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Nemonte Nenquimo y un pueblo que resiste: “No queremos ser salvados, sino que nos respeten”

El libro ‘Seremos Jaguares’ narra los años de activismo de la lideresa ecuatoriana que hizo respetar el derecho a una consulta libre, previa e informada en los territorios indígenas

Nemonte Nenquimo, la mujer Waorani que lideró el proceso legal para suspender la explotación petrolera que amenazaba a su comunidad.Cortesía

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La voz de Nemonte Nenquimo ha dado la vuelta al mundo con un mensaje contundente: la selva no está en venta. Creció en el corazón de la Amazonia y fue la primera mujer en liderar la Nacionalidad Waorani de la provincia de Pastaza, una de las 14 nacionalidades indígenas en Ecuador. En 2020 recibió el Premio Goldman de Medio Ambiente luego de encabezar la demanda legal en que los Waorani recuperaron 200.000 hectáreas de selva que el Estado había puesto en venta a las empresas petroleras. La lideresa ha hecho de las historias estrategias centrales para la defensa de su territorio: primero en formas de mapas comunitarios y ahora con el libro Seremos Jaguares, Vida y resistencia en la Amazonia, que publica este mes con un llamado al mundo a tomar acción.

Para Nenquimo y los Waorani, las historias son seres vivos. Hay que contarlas para mantenerlas vivas, y cuidarlas porque son seres poderosos. Cuando decidió escribir su historia y hacerlo en coautoría con su pareja Mitch Anderson, comenzaron un proceso de tres años que ella define como espiritual. Tomaron ayahuasca e hicieron del fuego y la noche un espacio para la memoria, como hacen los Waorani. Ella y su familia narraron desde la tradición oral, y Mitch documentaba entre libretas y grabaciones para después escribir el libro que es ahora un tejido de recuerdos personales, familiares y colectivos, enlazados en lo profundo como las raíces de los árboles.

“Durante muchas décadas, mis ancestros no quisieron contar su historia, era un lugar secreto y sagrado que mantenían en conexión con la tierra y todo lo que vive dentro de la selva. Yo tenía mucho miedo, pero decidí hacerlo”, explica Nenquimo en entrevista con América Futura, con el libro en sus manos, luego de aterrizar en Londres para presentarlo al mundo por primera vez. “No es la historia Waorani como una historia terminada, es mi historia y de quiénes somos. Los antropólogos narran desde su mirada, pero esta es la mía”.

Seremos jaguares es un ejemplo claro de aquello que ha defendido la segunda ola del feminismo: lo personal es político. Es una historia que se entreteje alrededor del momento en que Nenquimo, hoy un símbolo de la justicia socioambiental, miró de frente a las cámaras con su mirada profunda y vestida de achiote, para insistirle al mundo que el camino frente a la crisis climática comienza por escuchar y respetar a los pueblos indígenas como guardianes de los lugares más biodiversos del planeta.

“Espero que la gente entienda más profundamente qué significa el mundo de la selva. Por falta de conocimiento solo quieren destruirla, creen que está vacía y se la quieren devorar. Quiero que este libro eduque a las empresas que invierten en el petróleo, la minería y la deforestación; también a los niños, jóvenes, ambientalistas, antropólogos. Que sepan que la selva sostiene la vida en el planeta, no solo a los pueblos indígenas”, explica.

Los Waorani recuperaron 200.000 hectáreas de selva que el Estado había puesto en venta a las empresas petroleras. Cortesía

El mundo Waorani y el mundo cowori

El libro comienza con sus primeros recuerdos en Toñampare, la comunidad Waorani donde creció, dentro de la Amazonia que se extiende hacia el este de Ecuador. Con su madre, Manuela, aprendió a preparar la bebida de la chicha y a cuidar de las plantas y frutos que curan y alimentan en la selva; con su padre, Tiri, a caminar sin dejar rastro, reconociendo el paso de los jaguares y los pecaríes. Al grito de ¡ebo, ebo! jugaba con sus hermanos Víctor y Opi, a ver quién encontraba primero los aviones que atravesaban el cielo y significaban la llegada de coworis, o personas blancas.

Su padre es de la primera generación Waorani en establecer contacto con los cowori, cuando aterrizaron las primeras misiones cristianas de la mano de la industria petrolera en los 60. Con ellas llegó el polio que se extendió entre la selva y palabras nuevas como pozos, petróleo y contaminación. Una generación después, Nenquimo recuerda su propio contacto, personificado en la mujer misionera que ya vivía en su comunidad: la llamaba Inés en lugar de Nemonte, y le hablaba de un Dios que la salvaría cuando dejara de ser lo que ella era: Waorani. También les convocaba para hablarles del petróleo que existía bajo sus pies y de la importancia de “cooperar” con los hombres que vendrían pronto para extraerlo.

Desde niña entendió que existían dos mundos: el Waorani, y el cowori. “Era una niña muy curiosa y quería descubrir de dónde venían los blancos, cómo tienen casas, por qué tienen ojos azules, por qué son tan blancos y altos”, recuerda. Guiada por la curiosidad, a los 14 años decidió seguirles y al poco tiempo, en un internado evagélico en Quito, recordó las palabras de su abuelo: “Para nosotros en la selva, el mundo del hombre blanco es como la lengua de una boa. Nos hace perder los sentidos y es capaz de atrapar hasta a un jaguar”.

Volvió entonces a la selva, aunque no a su comunidad. Sintió con todo el cuerpo el impacto de las petroleras que separaban el territorio entre caminos y pozos, con máquinas que reemplazaron el silencio de la noche con estruendos subterráneos. Atestiguó cómo los cowori sembraron un conflicto para enfrentar a los Waorani con los Tagëiri y Taromenane, los pueblos en aislamiento voluntario que ellos llaman sus “parientes”, pues comparten con ellos la selva desde que recuerdan sus abuelos. Sin contacto, pero en paz.

Conoció entonces a Mitch, director de Amazon Frontlines, instalando sistemas de agua con las familias afectadas por la contaminación de los ríos, y se reencontró con su hermano Opi, quien ya documentaba las historias de los abuelos y las abuelas seguro de que es ahí donde se encuentra el cuidado de la vida y de la selva. Juntos recorrieron territorios de las nacionalidades vecinas A’i Cofán, Siekopai y Siona.

Miraron los efectos de la industria petrolera en el agua, en la selva, y las personas. Escucharon de madres y padres que perdieron a sus hijos por la contaminación del agua y recibieron dos latas de atún como mecanismo de reparación por cada derrame de petróleo en los ríos de su territorio. “Los hombres salían a trabajar en los pozos y volvían con otras formas de pensamiento, hablando de petróleo, desarrollo, de la escuela. Me di cuenta de que eso trataban de hacernos a los Waorani. Era violencia, no una salvación”, explica Nenquimo.

Fue entonces que el Estado de Ecuador puso en marcha la Ronda Petrolera, una subasta que ponía a su territorio en oferta a las empresas internacionales, dentro de la concesión llamada Bloque 22. Nenquimo supo que tenía que liderar a su gente en la lucha contra las empresas petroleras, y que el camino para hacerlo era en alianza con diferentes nacionalidades. “Voy a hablar como un jaguar, y hacer temblar a las compañías”, advirtió al mundo desde la Amazoniia.

Así fundó Alianza Ceibo. Con su hija Daime en brazos, lideró el camino para demandar al Estado ecuatoriano a través de decisiones tomadas en asamblea, con la guía de de tres generaciones de mujeres Waorani y diferentes pikenani, o líderes tradicionales. “Como líder, les voy a escuchar. Y como madre, seré feroz como un jaguar defendiendo a su cría”, dejó claro en una de varias asambleas.

Alianza Ceibo es conformada por personas indígenas de cuatro etnias: A’i Kofan, Siekopai, Siona y Waorani, todas de la Amazonía ecuatoriana. Cortesía

Mapas como punta de lanza

Hicieron suyas dos herramientas de los cowori que habían sido utilizadas en su contra: las leyes y los mapas. Desde una conocida práctica colonial, el Estado había trazado sobre un mapa las líneas rectas que delimitaban el Bloque 22. “Los mapas del Gobierno sobre nuestro territorio estaban vacíos. ¿Qué tal que hacemos nuestros propios mapas de nuestro territorio y lo llenamos de nuestra historia, nuestras historias y nuestro conocimiento? Así cuando el Gobierno trate de vender nuestra tierra como un espacio vacío, le haremos ver que está lleno de vida y que no hay lugar para los pozos y los ductos”, narra Nemonte en el libro.

La Alianza dedicó dos años a recorrer sus territorios. Dibujaron, usaron drones y herramientas de mapeo colaborativo para crear sus propios mapas que hablan de ríos, plantas medicinales, comunidades, caminos, espacios sagrados, pasos de jaguares, y las muchas formas en que se sostiene la vida en la selva. En abril de 2019, presentaron los mapas en el juicio como evidencia legal de su relación ancestral y junto con cantos, danzas y ceremonias, encontraron la manera de llevar la selva a la Corte, y la Corte a los ojos del mundo.

En la demanda vincularon el derecho a la libre determinación con el derecho a una consulta libre, previa e informada, y dejaron claro que el Estado no había respetado ninguno de los dos antes de anunciar la subasta de su territorio. Ganaron así, una batalla legal y narrativa que creó un precedente histórico para los pueblos indígenas en Ecuador y en el mundo.

En julio de 2019, un tribunal de Ecuador emitió un fallo con profundas implicaciones para la lucha urgente por salvar la selva amazónica que se encontraba en peligro.Cortesía

El uso de mapas como evidencia fue también un precedente importante para procesos más recientes como el de la nación Siekopai, que en 2023 resultó en la devolución de 42.360 hectáreas de su territorio ancestral después de 80 años de desplazamiento forzado. Actualmente, Alianza Ceibo continúa la lucha desde la organización comunitaria, el mapeo y monitoreo comunitario y estrategias de comunicación propias. En 2023, contribuyeron con Amazon Frontlines a la campaña #SíalYasuní que fue central para la victoria del referendo en el que Ecuador decidió democráticamente defender al Parque Nacional Yasuní de la extracción petrolera.

La Nacionalidad Waorani logró lo que para muchos parecía imposible y su victoria es ahora una historia que plantea un futuro posible. Y al frente de ese futuro posible, que beneficia al mundo entero, están los pueblos y nacionalidades indígenas. “No queremos ser salvados, queremos que nos respeten”, insiste Nemonte con su voz y con su historia en un libro que tiende un puente para escuchar a quienes habitan y defienden la Amazonia.

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