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En colaboración conCAF

La marcha de las Mujeres Negras de Brasilia, un faro para la lucha afro latinoamericana

Para muchas activistas, este encuentro, que espera congregar a decenas de miles de personas bajo el lema ‘Reparación y Buen Vivir’, inspira y marca un camino hacia la inclusión en el continente

Este 25 de noviembre, Brasilia es escenario de una convocatoria única: la Marcha de las Mujeres Negras, cuyo lema es Reparación y Buen Vivir. “Necesitamos construir otro mundo, imaginar mundos posibles y unir fuerzas para tener una estrategia transnacional de denuncia y construcción”, afirma Naiara Leite, 40 años, de Salvador de Bahía, coordinadora del Instituto Odara y del Comité Nacional de la Marcha. “En el país, somos casi 60 millones de mujeres negras. Si conseguimos sensibilizar a más de un millón de ellas, estaremos bien”, asevera Leite.

Los datos del PNUD confirman esta magnitud: las mujeres negras representan el 28,5% de la población brasileña y, aun así, son quienes más desigualdades atraviesan, una realidad que se repite en toda América Latina. Las organizadoras esperan cerca de 300.000 participantes. La marcha cuenta con un comité global que articuló meses de trabajo regional e internacional para convocar a mujeres afrodescendientes de América Latina, el Caribe y otros continentes. La noción de amefricanidad, acuñada por la filósofa brasileña Lélia González, se derrama este noviembre por las arterias de la capital brasileña: un proceso vivo de resistencia y creación que parte de matrices africanas y que forjó una identidad propia en las Américas.

Pero la marcha no es un evento aislado. Brasilia late con más de 50 actividades —diálogos, encuentros, elaboración de agendas— que buscan fortalecer las luchas por equidad, democracia, justicia climática, enfrentamiento al racismo religioso, derecho al territorio y una vida sin violencia para la juventud negra. En su arquitectura futurista, la ciudad de hormigón y vidrio recibe una movilización cuyo eje será el Museo Nacional, en la Plaza de los Tres Poderes.

Esta edición es la continuidad directa de la marcha de 2015, que reunió a casi 100.000 mujeres negras y afianzó un ciclo nuevo en la organización política y en la visibilidad de este movimiento. “Desde entonces, vimos un aumento enorme de candidaturas de mujeres negras, y [la concejala negra asesinada de Río de Janeiro] Marielle Franco también es fruto de ese proceso”, explica Ingrid Farias, directora de articulación del Instituto Update. Y agrega que, desde 2016, “muchas organizaciones colectivas de mujeres negras surgieron y pautaron debates sobre racialidad, belleza negra y estética positiva”. Sin embargo, la brecha de la inclusión política de las mujeres, en general, y las afrodescendientes en particular continúa siendo enorme. Según el ránking de la Unión Interparlamentaria IPU, Brasil está en la posición 132 mundial en cuanto a la representación de mujeres, con menos del 19% parlamentarias, por debajo de países como Jordania y Turquía.

Pese a esto, desde Colombia, la antropóloga, activista antirracista y precandidata al Senado por el Pacto Histórico, Amanda Hurtado, reconoce, la influencia de las brasileñas en la lucha. Para ella, la experiencia brasileña no solo inspira: marca un camino. “He tenido conversaciones muy importantes con las compañeras brasileñas —Ingrid, Fabiana— y siempre hemos hecho intercambio. Ese ha sido el legado del movimiento de Brasil”, asegura. Ese legado, añade, es doble: demostrar que es posible hacer política radical desde las mujeres negras y disputar sin temor los espacios de poder.

Hurtado destaca que el movimiento brasileño combinó con precisión la fuerza del movimiento social con la del sistema de partidos. “Yo lo leo como un movimiento que conoce diferentes mecanismos para acceder al poder”, afirma. Esa articulación —su “partido-movimiento”— es, para ella, una de las lecciones más potentes que Brasil aporta hoy al progresismo y a la izquierda antirracista: transformar estructuras exige ocupar tanto las calles como las instituciones.

En México, donde viven más de 2,5 millones de personas afromexicanas, la mitad mujeres, la activista y funcionaria comunitaria Mijane Salinas mira la Marcha Global con esperanza y cautela. Para muchas afromexicanas, asistir es casi imposible: faltan recursos, hay brechas lingüísticas y la información no llega a las comunidades. Aun así, reconoce el surgimiento de nuevas colectivas y liderazgos jóvenes. Para ella, el sentido del encuentro es claro: colectivizar la lucha, reconocerse y organizarse frente al racismo y la violencia. Y subraya algo más: este debe ser el momento en que digan juntas: “aquí estamos, necesitamos una oportunidad.”

Desde Uruguay, Tania Ramírez —integrante del colectivo Mizangas y coordinadora regional en Update— coincide en ver a Brasil como un faro político para la región. “Las compañeras brasileñas siempre han sido ejemplo y una referencia para muchas de nosotras”, dice antes de viajar a Brasilia, recordando cómo cada avance resuena en Uruguay, Argentina y Paraguay. Pero lo que más la mueve es lo que se trae de vuelta: “No es solo ir a marchar, es volver y disputar el sentido, mostrar que hay un movimiento feminista negro, diaspórico, imaginando otros futuros posibles”.

En Brasilia, la marcha condensa todas esas urgencias. Es el resultado de un trabajo articulado en los 27 estados brasileños, con comités estaduales, municipales y regionales impulsados por las propias mujeres, además de 16 comités integrados por latinas y de otros continentes. “Marchamos por la reparación, que es la deuda que el Estado tiene con las mujeres negras y con las familias de las víctimas de la violencia estatal”, sostiene Fabiana Pinto, de Mujeres Negras Deciden.

La consigna no es abstracta: la megaoperación policial de octubre en Río, con 121 muertos, dejó a mujeres —en su mayoría negras— caminando entre cuerpos para identificar a sus familiares.

El Buen Vivir propone lo contrario: una vida plena y libre de violencias. “No se trata solo de sobrevivir, sino de vivir con dignidad, con territorio, salud, memoria y futuro”, resume Pinto. Esa visión también guio el Plan de Acción por el Buen Vivir, presentado en la COP30, que reclama participación política de mujeres amazónicas para enfrentar el racismo ambiental.

El documento final de la marcha fijará una agenda colectiva orientada a la reparación histórica del racismo y a un modelo de sociedad donde las mujeres negras sean reconocidas como sujetas políticas y guardianas de la vida y los territorios.

Al final, lo que sucede en Brasilia no queda en Brasilia. La marcha abre un horizonte que desborda fronteras y se lee en clave regional, ancestral y futura. La afrouruguaya Ramírez lo sintetiza en una imagen muy simbólica: la Sankofa, uno de los símbolos Adinkra del pueblo akan de Ghana. Tiene dos formas clásicas: una es la del corazón, presente en muchas construcciones de nuestro continente; y la otra es la del pajarito con el pico hacia atrás, guardando un huevito, pero volando hacia adelante. El pasado, pero yendo hacia el futuro”, explica.

Esa memoria que camina se enlaza con lo que imagina Amanda Hurtado desde Colombia: que la marcha impulse una plataforma política regional, capaz de pensar un proyecto para las mayorías latinoamericanas más allá de los bordes identitarios. En sus palabras: “La vergüenza latina que nos hizo pasar Donald Trump no fue solo para la gente negra, fue para toda la comunidad latina.”

En ese cruce de memorias, luchas y futuros, la marcha revela lo que tal vez sea su núcleo más profundo. Como afirma Hurtado: “La Marcha de Mujeres Negras de Brasil es una esperanza… para todos los movimientos antisistémicos y antirracistas globales. Desde las mujeres negras hay una propuesta colectiva de humanidad.”

Como las Sankofas que invoca Ramírez, las mujeres negras de América Latina, del Caribe y de todas partes del mundo avanzan sin soltar el huevo del futuro: guiadas por las ancestras, sostenidas por la memoria y dispuestas a imaginar - y exigir - los otros mundos posibles que esta marcha se atrevió a nombrar.

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