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Natália Cunha, directora del Museo de las Favelas: “Mostramos el poder de la favela, el fracaso ya está en las noticias”

Un centro cultural público retrata, en São Paulo, la potencia pasada y presente de las barriadas pobres donde vive el 8% de los brasileños

La palabra favela, dicha en español, en inglés o en otra lengua extranjera, evoca irremediablemente a Brasil, a un tipo de barriada marginal que en portugués brasileño tiene muchos nombres: morro, quebrada, comunidad, periferia, vila… Y que el censo denominaba aglomeraciones subnormales hasta hace poco. En ellas viven 16 millones de brasileños (el 8%). El público del Museo de las Favelas, en São Paulo, es bastante más negro y joven que lo habitual en las pinacotecas. Vienen a ver exposiciones sobre rap, poesía de la periferia, fotografía... universos y experiencias con las que se identifican. Su directora, Natália Cunha (São Paulo, 43 años), habla sobre la transformación que impulsa y refleja este museo público y gratuito fundado en 2022 por el Gobierno de São Paulo.

Pregunta. ¿Cómo describiría una favela a quien nunca pisó una?

Respuesta. Son aglomeraciones de personas y viviendas, a veces en condiciones muy precarias, con carencias básicas, como saneamiento o electricidad, con edificios sin terminar. Pero también son espacios de creatividad, donde unos cuidan de otros para sobrevivir, donde uno aprende a fabricar sus propias herramientas. Lugares de intercambio.

P. ¿Y por qué necesitan un museo?

R. Relatamos las historias de personas a las que les robaron algunos derechos, la identidad. Gente pobre, negra y periférica. Nuestro propósito es darles protagonismo, hablar de ellos y sus particularidades. Es hora de que cuenten su propia historia. A veces es un quilombo [un asentamiento de antiguos esclavos] que no se ha urbanizado del todo. Y, en algunas ciudades, alberga a la mayoría de la población, como en Belém. El mundo lo verá en la COP [la cumbre del clima, en noviembre].

P. Favelas también en la Amazonia.

R. Eso, Belém es la capital más favelada.

P. ¿Y qué tienen que mostrar al resto de Brasil?

R. Trabajamos para resguardar su memoria, pero también registramos la actualidad, sus expresiones culturales. Mostramos el poder de la favela, no su fracaso. Los noticieros ya muestran constantemente el fracaso de ese lugar al que el Estado no llega, de violencia exacerbada. Y nosotros, como museo, somos el lugar para hablar del poder de la favela y ver cómo se puede generar esa transformación.

P. ¿Este museo habla a quien vive en la quebrada o a quien no la conoce?

R. Somos un lugar de acogida para todos los públicos. Quien vive en una favela y llega aquí puede sentirse representado, sentir que pertenece, que está autorizado a ocupar un espacio que es patrimonio protegido.

P. Un palacete neoclásico en la plaza donde el padre Anchieta, de Canarias, fundó São Paulo en 1554.

R. Exacto, abrazamos el contraste entre esas historias que se entrelazan en algunos momentos y divergen en otros.

P. Llegar hasta aquí desde las barriadas más lejanas supone dinero y un par de horas.

R. Por eso vamos a la periferia, a otros municipios y Estados. Y en nuestra próxima exposición participarán seis países. Al estar en la zona cero de la ciudad también somos parte de un circuito cultural.

P. ¿Quiénes les visitan?

R. Para el 30% de los visitantes, somos su primer museo. Servimos de puerta a otros centros culturales. Un 70% regresa en familia. Muchos aprovechan el domingo porque el autobús es gratis.

P. ¿Recuerda su primer museo?

R. Sí, estudié en una escuela al lado del Museo Lasar Segall [un pintor expresionista], así que iba mucho allí.

P. ¿Qué artistas y públicos quiere atraer?

R. Quiero crear sentido de pertenencia mientras preservamos la memoria. La historia aún no está completamente contada, ni se conserva en el museo. Quiero que todos se sientan bienvenidos, los turistas, las personas con discapacidad, mi hijo, que tiene autismo... Comisariamos los proyectos de forma participativa.

P. El Ayuntamiento ha abierto una comisión de investigación sobre los bailes funk. ¿Cómo lo viven aquí?

R. Lo que pasa con el funk ya lo vivimos con la samba y la capoeira, que estuvieron prohibidas por las leyes de vagabundos y ahora son patrimonio inmaterial. Siempre es una batalla demostrar que lo que hacemos también es cultura. El funk es la expresión más actual de esa criminalización. Mientras, se debate reconocerlo como patrimonio.

P. ¿En qué momento favela pasó de ser estigma a motivo de orgullo?

R. Creo está en proceso. Su significado aún se está construyendo. Y el museo tiene un papel fundamental. El IBGE [el instituto estadístico oficial] ha sustituido el término aglomeración subnormal por favelas y comunidades urbanas. Ese cambio es también un ejercicio de apropiación. Y fue gracias a un debate que comenzó en este museo.

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