Zarpazo en Venezuela
La fiesta termina de forma truculenta, mediante un escandaloso fraude electoral
Solo el vínculo logrado por María Corina Machado con la mayoría de la sociedad venezolana puede explicar la esperanza puesta por un viejo historiador, como quien escribe, en la derrota de Nicolás Maduro en un proceso electoral. Una mujer al frente de las masas, suceso inédito de veras, algo jamás visto desde la fundación de la República, permitía el vuelo de las esperanzas. Que los pobres y los ricos se juntaran a su alrededor en la vastedad de un territorio que jamás había manifestado uniformidad en sus preferencias políticas, también animaba la posibilidad de una victoria espectacular. Si a tales asuntos se agrega la náusea que ya provocaba el régimen en el seno de una sociedad expoliada por la “revolución”, apenas faltaba el acto de votar.
Pero tuvimos un fallo en los cálculos: solo estaba cambiando o evolucionando un fragmento de la sociedad. Solo mutaba la mayoría de su cuerpo, sin que la cabeza estuviera ganada para una metamorfosis. Al contrario, la parte superior armada hasta los dientes sintió el peligro que significaba la aparición de un enemigo formidable y le permitió jugar con la fantasía de su victoria para dispararle después a matar. No solo anunció las formalidades de un proceso electoral, sino que también, con todos los primores del mundo, dejó pasar la posibilidad de una candidatura que afincara el liderazgo de la estrella debutante. Un proceso electoral limitado o controlado, pero una alternativa de selección que no debía despreciarse porque era una concesión, una dádiva. Un proceso en cuyo prólogo se maniató a la prensa, pese a que ya estaba súper apersogada, para completar el tema. Pero agarrando aunque sea fallo, se dice por aquí, y nos dedicamos a engordar la ilusión del triunfo.
Ilusión solo al comenzar, porque se volvió realidad concreta mientras María Corina Machado recorría el país para buscarle votos a Edmundo González Urrutia, un candidato de emergencia que nadie conocía y quien se convirtió en un potente emblema de cambio. Fue de tal magnitud el impacto de la insólita pareja, tan entusiasta su aceptación, que el régimen no tuvo más remedio que acudir al expediente de una trampa grosera para detener su carrera. Todos los pronósticos serios garantizaban el triunfo de la oposición, sin ningún tipo de duda, o no hacían falta esos vaticinios porque era algo que ya formaba parte de la atmósfera. De allí que la fiesta terminara en forma truculenta, mediante un escandaloso fraude electoral. Como se sabe, el régimen cambió los escrutinios según su necesidad, en una operación distanciada del rubor que ocurrió hace unas pocas horas y que fue anunciada a medianoche, mientras la gente se disponía a dormir.
Es un episodio de república bananera, pero ahora calza más hablar de república pigmea. Mientras crece, mientras se levanta de las cenizas todavía calientes echando a sus enanos, porque la historia que apenas se ha esbozado no ha terminado. Debido a su magnitud, al tamaño de su escándalo, ha encontrado incentivos de sobra para continuar.
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