Ir al contenido

El desafío del açaí: así trabaja Brasil para que la fiebre mundial por este fruto tropical no acabe con la Amazonía

Comienza en Belém, la capital de esta baya, la COP30 con negociadores de más de 140 países reunidos hasta el día 21

Cada noche, el puerto de Belém, en plena Amazonía brasileña, se convierte en un bullicioso mercado teñido de púrpura. Es el color del açaí, el fruto de una palmera tropical que en los últimos años ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cada noche, el puerto de Belém, en plena Amazonía brasileña, se convierte en un bullicioso mercado teñido de púrpura. Es el color del açaí, el fruto de una palmera tropical que en los últimos años se ha puesto de moda en medio mundo por su alto valor nutricional. Los barcos han cruzado las aguas del estuario del Amazonas repletos de cestas a rebosar con los frutos que se han cosechado ese mismo día. Al caer la noche, ya en tierra, hay que darse prisa, porque el fruto no aguanta bien el calor, tiene que llegar cuanto antes a las plantas que lo procesan. En el muelle, los cestos se venderán a los intermediarios, se subirán a camiones y empezará así un viaje de éxito no exento de desafíos. Ya mueve 5.000 millones de reales (más de 900 millones de dólares) al año. El peligro ahora es no morir de éxito.

Los negocios de la bioeconomía y sus desafíos —por ejemplo, cómo cultivar açai de manera sostenible, sin deforestar— son uno de los asuntos que se discuten en los actos paralelos a la COP30, la conferencia climática anual de la ONU, que arranca este lunes en Belém. Mismo pabellón, pero separados. Mientras las ONGs presentan sus denuncias y reivindicaciones, y las empresas presumen de esfuerzo verde, en salas a puerta cerrada miles de delegados de más de 140 Gobiernos de todo el mundo negociarán hasta el día 21 los próximos pasos en la lucha contra el calentamiento global, una batalla que el negacionista trumpista amenaza.

Desde que el mundo ha conocido los encantos del açaí, el precio que se paga por las cestas en el puerto de Belém no para de subir. En los últimos 20 años, ha crecido un 2.900%. El efecto instantáneo era previsible: el cultivo de palmeras de açaí a destajo, muchas veces a costa de la flora nativa. A día de hoy se cosechan 1’7 millones de toneladas al año, casi 20 veces más que en los años noventa. Casi todo sale del estado de Pará. Ahora, una agencia del Gobierno, la Empresa Brasileña de Agricultura y Ganadería (Embrapa en su sigla en portugués), impulsa un método de gestión sostenible que garantiza la supervivencia a largo plazo y además aumenta la productividad. El boom económico va de la mano de una revolución cultural.

Lo cierto es que, hasta no hace mucho tiempo, comer açaí era “cosa de pobres”. Lo dice Nazareno Alves, que ahora regenta el restaurante Point do Açaí, parada obligatoria en Belém. “Cuando yo era pequeño, los ricos comían el açaí a escondidas, por la pigmentación que te deja en la boca”, recuerda en un viaje a Pará organizado por la Embrapa. Alves, de origen humilde, dice que el açaí transformó su vida. Ahora tiene varios restaurantes, preside la principal asociación del sector y da charlas por todo el norte de Brasil.

Los indígenas, claro, conocían el açaí desde tiempos inmemoriales. Hoy en día, aquí se come en el desayuno, en la comida y en la cena. Es como el arroz o el pan en otras culturas: imprescindible. No hay paraense sin su cuenco de açaí con harina de mandioca para acompañar su pescado frito. A los seis meses, los bebés pasan prácticamente de la leche materna al açaí, gracias a su textura pastosa. El açaí en Pará es una religión, sobre todo el açaí puro, recién batido, y sin el azúcar o el guaraná que se le añade cuando sale de este rincón de Brasil. Una parte se exporta, sobre todo a Europa y Estados Unidos, pero el 75% del açaí recolectado se queda en Pará. Los productores se guardan una parte para consumo propio y venden el resto.

El problema ahora son los precios, sobre todo fuera de la época de cosecha. El açaí se recolecta sobre todo entre noviembre y enero. Después, la producción cae drásticamente y los precios se disparan. Entre abril y junio llega a haber problemas de inseguridad alimentaria por falta de açaí, aseguran en la Embrapa. Esa dependencia se nota sobre todo en las poblaciones productoras, las comunidades ribeirinhas de la isla de Marajó.

Esta enorme isla del estuario del Amazonas (tiene el tamaño de Holanda) concentra la mayoría de açaizeiros de Brasil. Las palmeras son fáciles de reconocer: troncos esbeltos y hojas finas y ligeras, que se mueven como banderines al viento. Crecen salvajes en la orilla (del Amazonas y todo el ramillete de brazos, afluentes, canales y otros ríos). Por aquí pasa el 20% del agua dulce del planeta. El encuentro con el océano es clave para la palmera, porque genera unas mareas que hacen que el nivel suba y baje más de un metro varias veces al día. Con cada crecida, llegan sedimentos cargados de nutrientes.

Ese vaivén de las aguas se observa fácilmente desde el embarcadero de madera de la casa de Arcindo Moraes da Silva y Maria de Jesus Coelho da Silva. Los Silva fueron los pioneros en el cultivo del açaí de forma sostenible. Hasta hace diez años, talaban el resto de especies y multiplicaban los açaizeiros. Parecía lógico: cuanta más palmera, más açaí. Pero no.

Los estudios de la Embrapa averiguaron que la palmera rinde mejor cuando está rodeada de otras especies, porque aportan más hojas (materia orgánica, abono), sobre todo las leguminosas, que inyectan nitrógeno al suelo. Además, como cada árbol florece en una época, las abejas sobreviven todo el año. Con más abejas, más polinización, más açaí. Todo parecía muy bonito en la teoría, pero aplicarlo no fue fácil. Arcindo tuvo que arrancar mucha palmera y dejar que la selva se apoderara un poco de su terreno. El resultado tardó, pero valió la pena. “Antes sacaba unas 500 cestas al año, ahora unas 2.500. Antes de este sistema solo cosechábamos los meses de verano, después no había nada. Teníamos que dedicarnos a la pesca para sobrevivir”, dice. Parte de su producción la compra el Gobierno para abastecer los comedores escolares de la zona en la temporada en que es más difícil encontrar (y pagar) el açaí.

Los Silva, como casi todos en esta región, son una familia muy humilde. Hasta el año pasado no tenían luz eléctrica. Ahora la administración de Luiz Inácio Lula da Silva y su programa Luz para todos les ha puesto una placa solar, algo que junto con el boom del açaí les ha cambiado la vida radicalmente. Por fin tienen ahorros, nevera, lavadora y se están construyendo una casa de tres pisos en Muaná, la ciudad más cercana.

No muy lejos de la casa de los Silva, otro vecino, Miguel Cardoso de Souza, ya ha replicado el sistema. “La gente decía: Arcindo está loco, se va a cargar el açaizal. Al principio teníamos dudas, porque tarda tres años en dar resultado, por eso mucha gente desconfiaba”, confiesa. Ahora él es uno más de los que canta las bondades del sistema agroforestal. Incluso tiene varias colmenas de las abejas que hasta hace poco combatía como si fueran el enemigo a batir.

El açaí es un fruto, como dicen en Brasil, abençoado (bendecido). La palmera crece muy rápido y no se usan pesticidas, porque no hace falta, nunca se ha detectado una plaga. Los especialistas atribuyen la resistencia natural del fruto al delicado equilibrio de la selva. Como contrapartida, la palmera no lo pone fácil. Para recolectar el açaí hay que subir hasta los racimos trepando por el tronco. No es algo apto para cualquiera, hay que estar en forma y, a poder ser, delgado. Arcindo lo cuenta satisfecho después de haber subido a cortar unos racimos. Un sube y baja de menos de un minuto. Aquí está otra clave del mundo de la palmera. Falta mano de obra y no es raro el trabajo infantil. A menudo se echa mano del pequeño de la familia. Hay prototipos de máquinas y robots, pero de momento nada que haya dado un resultado aceptable y asequible.

Todo sigue siendo muy artesanal, pero la revolución está en marcha. El açaí en Brasil ahora ocupa unas 265.000 hectáreas y se espera que la superficie se doble. En los últimos años, la Embrapa desarrolló semillas apropiadas para cultivo en tierra, lo que quita un poco de presión sobre los bosques ribereños y permite cultivar açaí en tierras degradadas o hasta ahora dedicadas a la ganadería, incluso en otras zonas de Brasil. Los especialistas aseguran que para seguir exportando açaí al mundo no será necesario arrasar la selva. Y además, avisan: el açaí es solo un ejemplo de todo lo que la Amazonía puede aportar a la economía local si se hace con cuidado. La lista de frutos que casan con el desarrollo sostenible es larga: desde el cacao y la castaña de Brasil hasta otros menos conocidos, como la copaíba, la andiroba, el bacurí o el cupuaçú.

Más información

Archivado En