Trazabilidad para impulsar un sistema agroalimentario más sostenible
La integración de la naturaleza en los esquemas productivos ayuda a mejorar la rentabilidad. Y ofrece algo invaluable: la oportunidad de un sistema agroalimentario justo, inclusivo, eficaz y, ante todo, duradero
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Algunos estudios revelan que cada vez más personas se preguntan por el origen de sus alimentos. Si alguien está en un supermercado, y puede elegir entre un paquete de carne con escasa información acerca de su origen y otro con un certificado que detalla su procedencia y confirma que su producción no está asociada a la deforestación, sino a prácticas sostenibles, es probable que se incline por la segunda opción. Incluso aunque cueste un poco más.
Esta tendencia no solo se está extendiendo entre los consumidores, sino entre todos los diferentes actores del sistema agroalimentario. Bajo la doble presión de responder a una demanda alimentaria creciente y a unos estándares altos de producción sostenible, cada vez más gobiernos, productores —grandes y pequeños—, empresas y otros actores están apostando por modelos de producción basados en la trazabilidad.
Este mecanismo brinda la oportunidad de seguir el recorrido de un producto desde su origen hasta su destino final. Es rentable, inclusivo y eficaz. Además, aporta la información, transparencia y confianza requeridas para cocrear un nuevo sistema agroalimentario.
Históricamente, América Latina ha sido una despensa global de alimentos. En nuestra región se ha promovido la conversión de tierras en función del “desarrollo” y el aumento de la productividad. Pero esta búsqueda de productividad no ha considerado su impacto a largo plazo. La deforestación asociada a la expansión agrícola ha perjudicado, entre otras cosas, la regeneración de los suelos y los patrones de los regímenes de lluvia, lo que ya afecta la productividad y competitividad del campo, afectando la resiliencia climática de las comunidades, que a su vez deteriora las economías locales.
En América del Sur, países como Argentina y Brasil son líderes en la producción de carne y soja, pero también están en el centro del debate ambiental por las altas tasas de deforestación. En el Gran Chaco argentino —bioma que provee el 15% de la soja del país— cada mes se deforesta un área de 35.000 hectáreas, el equivalente a unas 49.000 canchas de fútbol. Por su parte, en Pará, Brasil, el crecimiento acelerado del sector ganadero está arrasando selvas tropicales protegidas, incluidas reservas y territorios indígenas.
A nivel mundial, la producción de carne y soja es responsable del 40% de la pérdida de la biodiversidad y hábitats en el mundo. La trazabilidad puede ayudar a encaminar cambios de paradigmas y revertir esta tendencia. Para los productores, por ejemplo, la oportunidad de demostrar buenas prácticas permite acceder a nuevos mercados y competir en igualdad de condiciones. Para las empresas, es una forma de demostrar que están contribuyendo a la solución de las crisis globales. Y para los gobiernos, es una herramienta para identificar puntos estratégicos en la cadena y dónde pueden movilizar incentivos para la adopción de prácticas más sostenibles.
Pero la trazabilidad puede ser incluso más que un mecanismo de comando y control. Puede convertirse en un sistema de referencia que permita que todos los actores del sector se alineen alrededor de una agenda compartida para el cambio, sin duplicar esfuerzos y multiplicando impactos.
Así lo hemos visto en diferentes experiencias de The Nature Conservancy (TNC) en América Latina. En el Gran Chaco argentino, junto a productores y el Gobierno, impulsamos la creación de VISEC, una herramienta tecnológica de acceso gratuito para productores, que permite rastrear la cadena productiva de la soja y certificar que no estuvo vinculada a la deforestación ni a prácticas laborales inadecuadas. El objetivo es seguir posicionando a Argentina como un productor líder en sostenibilidad. Una meta que, por cierto, va bien encaminada: el 95% de la producción sojera argentina ya es sostenible. Algo que adquiere más valor si consideramos que la Unión Europea —destino del 20% de la soja argentina—legislación que exige cero deforestación a commodities como el café, el cacao, la carne, la soja, el aceite de palma y el caucho que se prevé entrará en vigor en diciembre de 2025.
En Pará, Brasil, mientras tanto, acompañamos al Gobierno local en la implementación de un programa mandatorio que apunta a garantizar, hacia finales de 2026, la trazabilidad individual de 26 millones de cabezas de ganado. Esto, con el objetivo de generar impactos positivos para la naturaleza, las personas y la economía.
En un estudio que hicimos con la consultora Bain&Company, encontramos que la trazabilidad individual del ganado puede incrementar, en un plazo de tres a cinco años, en 1.000 millones de dólares el valor de esa cadena productiva. Un retorno positivo si consideramos que la implementación de este mecanismo requiere una inversión anual de 58 millones de dólares —incluyendo los incentivos para facilitar la inclusión de pequeños productores; eje fundamental de esta iniciativa, la misma que brinda soporte y acompañamiento para que alcancen los requisitos ambientales, mejorar su producción y así acceder a los mercados formales.
En suma, la trazabilidad del ganado apoya la mejor gestión de las propiedades, la reducción de costos y puede generar un aumento de la productividad entre el 5% y el 10%.
Esta herramienta nos da un camino para empezar a crear una nueva historia. La integración de la naturaleza en los esquemas productivos ayuda a mejorar la rentabilidad. Y ofrece algo invaluable: la oportunidad de un sistema agroalimentario justo, inclusivo, eficaz y, ante todo, duradero. Y nos demuestra, de manera contundente, que hoy en día las dimensiones económicas, sociales y ambientales están fuertemente entrelazadas.