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Lula, sobre Bolsonaro: “Brasil dio una lección de democracia al mundo, nuestra justicia no se amedrenta”

El presidente de Brasil sanciona una gran bajada de impuestos a la clase media con la vista puesta en conquistar otra reelección en 2026

El presidente Lula, durante la ceremonia para sancionar la ley de rebaja de impuestos a la clase media, este miércoles en el palacio de Planalto, en Brasilia.Foto: Andre Borges (EFE) | Vídeo: Reuters

El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha aprovechado este miércoles la sanción de la ley que rebaja los impuestos a 15 millones de brasileños de clase media—su gran promesa electoral en 2022— para poner en perspectiva la entrada en prisión de su antecesor y de cuatro generales de cuatro estrellas, la víspera, por intentar aferrarse al poder por la fuerza. “Brasil dio ayer una lección de democracia al mundo, sin alarde, la justicia demostró su fuerza, demostró que no se amedrenta e hizo un juicio primoroso”, ha proclamado en el palacio de Planalto, en Brasilia. El veterano izquierdista ha instado a sus compatriotas a sacudirse el complejo de inferioridad y enorgullecerse del vigor de sus instituciones.

Lula ha querido convertir el acto protocolario de estampar la firma presidencial en una ley que el Congreso aprobó por unanimidad, algo realmente extraordinario en estos tiempos, en el primer evento de su campaña electoral para 2026. Cumplidos los 80 años, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) y de la izquierda brasileña confirmó hace un mes que buscará a una segunda reelección.

“No estoy feliz porque vayan a la cárcel, estoy feliz porque Brasil ha demostrado que está maduro para defender la democracia” y que “la democracia vale para todos”, ha afirmado Lula, que sabe lo que es estar privado de libertad, aunque sea, como ahora Jair Bolsonaro, en una comisaría con ciertas comodidades. El ultraderechista, que presidió Brasil en el anterior mandatario, y cuatro de los generales que le acompañaron en la cúpula del poder cumplen el primer día de sus condenas de más de 20 años por urdir un golpe de Estado. Un momento que entrará en la historia tras siglos de influencia política e impunidad para los militares golpistas.

Cuatro años han pasado desde la resurrección política de Lula, que ganó aquellas elecciones contra Bolsonaro a la cabeza de una amplia alianza, con el compromiso de defender la democracia ante cualquier embate autoritario y, en lo que afecta al bolsillo del electorado, con la promesa de eliminar el impuesto de la renta a quienes ganaran menos de 5.000 reales (800 euros o 930 dólares). El mensaje del evento era “promesa cumplida“.

Diez millones de brasileños de clase media dejarán de pagar impuesto de la renta a partir del año que viene, otros cinco millones pagarán menos (los que ganan hasta 1.180 euros, 1.380 dólares) y, para mantener el equilibrio fiscal, se introduce un tipo mínimo. Eso significa que, en contrapartida, 140.000 compatriotas superricos, que pagan un tipo medio inferior al 3%, pasarán a pagar el mínimo, un 10%.

Esta reforma fiscal “no va a salvar la humanidad, el pobre seguirá siendo pobre”. Con estas palabras, el propio Lula ha dejado claro que la medida es trascendental, pero supone apenas un paso en el combate a la obscena desigualdad que desgarra Brasil. Su ministro de Hacienda y diseñador de la rebaja de impuestos, Fernando Haddad, ha ilustrado con un par de datos la magnitud de esa brecha colosal. El primero: “El 1% de los superricos tiene la mitad de la riqueza de Brasil”. Y “la desigualdad en Brasil es peor que en 47 de los 54 países de África”. Haddad fue el designado por Lula para medirse con Bolsonaro en las elecciones mientras él estaba preso.

Ambos, presidente y ministro, han celebrado que la pobreza y la desigualdad estén en mínimos históricos, según un estudio divulgado este martes, gracias a la creación de empleos, al aumento de la renta y de los programas de ayudas sociales.

Lula ha hilado un apasionado discurso en el que ha defendido, una vez más, que él y su obra son la prueba viviente de que es posible cambiar el mundo. Fiel a un guion que ha ido perfeccionando durante medio siglo, Lula ha recordado su historia personal —el peón de fábrica que llegó a presidente de un país dominado por una élite—, las sequías de su infancia en el nordeste, la lección de su madre, doña Lindu —“no hay que tener deudas—, las tres derrotas electorales, su manera de hacer política —“encontrar el camino del medio, no atender a este o al otro, sino a todos”, su receta para combatir la desigualdad -“no quiero sacar al hijo de la clase media de la universidad para meter a un negro, quiero dar una oportunidad al negro”… Sin olvidarse de recordar que 700 millones de personas pasan hambre en un mundo que produce 2,5 veces lo que come y gasta 2,7 billones de dólares en armas.

El presidente de Brasil ha enfatizado que la extrema derecha triunfa no por el atractivo de su discurso antisistema, sino porque “el pueblo ha dejado de creer en la democracia”. Y en ese contexto, ha ensalzado la respuesta de las instituciones brasileñas contra el ataque golpista del bolsonarismo.

Pero, reflejo de las dificultades de Lula para gobernar, los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado están de uñas con el Gobierno por diversas diferencias de política interna y han rehusado la invitación de acompañarlo en la presentación de la rebaja fiscal. En lo personal, su esposa, Janja, no estaba a su lado pese a la relevancia del evento.

El presidente Lula quiere hacer de “la justicia fiscal” su principal bandera para conquistar un cuarto mandato el próximo octubre. Mientras, la derecha, con Bolsonaro en la cárcel, busca un candidato que se mida con el veterano izquierdista, que lidera las encuestas. La oposición va a intentar que la seguridad pública sea el principal eje de la campaña electoral.

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