Sharoll Fernández: “Es una locura que mi abuela haya muerto analfabeta y yo me haya graduado de Harvard”
La educadora aimara boliviana transforma desde Nueva York la memoria familiar e histórica de los indígenas en obras y proyectos
La educadora, escritora y artista plástica aimara Sharoll Fernández Siñani (La Paz, 39 años) inaugura sus exposiciones y presentaciones de sus libros “invocando” a sus muertos. Las personas en las que piensa y alude en los rituales que hace en cada evento son sus abuelos porque, dice, representan su identidad. Es una forma de honrarlos: campesinos, un sector históricamente postergado en Bolivia, con servicios básicos deficientes, cuyos ingresos dependían de empleos informales de subsistencia. Pero que allanaron el camino para que su nieta sea la primera mujer indígena boliviana en graduarse en Harvard y que ahora desarrolle su obra desde Nueva York.
“Que mi abuela haya muerto analfabeta y yo me haya podido graduar de Harvard es una locura”, dice Fernández por videollamada. Como acto simbólico, para recibir en 2023 el título de maestría en Políticas de Educación de Harvard, se vistió de chola paceña para el acto de colación, con pollera, sombrero de copa y aretes grandes y ornamentados. “Era una forma de tomar su trayectoria y darle un espacio. En una de mis últimas conversaciones con ella antes de que muera me dijo: ‘Nunca dependas de un hombre y edúcate lo más que puedas”. La abuela, Petrolina Catacora, o como le dice “la madre Petra”, está presente en su poemario A Senkata y a mis muertos, porque su recuerdo es parte de la memoria histórica de una población mayoritaria pero marginalizada.
El libro está escrito en aimara, inglés y español, y se presentó en marzo en el Museo de Queens junto a una exposición pictórica de la autora. El espacio, habitualmente destinado a actividades latinoamericanas, fue tomado ese día por zampoñas, bombos, danzas folclóricas y comida típica boliviana. A Senkata y a mis muertos es una conversación entre una niña y un ajayu, un espíritu en la cosmovisión andina. Leyendo la hoja de coca, recorren la historia del indio en el territorio boliviano, desde la Colonia, cuando se ubicaba en el estrato social más bajo en condiciones de semiesclavitud, hasta la masacre de Senkata, lugar en el que murieron más de diez indígenas reprimidos durante una protesta tras el derrocamiento del expresidente Evo Morales en 2019.
La presidenta de entonces, Jeanine Áñez, firmó un decreto supremo que eximía a los militares de cualquier responsabilidad penal. La herida se reabrió este mes para las víctimas cuando Áñez salió en libertad después de estar casi cinco años en la cárcel, por decisión del Tribunal Supremo de Justicia. “Tantas muertes, muertas, muertos, hijos de antepasados nacidos en el altiplano”, se lee en A Senkata y a mis muertos, que incluye ilustraciones abstractas en blanco y negro de la propia Fernández.
El hilo conductor del libro es en realidad la pregunta “¿quiénes son los muertos de cada uno?”. “Era importante hacer esa pregunta porque es de identidad, pueden ser tus muertos biológicos o míticos”, explica Fernández. Toma el concepto de muertos míticos de la antropóloga y poeta Margaret Mead, quien los define como figuras históricas que han influido tan profundamente en la vida de un individuo que este las considera ancestros. “Con esa respuesta estás diciendo los valores que realmente te mueven por dentro. Eso no se puede falsear. Definitivamente, mis muertos míticos son Toni Morrison, James Baldwin y Paulo Freire”.
Pero fue una de sus muertas biológicas, su abuela, cuyo lema de valerse por sí misma seguramente llegó antes a su madre, la que le permitió construir su carrera. La madre de Fernández destinó gran parte de sus ahorros, fruto de su trabajo como enfermera, a pagar la formación en inglés de su hija en el Centro Boliviano Americano. Todos los días, hacía el viaje de hora y media desde su casa en el barrio de La Portada —considerada la “entrada” a La Paz si se llega desde la ciudad aimara de El Alto— hasta el centro paceño. El dominio del idioma fue la punta de lanza de su trayectoria. Gracias a ello, pudo postular al sistema de becas de Harvard, aunque no contaba con una licenciatura.
Fernández pasó por las carreras de Bellas Artes, Literatura y Administración de Empresas, pero ninguna la convenció. “Me aburría mucho. Creía que podía aprender más leyendo un libro”. Por lo tanto, optó por la rara excepción que ofrece Harvard para admitir a personas sin pregrado, por mérito propio. Hizo valer un proyecto educativo inclusivo en el que estaba trabajando, Zera, y, sobre todo, una buena recomendación, la del pedagogo Marshall Ganz. “Me hizo entender que para él era muy importante que gente como yo llegara a esos espacios, que era parte de su propio compromiso. En Harvard hay gente de Latinoamérica, hay bolivianos, pero siempre son de la élite histórica. Los latinoamericanos que están ahí son dueños de sus países”.
Lo que ha surgido de la escritora aimara después de su tiempo de formación en el extranjero es una agente de cambio con sofisticadas técnicas modernas, pero que arrastra una cultura milenaria. Esto es visible en su pintura, en la que, en las series Madonne y Petra, pueden rastrearse resabios de Paul Gauguin o del primitivismo, aunque utilizados para representar a la mujer altiplánica. “Quería retratar una mujer como era mi abuela: ancha, robusta, de tetas y caderas grandes, de mucho pelo”. Pero, esa fusión entre Occidente y el Sur Global se refleja, sobre todo, en su proyecto educativo Zera. Fernández toma la teoría de la inteligencia emocional del catedrático de Yale Marc Brackett para adaptarla y aplicarla a niños y adultos bolivianos en situación vulnerable.
La iniciativa surgió en 2013, formando a 13 niños que vivían en la cárcel de mujeres de Obrajes, en La Paz, acompañando a sus madres privadas de libertad. Ahora trabaja con el Ministerio de Educación de Bolivia y ha desarrollado un programa en todos los hospitales infantiles del país, además de hogares, escuelas públicas y centros penitenciarios. “Tomamos la teoría de Brackett, pero con la consciencia de que operamos en una cultura de alto contexto, al contrario de lo que sucede en Estados Unidos”. Los contenidos que imparte están relacionados con el pensamiento crítico, la historia alternativa y la alfabetización financiera.
“Es importante que no se haga en el contexto de la caridad, porque cuando viene una ONG, en el peor de los casos es neocolonización y, en el mejor, compartir conocimiento inadaptado. Por eso, es fundamental que nosotros, los educadores aimaras, enseñemos a nuestros niños y jóvenes. No como caridad, sino como solidaridad”, afirma la educadora paceña. El fomento de una conciencia crítica y de un revisionismo histórico se presenta como urgente en un país estructuralmente racista como Bolivia. Las declaraciones de una diputada sobre el voto rural y campesino causaron controversia en las pasadas elecciones de noviembre.
La victoria del Partido Demócrata Cristiano se debió en gran medida al voto de las zonas periféricas. La parlamentaria argumentó en un video difundido en redes sociales que no tenía sentido “decirles a esas personas que analicen las propuestas de gobierno” porque “votan desde la emoción y desde el nivel de educación que tienen”. Para Fernández, no es más que otra víctima de una sociedad “racista por defecto”. “Todos crecemos y nos forman como sexistas y racistas. Si no haces un esfuerzo consciente por hacerte preguntas duras, antirracistas, vas a ser así nomás”.
Sin embargo, cree que detrás de declaraciones como esas existe una inseguridad propia de comportamientos discriminatorios. “¿Por qué necesitas que otro esté doblando las rodillas, agachando la cabeza, que alguien esté debajo de ti? ¿Por qué, sin eso, no estás completo? ¿No eres bueno? ¿No eres nada? Está tristemente internalizada la idea de que, para que yo sea alguien, necesito a otro que esté por debajo”.