero no ofrece alternativas atractivas. En 2020, Estados Unidos no solo rompió un acuerdo histórico al nombrar un presidente propio en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), sino que también ha faltado al compromiso de su recapitalización posterior.

Estos elementos muestran que la parcialidad de la exclusión de algunos países, con una lente de Guerra Fría, y la falta de compromiso con agendas compartidas con la región puede poner en riesgo no sólo el desempeño de esta Cumbre, sino también su propio rol de liderazgo hemisférico.

Pero, más importante, es que obstaculiza la necesaria reconstitución de espacios de articulación hemisférica. La pandemia desnudó la debilidad de los espacios de diálogo y articulación multilateral y el resultado ha sido catastrófico: el continente con más muertes por la covid-19, con el mayor impacto socio-económico y con las mayores desigualdades en la distribución de vacunas.

Este es un momento que requiere de espacios que generen encuentros, intercambios y discusiones, especialmente en la diferencia. Es imposible avanzar en agendas como las del combate al narcotráfico, las migraciones, el capitalismo financiero desregulado o el cambio climático sin tener a todas las Américas sentadas en la mesa. En un contexto de guerra, pandemia y crisis económica este es un lujo que no nos podemos dar.

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