Mariano Pensotti: “Hay una pasión argentina por inventar el pasado que tiene mucho que ver con el teatro”
El director y dramaturgo argentino reflexiona sobre el intenso vínculo entre Buenos Aires y el teatro en la película ‘El público’
Al dramaturgo y director teatral argentino Mariano Pensotti (Buenos Aires, 49 años) siempre le gustó más hacer teatro que verlo. Poner el cuerpo. Pensotti recuerda que de niño sus padres lo mandaron a clases de actuación “porque era muy tímido” y siguió sobre el escenario hasta los veintipico. “Era bastante malo actuando, por suerte me di cuenta bastante rápido”, bromea. En ese momento comenzó a escribir y dirigir sus propias obras, aún convencido de que el teatro “iba a ser un intenso romance de varios veran...
Al dramaturgo y director teatral argentino Mariano Pensotti (Buenos Aires, 49 años) siempre le gustó más hacer teatro que verlo. Poner el cuerpo. Pensotti recuerda que de niño sus padres lo mandaron a clases de actuación “porque era muy tímido” y siguió sobre el escenario hasta los veintipico. “Era bastante malo actuando, por suerte me di cuenta bastante rápido”, bromea. En ese momento comenzó a escribir y dirigir sus propias obras, aún convencido de que el teatro “iba a ser un intenso romance de varios veranos” y no la relación duradera de la que han nacido ya 25 obras y que le ha abierto las puertas a festivales de todo el mundo. En una entrevista con EL PAÍS a raíz de la proyección de su trilogía sobre el público teatral en Buenos Aires, Atenas y Bruselas (El público, The Audience y Le public / Het Publiek) reflexiona sobre el vínculo de los habitantes de Buenos Aires con las artes escénicas y los estragos que causó la pandemia. “Me fascina ver al público. Me pregunto quiénes son”, dice Pensotti, antes de confesar que asiste a casi todas las funciones de sus obras y observa a los que están sentados en las butacas cuando se abre el telón.
Pregunta. ¿Cómo es la relación de los porteños con el teatro?
Respuesta. Muy intensa.
P. ¿A qué se debe?
R. Creo que tiene que ver con muchas cosas. Por un lado, Buenos Aires es una gran representación de otra cosa. Acá la gente actúa como si fueran europeos en el exilio en vez de latinoamericanos. Hay quienes ya son cuarta generación de inmigrantes pero siguen hablando míticamente de sus orígenes; tenemos un presidente que llegó a decir que en Sudamérica todos somos descendientes de europeos, desconociendo nuestras raíces. Esta actuación de ser otros explica mucho la relación de los porteños con el teatro. Creo que también influye lo cotidiano que es mandar a tus hijos e hijas a estudiar teatro por cualquier motivo y después que el teatro en Argentina ha sabido demostrar su capacidad de resistencia a absolutamente todo, a dictaduras y a crisis económicas.
P. Acaba de resistir a una pandemia. ¿Qué impacto ha tenido en el teatro?
R. La pandemia fue durísima porque acá no había muchas redes de contención para quienes hacemos teatro. Para nosotros, es decir, para el Grupo Marea, fue súper complicado porque muchas veces hacemos coproducciones con festivales del exterior y teatro, festivales y viajes eran la combinación de todo lo que no se podía hacer. Pasamos dos años de una incertidumbre enorme que sigue sobrevolando. La cantidad de salas independientes que cerraron es enorme, y eso es una pérdida que lleva muchísimo tiempo reconstruir.
P. Durante la pandemia, el teatro intentó adaptarse a la virtualidad y se pasaron obras de teatro filmadas. ¿Cómo ve esas experiencias?
R. Por un lado el teatro necesita el vivo porque es compartir un espacio durante un tiempo y esa realidad hace que cada representación sea irrepetible y distinta cada noche. El público, con su presencia, con sus reacciones, transforma lo que está sucediendo en escena. Si ríen, si tosen, si se levantan y se van es imposible que no afecte. Los espectadores luego completan de sentido la obra porque su condición de hecho efímero lo vuelve mucho más vivo y frágil que el cine, que tiene la pretensión contraria, la de atrapar el tiempo y preservar la experiencia. Pero sí creo que hubo intentos de experimentación de algunas directoras y directores que mezclaron el vivo con lo online y lo audiovisual. A mí me interesa lo híbrido y estoy esperando, sobre todo de los jóvenes creadores, que quizás son los que pudieron experimentar con más tiempo y libertad, ver qué genera la pandemia en los próximos años.
P. A veces parece que hay un intento de que todo vuelva a ser como antes.
R. No tiene sentido ni a nivel narrativo, ni estético ni social decir: ‘Ya está, ya pasó, volvamos a lo de antes’. Tenemos que hacernos cargo de que algo nos sucedió, de que sentimos cosas, nos pasaron cosas, perdimos a gente y nos reencontramos de otra manera. En el teatro también tiene que verse reflejado.
P. ¿Cómo ha sido el regreso a los escenarios?
R. Todavía estamos en un momento de transición, pero sí noto mucho entusiasmo por volver al teatro que es llamativo y sintomático de lo que decíamos antes. A la gente le está costando más volver al cine que al teatro.
P. ¿Por qué?
R. El cine tiene más competencias hogareñas, el teatro es en vivo, hay que ir a verlo y compartir ese espacio y ese tiempo. Ahora que estuvimos de gira con una obra nueva, Los años, en Italia, los teatros estaban llenos de gente y muchos se quedaron a la charla posterior. Sentí que había mucho interés no sólo en la obra sino en el reencontrarse, en saber qué habíamos hecho durante la pandemia.
P. Habituado al teatro, ¿cómo fue el paso al cine?
R. Sentí que nos daba un nivel de libertad que no teníamos hace tiempo. Y como grabamos muchos en exteriores, estar en la calle nos obligaba a estar lidiando con imprevistos, a una espontaneidad que en teatro es más difícil que aparezca.
P. Las tres películas giran alrededor de la reconstrucción de una obra de teatro por parte de los espectadores. Cada uno la cuenta a su modo. ¿Cómo es ese proceso de completar el significado de lo que se ve sobre el escenario?
R. Eso nos interesaba mucho, cómo uno recuerda la experiencia. Si ves una película puedes decir: ‘Andá a verla, o bajátela’. Una obra de teatro es más difícil que la otra persona la pueda a ver. Genera mucha más narración y mucho más recuerdo, porque los espectadores van creando una ficción a medida que narran. Es lo mismo que pasa cuando narramos el pasado. Lo modificamos cada vez porque hacemos recorridos distintos. Uno va inventándose a sí mismo, construyendo una ficción de uno mismo, que es algo bastante parecido a lo que pasa en el recuerdo.
P. ¿De forma colectiva pasa lo mismo en Argentina? Con esa mirada y narración permanente del pasado
R. Argentina es un país que se construye a través de mitificaciones y omisiones enormes de su pasado. La mitificación de los orígenes de los argentinos, la mitificación de la riqueza de Argentina a principios del siglo XX. Cuando uno empieza a escarbar encuentra que no fue exactamente así. Y también hay una pasión argentina por inventar permanentemente ese pasado colectivo y por reinventar su historia que tiene mucho que ver con el teatro, como generador de ficciones.
P. En la película sobre Buenos Aires, la obra de teatro elegida es un imitador del ex presidente Fernando de la Rúa y el recuerdo de la función se mezcla con los recuerdos personales de la crisis de 2001. ¿Por qué esa elección?
R. Porque 2001 fue el momento donde los argentinos dejaron de ser espectadores para convertirse en protagonistas de la historia. Y las tres películas hacen lo mismo, vuelven al público protagonista. Además, en Buenos Aires casi todas las escenas están grabadas en el centro, que es el lugar de todas las movilizaciones políticas.
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