Montes de oración: los evangélicos brasileños buscan espacios más allá de las iglesias
Los fieles convierten colinas en lugares de culto en una expansión territorial que las autoridades respaldan, pero a veces genera roces con las religiones de origen africano
Cada día en Brasil se abren una media de 17 iglesias evangélicas. Los templos de la religión que desde hace años crece como la espuma están por todas partes, pero sus fieles, cada vez más numerosos, reivindican otros espacios para ejercer su fe. El fenómeno de los montes de oración se va consolidando. Son colinas en las afueras de las grandes ciudades que los fieles convierten en lugares de culto. En Río de Janeiro, el monte más concurrido es uno llamado Escada de Jacó (escalera de Jacob), en el barrio de Irajá, en el norte de la ciudad. En un domingo de enero decenas de fieles subían hasta la cima de este pequeño montículo para rezar de una forma más intimista a la que acostumbran en los cultos. “Es un encuentro con Dios más reservado, parece que estamos más cerca, salimos de las cuatro paredes de casa, de la iglesia y buscamos esa intimidad aquí”, comentaba Luciana Marques, acompañada de su novio. Los dos pasaron un buen rato de la mano y con los ojos cerrados.
Si no fuera por el cartel de la entrada, a primera vista el monte parece un parque público común, pero hasta hace unos 15 años era un rincón abandonado plagado de matorrales y escondites de narcotraficantes. Con el tiempo, los evangélicos se fueron apropiando de él. Ahora está abierto 24 horas, porque no son pocos los que vienen aquí a pasar la noche rezando o cumpliendo alguna promesa. “Aquí nadie te molesta, Dios está contigo, los ángeles están acampados. Pasar la noche con Cristo es lo mejor que hay”, decía convencido Lúcio Alves, habitual del lugar. Trabaja en una tienda ambulante a las puertas del monte vendiendo aceites milagrosos.
Los vecinos aseguran que hoy en día el monte es uno de los puntos más seguros del barrio. Los fieles acuden en solitario, con familiares o amigos, pero sin grandes aglomeraciones. No se ven pastores micrófono en mano ni se escuchan los clásicos gritos de aleluya. El ambiente es de recogimiento. Cada uno busca un rincón en el parque en el que orar tranquilo. Además, la mayoría destaca como punto positivo que aquí no hay intermediación del pastor.
Los montes de oración no están vinculados a milagros o apariciones, simplemente son terrenos (en su gran mayoría públicos) que los evangélicos ocupan, administran y cuidan. En muchas ocasiones, después llega el poder público para ofrecer ayuda. El Ayuntamiento de Río, por ejemplo, invirtió en arreglar montes como el de Irajá, colocando bancos, rampas o papeleras. A cambio, millares de fieles (y electores) contentos. Las diferentes denominaciones neopentecostales (las Iglesias que más crecen en los últimos años en Brasil) comparten la gestión del espacio. En general no suele haber una iglesia dueña del monte, la gestión es descentralizada y compartida.
A veces el movimiento genera tensiones con otros credos que se sienten discriminados, especialmente con el candomblé y la umbanda, religiones de matriz africana cuyos lugares de culto, los terreiros, sufren constantes ataques, sobre todo por parte de fundamentalistas evangélicos.
En Salvador de Bahía, por ejemplo, el monte de oración más popular es el de las Dunas do Abaeté, un idílico parque natural con arena blanca y lagunas muy vinculado a las tradiciones de origen africano. Los orixás, divinidades del candomblé, representan en esencia las fuerzas de la naturaleza, por lo que sus fieles también frecuentan espacios naturales para realizar ofrendas. Un pastor y concejal bolsonarista propuso rebautizar las dunas como Monte de Oración Dios Proveerá. Tras las protestas, el Ayuntamiento dio marcha atrás, aunque igual que en Río, también realizó obras de urbanización para acomodar el constante flujo de evangélicos.
Pese a las controversias, la búsqueda de espacio más allá de las iglesias no se detiene, y la clase política está atenta. En Río de Janeiro, el Ayuntamiento prometió recientemente reformar otros diez montes de oración e incluso construir un parque temático dedicado al cristianismo. El alcalde, Eduardo Paes, presentó el proyecto la pasada Navidad: “Será un espacio dedicado a la propagación y al ejercicio de la fe, un lugar de congregación, peregrinación y para la realización de eventos religiosos que hará bien al cuerpo y el alma”, defendió. El parque, que se llamará Terra Prometida, ocupará una superficie de 200.000 metros cuadrados en las afueras de Río y contará con auditorios, tiendas, restaurantes y una explanada para eventos donde cabrán 70.000 personas. Preguntado el ayuntamiento de Río, responde no saber cuál será su coste, porque todavía está en una fase conceptual.
En la Biblia, las montañas están cargadas de simbología: desde la subida de Abraham para sacrificar a su hijo Isaac, la entrega de las tablas de la ley a Moisés o los 40 días de Jesús en el desierto. En el pequeño monte de Irajá, en Río, hay más palmeras tropicales que olivos y la iconografía religiosa es discreta: por supuesto no hay ninguna estatua ni representación figurativa (vetadas en el protestantismo) aunque sí versículos de la Biblia plantados entre la hierba, piras que aluden a las 12 tribus de Israel y una pared que imita el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, repleta de papelitos doblados entre las piedras.
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