El exitoso plan para que la pava aliblanca no se extinga en Perú
Una campaña oficial para que se conozca más a este animal endémico busca concienciar a la población y aumentar el número de ejemplares. Es el último empujón a un esfuerzo colectivo para sacarlo de la categoría de peligro crítico
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Sobre las 7 de la mañana, en medio de la Quebrada del Oso, ubicada en el Área de Conservación Regional (ACR) Salitral-Huarmaca, se oye un glugluteo similar al de un pavo doméstico, aunque más destemplado. “Allá van dos”, dice Efraín Mori, un fornido guardaparque, mientras señala un par de aves de plumaje negro en el cuerpo, y blanco en las alas, que planean sobre el monte. “Tal vez tienen un nido por ese lado”, añade. Las pavas aliblancas (Penelope albipennis) ahora se han sumergido en una fronda de árboles propios de este ecosistema de bosque seco. Entre ellos se ve un higuerón (Ficus padifolia), una planta que llega a medir hasta 30 metros, y cuyos frutos comen estas aves curiosas y escurridizas.
Se trata de un animal endémico del Perú, que vive en este y otros parajes del departamento de Piura, así como en los departamentos de Lambayeque y Cajamarca. Pertenece a la familia Cracidae y tiene algunas peculiaridades biológicas. Una es que sus polluelos son nidífugos: a las pocas horas de nacer, son capaces de desplazarse, saltar y comer por sí mismos. Otra es que ayudan a la regeneración del higuerón, el overo (Cordea lutea), el pasallo (Eriotheca ruizzi), el frejolillo (Erithrina smithiana) y otras plantas. “Al comer sus frutos y luego defecar las semillas abonadas por su excremento, si caen en tierra fértil vuelve a crecer un árbol”, explica Fernando Angulo, quien ha dedicado años a investigar a las pavas aliblancas.
El higuerón, además, tiene una cualidad crucial. Sus enormes raíces hacen que brote más agua del subsuelo y que crezcan los jagueyes, que son como los oasis del bosque seco. Como estas aves propician que esta especie forestal se siga expandiendo, si se les ve volando por una quebrada es un indicador de que existe el recurso hídrico, un bien escaso en este ecosistema.
Por todo esto, que las pavas estén aún en peligro crítico (un paso antes de la extinción) es preocupante. Por eso, el ministerio del Ambiente (‘La Ruta de la Pava Aliblanca’, una iniciativa que procura involucrar a las comunidades vecinas a donde vive el animal para promover el ecoturismo y la observación de aves. “Los pobladores harían el guiado en el campo”, precisa Diego Freitas, funcionario del organismo.
El primer ejemplar fue colectado en 1876 por el zoólogo polaco Jean Stolzmann en la isla Condesa del delta del río Tumbes. El naturalista le informó del hallazgo al también zoólogo Wladyslaw Taczanowski, quien en 1877 la registró como una especie nueva para la ciencia. Ese mismo año, se entregó la cría de un segundo ejemplar al investigador y naturalista italiano Antonio Raimondi.
A lo largo del siglo XX, la especie no volvió a ser registrada y, como precisa Angulo, “para 1960 se especuló con que estaba extinta”, quizás porque no hubo expediciones científicas al noroeste del país. Entre 1952 y 1968, la investigadora alemana María Koepcke la buscó sin resultados. En 1977, alentó al empresario de la zona Gustavo del Solar para que la siga buscando.
Finalmente, en septiembre de 1977, el campesino Sebastián Chinchay encontró una pava aliblanca en la quebrada de San Isidro, en Lambayeque. Al año siguiente, el biólogo Enrique Ortiz la buscó en 20 quebradas en Piura y Tumbes. Sólo en cinco encontró al animal y registró a cerca de 60 individuos. En 1987, visitó las mismas quebradas y encontró 97.
Una historia de supervivencia
Ya entre el 2008 y 2009, Angulo exploró 33 quebradas donde se presumía que vivía la casi inubicable ave, y registró 198. En julio del 2003, por iniciativa de Del Solar, se promulgó una ley que declara “de interés nacional la protección y conservación de la pava aliblanca”. Del Solar también estableció, con sus propios fondos, el zoocriadero Bárbara D’Achille.
Allí se reprodujo el animal para reintroducirlo en otras zonas, como la Reserva Ecológica de Chaparrí. Hoy el Minam estima que hay más de 500 individuos en vida silvestre, aunque sigue en riesgo. Fabiola Riva, directora del Programa de Educación y Sensibilización del Centro de Ornitología y Biodiversidad (Córvido), conoce de cerca cómo la pava fue salvada.
A partir de 2004, emprendió en el Refugio de Vida Silvestre Laquipampa (RVSL), ubicado en Lambayeque, una campaña para protegerla. Consciente de que esto no podía hacerse sin el apoyo de la comunidad, ella y su equipo de la Asociación Cracidae Perú se entregaron a la tarea de educar. “Fue un proyecto pionero, en el que procuramos involucrar a los niños”, recuerda.
“Con la ayuda de la actriz Briscila Degregori, montamos una obra de teatro llamada La pava aliblanca y el oso de anteojos. La presentamos en 15 colegios de Laquipampa y Chaparrí, donde vivía”. La historia era simple y conmovedora: un cazador era confrontado por la pava, que tenía como amigo a un oso, y ella le decía que por qué la quería matar.
“Los niños acudían sin falta y se reían mucho”, afirma Riva. “Un día íbamos por una carretera en una camioneta y un pequeño nos gritó al paso ‘¡pava aliblancaaa!’. Entonces, me di cuenta de que nuestros esfuerzos funcionaban”. Inventaron incluso una canción infantil que decía “La pava levanta un ala/el oso levanta un pie/ustedes mueven la cabeza /y nosotros también”.
En 2009, se lanzó un spot radial, que duró hasta 2011. Un locutor, con sonidos del glugluteo de la pava y de disparos de fondo, alertaba sobre la cacería, la tala indiscriminada, el pastoreo descontrolado, la agricultura desordenada. Los resultados también fueron alentadores. Riva cuenta que, en una ocasión, se encontraba en la posta médica del centro poblado Tongorrape, en Lambayeque, y llegó un señor para atenderse. “Me contó que iba a salir a cazar, y que escuchó el spot y decidió ya no hacerlo”, recuerda.
La pava y la vida
Dos pavas han cruzado una carretera que recorre el RVSL y, como en la Quebrada del Oso, se refugian en dos árboles del bosque seco. Están lejos, no se les ve bien, aunque se nota que mueven la cabeza y miran para todos lados. Son las 8 de la mañana y parece que la luz las estimula, porque mientras el día estuvo nublado no asomaron, aunque sí glugluteaban.
En esta área protegida, donde se preservan también otras especies, la gente las ha hecho suyas. “Yo la veo cuando voy a mi chacra”, cuenta una señora mientras da de comer a sus gallinas. Napoleón Durán, quien trabaja hace 21 años como guardaparque, comenta: “Trato de inculcarle a la gente que la proteja; ya casi nadie la caza, como antes ocurría en algunos lugares”.
Es un emblema nacional y hasta figuró en las monedas de un sol. Tal como afirma Cristian Saldarriaga, jefe de la ACR Salitral-Huarmaca, a 700 metros de altura y cuando en la Quebrada del Oso cae una resolana. “Es un patrimonio cultural y biológico de Piura del Mundo”, añade. Hay incluso un Plan Nacional de Conservación de la Pava Aliblanca, desde el 2015.
Al pie de esta quebrada, Cesia Farfán, una escolar de 15 años, dice, mientras dibuja a la pava: “Es un animal muy hermoso y quiero que siga viviendo”. A lo lejos se escucha, nuevamente, el extraño glugluteo de esta ave, hoy muy valorada. Se espera, según el Minam, que el 2026 salga de la categoría “en peligro crítico”. Y que siga volando por acá y otros montes escondidos.