La furia de Petro: un presidente con el agua al cuello

La implosión del mandatario le enfrenta a sus ministros en un momento caótico del Gobierno

Gustavo Petro en la Universidad Industrial de Santander, en Bucaramanga, el 7 de febrero de 2025.Presidencia de la República

Hay dos Gustavo Petro. El primero puede escuchar los argumentos de alguien que tiene sentado enfrente durante cinco minutos y, de repente, levantarse y marcharse de la habitación sin decir nada. Sus asesores sostienen que se refugia en sus silencios, como un mecanismo de defensa frente a lo que considera agresiones del exterior. El segundo es uno locuaz y expansivo, difícil de contener y capaz de cargar contra todo y contra todos. Ese es el que esta semana ha llevado a su Gobierno al límite, a punto de una fractura definitiva. El Petro enfurecido.

Vive sus días más desdichados como presidente. Aunque, a su vez, de más excitación, según quienes le rodean. Un fuego sigue encendido dentro de él desde que se enfrentó de forma directa y pública a Donald Trump a finales de enero. Se comprobó en el Consejo de Ministros televisado de este martes, en hora de máxima audiencia. Agarró el micrófono, enfadado, y regañó a casi todos los funcionarios por no haber cumplido la mayoría de las promesas de campaña. Era una forma indirecta de desacreditarse, pero por eso quiso dejar claro que navega solo. Él es un presidente revolucionario, mientras que su Gobierno no lo es. Eso lo desliga de la parte administrativa y lo coloca en una posición más heroica: la del general que embiste al enemigo, aunque su tropa haya desertado.

A Petro, cuentan en su entorno, le aburren las reuniones técnicas. Captar su atención en esos momentos no resulta sencillo. Conoce casi todos los recovecos del Estado y tiene una opinión formada de cómo debe cambiarse, pero no tiene intereses en el proceso, sino en el resultado. Algunos funcionarios se han visto empantanados por la burocracia y la legalidad, sin forma de aplicar las transformaciones que se les piden. Laura Sarabia, la que ha sido su número 2 en estos dos años y medio y que ahora es canciller, ha insistido una y otra vez que no querían excusas, solo resultados. Ellos se han sentido solos en ocasiones, sin posibilidad de contactar con Petro directamente. “Estaba pendiente de sus trinos en Twitter para entender qué quería. Tenía que interpretarlo”, cuenta alguien que abandonó el Gobierno.

Los ministros más sobresalientes de su Gobierno han abandonado o están a punto de hacerlo. El canciller Luis Gilberto Murillo se fue porque tiene en mente presentarse como candidato a las elecciones de 2026, pero también porque discrepaba con el presidente en asuntos fundamentales. Juan David Correa, de Cultura, ha renunciado por no querer sentarse al lado del principal asesor de Presidencia, Armando Benedetti. Jorge Rojas, defensor de derechos de humanos y petrista casi desde antes que Petro, se ha ido por el mismo motivo. La ministra más reputada, Susana Muhamad, dice estar pendiente de una conversación para decidir su continuidad en el proyecto. Lo mismo ocurre con el ministro de Interior, Juan Fernando Cristo, un moderado que llegó para llevar a cabo un “acuerdo nacional” que ahora parece más lejano que nunca. Este pulso de los funcionarios a su jefe ha espantado al propio Petro: “Por poco acaba el Gobierno”. Escribió eso en referencia a Rojas, al que culpa de hacer creer a todos que Benedetti será un superministro con mando en plaza, pero que en general resume muy bien la situación límite de su Presidencia.

El presidente resulta muy difícil de confrontar. Acusa de poco revolucionarios a sus ministros, pero cuando estos le recuerdan que ha sido él quien ha incluido en el proyecto a gente de la derecha, tuerce el gesto y les pide que no sean sectarios. Si le señalan por tener asesores denunciados por malos tratos, ataca a un “tipo de feminismo” que, según él, destruye a los hombres. Cuando le hacen ver que a su alrededor tiene personas que han amenazado con dinamitar el Gobierno, argumenta que todo el mundo merece segundas oportunidades. “Es un escapista”, lo describe una persona muy cercana.

El resurgimiento de Benedetti tiene tanto misterio como el de la concepción de la Virgen María. Al acabar la campaña, en la que fue fundamental, fue enviado a Caracas como embajador. Era una misión importante, pero también una forma de alejarlo y evitar que uno de sus cinco casos en marcha por distintos casos de corrupción pudiera explotarle en la cara al presidente. El canciller de ese momento, Álvaro Leyva, fue de los que convenció al presidente de alejarlo. En el entorno de Benedetti también señalan a Verónica Alcocer, la primera dama. En cualquier caso, se fue a una especie de exilio en 2022. Le dijeron que cuando arreglase sus problemas judiciales volvería. Junto a Petro se quedó Sarabia, que tuvo como jefe a Benedetti seis años. Ese cambio de roles dinamitó la relación entre ambos. El embajador salió tras la filtración de unos audios en los que se le escuchaba que había habido financiación ilegal en la campaña y estaba dispuesto a que todos fueran a la cárcel. Petro lo destituyó en una alocución en la que ni siquiera pronunció su nombre.

Ahora, más de dos años después, Benedetti vuelve a ser la mano derecha de Petro y a la vez aleja a Sarabia, que aunque se va a ocupar de un cargo tan relevante como la Cancillería, de facto, se distancia de Petro. La situación ha dado un vuelco. Los ministros dicen claramente: o nosotros o Benedetti. Y el presidente, terco como él mismo dice que es, no parece dispuesto a dejarse ganar ese pulso. Benedetti viene a Bogotá a reivindicarse y a recibir lo que cree suyo: el poder que merece por haber sido clave para la izquierda a la hora de ganar las elecciones. El día del famoso Consejo, se sentó al lado del presidente y escuchó impertérrito las criticas hacia él. No se le movió una ceja. El choque pone en peligro a Petro, amenaza incluso su legado. Las llamas de su Gobierno se ven a la distancia.

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