Elecciones en Uruguay: “¡Tres millones y medio de uruguayos! ¿Cómo no se van a poner de acuerdo?”

La apatía en las calles de Maldonado y Canelones reflejan la sensación de que cualquiera sea el resultado en las presidenciales de este domingo no habrá granes cambios

Trabajadores electorales preparan material de votación para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del domingo, en Montevideo.Mariana Greif (REUTERS)

En las calles de Maldonado se respira un raro aire a día después. Los habitantes de esta ciudad, capital de la región turística por excelencia de Uruguay, parecen haber pactado un anticipo de la resaca electoral. Se ha dicho con justa razón que la temperatura electoralista en Montevideo es atípicamente fría, pero a dos horas de allí, en Maldonado, el paisaje y el humor ciudadano coquetean con la apatía casi total.

Falta poco y nada para que la votación del 24 de noviembre defina quién será el nuevo presidente de Uruguay y quién su nueva vicepresidenta. “Será un final abierto, un final muy reñido”, anticipan los analistas. Sin embargo, en el centro de Maldonado casi no hay indicios de tamaño acontecimiento: no se ven banderas partidarias, tampoco imágenes de Yamandú Orsi, con quien la izquierda confía en volver al poder, ni de Álvaro Delgado, el candidato oficialista que representa la continuidad de la alianza gobernante de centroderecha. Cuando llegue el día después, es probable que los expertos intenten responder qué ha pasado con la pasión política que en este país parecía disputar espacio al fútbol, el santo patrón de esta sociedad religiosamente laica.

A pocas cuadras de la Catedral, Sergio abrió un café hace ocho años mientras daba clases de matemáticas en secundaria. “Hay desinterés porque no están los viejos caudillos carismáticos, yo iba a escucharlos por horas”, dice. Con su voto, explica, recorrió todo el espectro político. Se lo dio a Tabaré Vázquez en 2004, cuando el Frente Amplio (centroizquierda) accedió por primera vez al gobierno nacional; más adelante optó por el centrista Partido Independiente; en 2019 se decantó por Luis Lacalle Pou, actual presidente y líder del Partido Nacional (centroderecha). Profesor retirado, de 62 años, Sergio dice estar desconforme con la “transformación educativa” que puso en marcha esta administración, porque considera que ha relajado el nivel de exigencia a los estudiantes. No ha decidido por quién votará, pero sí le pide a los futuros gobernantes que atiendan la situación de las Pymes que, como la suya, hacen malabares para llegar a final de mes. “El 45% de mis ingresos se va en alquiler, luz, agua e impuestos”, detalla. Toca un asunto viejo conocido: el costo de vivir en Uruguay, que según diversos estudios es el país más caro de Sudamérica. Un poco molesto, añade: “Las grandes empresas tienen exoneraciones [fiscales] y terminamos pagando los del medio”.

Los candidatos a la presidencia, Álvaro Delgado y Yamandu Osri, durante el debate del 17 de noviembre. Uruguayan Press Association (via REUTERS)

A lo lejos, en el corazón de la plaza principal, tres mujeres van y vienen, interceptando el paso de los viandantes. Son militantes del Frente Amplio, de toda la vida. ¿Por qué hay tan poco movimiento? “Ahora está tranquilo, más cerca de las elecciones el ambiente cambia, la gente se acerca y pide listas, incluso para repartir en el barrio”, dice María, de 75 años. También están los que se apartan. “Otra gente rechaza la lista o se queja de los políticos”, añade. Las tres dedican sus mañanas a explicar por qué la fórmula Yamandú Orsi - Carolina Cosse tendría que ganar. “Los gobiernos del FA [2005-2020] hicieron cambios muy importantes”, plantean. Ejemplifican: crearon el plan Ceibal para la inclusión digital, la transformación de la matriz energética, la instalación de la fibra óptica... “Cuando vino la pandemia, el país no se paró, se pudo trabajar online”, apunta María. A su lado, Cristina, de 68, opina que el próximo Gobierno deberá priorizar al 20% de los niños que vive en condiciones de pobreza.

Es probable que las tres militantes no logren llevar para su molino a Alfredo, poeta e ingeniero, que en noviembre vino a presentar sus versos a Maldonado desde Rocha, departamento situado en el este. “No me convence”, dice sobre el Frente Amplio. Es argentino, tiene 68 años, vive en Uruguay desde 2005. “¿Querés saber cuál es la mayor ventaja de este país?”, pregunta. “¡Son 3 millones y medio de uruguayos! ¿Cómo no se van a poner de acuerdo?”, se responde. Alfredo es un gran conversador, parece contento de vivir aquí y el domingo cree que votará por Álvaro Delgado y Valeria Ripoll, la fórmula oficialista. Pero el voto no inhibe sus críticas. “Uruguay tiene una deuda muy grande con sus jubilados. No pueden ganar 18.000 pesos [420 dólares]. Eso es una burla”. Además, le preocupa que casi el 50% de los estudiantes no termine la educación media y mira con estupor el avance del narcotráfico en los barrios. “Los políticos tendrían que ponerse de acuerdo. Tienen que tirar juntos y dejarse de tanto ´paisito´, de tanta autocomplacencia”, comenta.

A unos 150 kilómetros de Maldonado está Canelones, una ciudad de 20.000 habitantes, sin edificios altos, con casas sencillas y ajardinadas, vecinos que charlan en las veredas, perros que pasean sin correa. Es la capital del segundo departamento más poblado de Uruguay, Canelones, que fue gobernado por Yamandú Orsi entre 2015 y 2024. “El ambiente electoral está tranquilo y chato”, dice Andrea, de 47 años, mientras atiende su papelería. El domingo pasado, 17 de noviembre, vio el debate presidencial por tramos, algo aburrida de que no hubiera intercambios entre los candidatos. “Yo apoyo a Yamandú”, afirma. Confía en que un gobierno liderado por Orsi mejore los salarios, sobre todo de la franja que gana menos de 25.000 pesos [unos 580 dólares] por 40 horas semanales. Entre ellos está su hija, comenta, que vive en Montevideo. En total son unas 548.000 personas, según el Instituto Cuesta Duarte, un tercio de los trabajadores. “Que mejoren los ingresos nos conviene a todos”, dice Andrea.

Cruzando la calle, Leonardo, de 31 años, toma un descanso del barrido de calles a la sombra de un jacarandá. “La verdad, no me atrae la política”, confiesa. Ya tiene decidido su voto, que en Uruguay es obligatorio. No se queja, tampoco festeja. “Yo tengo trabajo y me revuelvo bien, la voy tirando, pero lo más complicado es estar sin laburo”, opina. Del 8% de la población desempleada, son los jóvenes menores de 24 años quienes se llevan la peor parte. En esa franja, un 26% está sin trabajo.

Muy cerca del Teatro Politeama, el principal de Canelones, Alejandro vende los primeros helados de la temporada en los ratos que le deja la carrera de arquitectura. “Con mis amigos hablamos de política, pero en general no hay interés, y tendría que ser al revés”, sostiene. A sus 21 años, en las elecciones de octubre votó por primera vez. “Hay que reducir la desigualdad, que en este Gobierno aumentó, la distribución tiene que ser más equitativa”, remarca. De todos modos, considera que Uruguay tiene un rumbo económico bastante definido y no cree que ocurran grandes cambios. Está de acuerdo Alicia, de 53, una militante del Partido Nacional por “herencia familiar” y por convicción. Mientras reparte listas de la fórmula Delgado-Ripoll en la plaza central, enumera algunos logros de la actual administración, como la creación de empleo [76.000, según cifras oficiales] y la baja inflación. “A Delgado le pido que mejore la seguridad pública”, señala. Celebra que haya democracia, el poder tomar mate tranquilamente con sus adversarios del Frente Amplio. “Eso ha cambiado, está más tranquilo, hay menos rivalidad”, asegura.

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