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Los bancos comunitarios intentan reconstruirse tras las graves inundaciones en el sur de Brasil

Estas entidades sociales, que temporalmente se dedicaron a la emergencia, ofrecen préstamos sin intereses a vecinos demasiado pobres o endeudados para la banca tradicional

Un viajero espera en el aeropuerto de Porto Alegre el viernes 18, al ser reabierto tras cinco meses cerrado por las inundaciones.Daniel Marenco (EFE)

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En el fondo de su pequeño salón de belleza, la brasileña Kellen Lopes esconde las huellas de un desastre. “Mira, el agua se lo llevó todo. Esto es lo que sobró”, dice con tristeza. Paredes embarradas de lodo acomodan entre sí pedazos de madera hueca, piezas eléctricas oxidadas y un pequeño escritorio en mal estado. Hablar de esta sala le provoca ganas de llorar. Fue aquí, en Porto Alegre, que con mucho esfuerzo y ayuda de sus vecinos montó de forma improvisada el primer edificio de una institución financiera y social singular que se ha vuelto pilar de su barrio; un banco comunitario llamado Asa Branca. Pero también es escena de un recuerdo amargo de todo lo que perdió en las graves inundaciones que azotaron el Estado de Río Grande do Sul a principios de mayo pasado.

Las lluvias torrenciales causaron entonces unas inundaciones que anegaron el territorio. Arrasaron cientos de barrios y ciudades en el estado, provocando una de las peores catástrofes climáticas de la historia reciente de Brasil y una grave crisis humanitaria.

Un arroyo que se desbordó con velocidad en la pequeña comunidad de Asa Blanca, en Porto Alegre, arrasó todo lo que encontró a su paso. Millones de litros de agua turbia descontrolada les arrebató a muchos sus casas, sus muebles, sus medios de sustento. Lopes, de 38 años, es una de las personas que lo han perdido todo. El banco que ella ayudó a fundar y también lidera no pudo ser salvado de la devastación. “El local se inundó por completo. Fue muy dramático, las paredes se rajaron. Perdimos la computadora, los documentos, las donaciones, todo”, lamenta.

Cuatro inundaciones extremas en el último año han puesto contra la pared a millares de personas que residen en regiones vulnerables a estos eventos climáticos en el sur de Brasil. En las comunidades de bajos ingresos, el impacto social ha sido mayor. Y ahora muchos movilizadores sociales, como Lopes, luchan para reconstruir importantes instituciones locales, como los bancos comunitarios, que surgieron para mejorar la vida de los vecinos en donde el Estado brasileño no llega del todo.

Los bancos comunitarios son parte de una realidad singular brasileña. Ofrecen préstamos sin intereses a los vecinos que buscan crear pequeños negocios y que, debido a sus bajos ingresos o historiales de deudas, no pueden contar con los bancos tradicionales. Estas entidades catalizan la economía local con monedas propias que circulan por los negocios por cuenta propia y apoyan con pequeñas donaciones de insumos a quienes tienen dificultades para conseguirlos. El financiamiento viene de pequeños aportes de los propios miembros de las comunidades, de ONGs y, en algunas ocasiones, de donaciones públicas.

En el país sudamericano, la primera institución de este tipo fue el Banco Palmas, que surgió en 1998 en el periférico Conjunto Palmeiras de la ciudad nordestina de Fortaleza como solución de economía solidaria de una población que, décadas antes, había sido empujada hacia un lugar lejos del centro y de escasos servicios tras una serie de expropiaciones en un Brasil en proceso de reforma urbana radical, una historia repetida en muchas otras ciudades del país.

Esta iniciativa fue replicada por otros barrios con necesidades similares en las décadas siguientes. Y actualmente hay más de cien bancos comunitarios repartidos por casi todos los estados brasileños. “Estos bancos comunitarios son una respuesta de la sociedad a sus problemas fundamentales”, dice Nelsa Nespolo, la presidenta regional de la Central de Cooperativas y Emprendimientos Solidarios (Unisol), una organización que apoya a las iniciativas financieras nacionales. “Más que nunca vemos que la vida se transforma y se organiza en el territorio, en la vecindad”, añade.

En Rio Grande do Sul hay cuatro bancos constituidos y uno en proceso de fomento, todos localizados en la capital estatal y su región metropolitana. Son Justa Troca, Cascata, Colina, Asa Branca y Alvorada. Tres de ellos fueron severamente afectados por las inundaciones de mayo, lo cual interrumpió la dinámica económica normal de sus respectivas comunidades.

Lopes, que nació y creció un barrio, Sarandí, donde su familia ha cultivado raíces a lo largo de generaciones, explica: “Nuestro foco fue siempre el desarrollo económico de la comunidad, para que las personas pudieran crear sus negocios, [construir] sus vidas. Ahora estamos pasando por un momento de grandes dificultades, y pasamos a enfocarnos en la ayuda a los afectados por las inundaciones de todas las formas que podemos”.

El mayor desafío, dice, es reestructurar el banco para volver a ofrecer servicios financieros. Sus reservas de moneda social, denominada Amora, también se perdieron en la catástrofe. Sin embargo, debido a su certificación por el banco estatal Caixa, se podrá recuperar su valor monetario a través de compensaciones futuras. Su objetivo será crear una moneda digital en el futuro próximo. “La pérdida no fue sólo del banco, fue de todos los residentes de barrio”, comenta Lopes. “Mi trabajo es intentar volver a motivar, a restablecer. Tenemos que mostrar a las personas que es posible recuperarse de esto”.

El banco comunitario Justa Troca, fundado en 2016 en la villa de Nossa Senhora Aparecida de la zona norte de Porto Alegre, intenta mantener sus tres líneas de microcréditos en su moneda social Justo — uno para el consumo, uno para los productores locales y otro de pequeñas reformas de la vecindad. Antes de las inundaciones, al menos 20 establecimientos utilizaban esta moneda y ofrecían descuentos a quienes adquirían servicios y productos con ella. Pero, según la activista Elisabete Machado, la situación de calamidad de la región ha imposibilitado la devolución de muchos préstamos, y el banco dejó en segundo plano su trabajo para dirigir sus recursos a una campaña de recaudación de alimentos, insumos de necesidades básicas y hasta muebles para los afectados.

“Ha sido un periodo muy intenso. Vemos que necesitamos organizar los territorios en un momento como este, tan fuerte y tan pesado”, dice Nespolo. “Ha sido muy difícil para las comunidades en las que estamos actuando. Es mucho dolor. No un dolor de pérdida material, sino un dolor de que alguien invadió el espacio y desnudó ese espacio, que quitó lo poco que se tenía”.

Para Nespolo, la recuperación económica de estos barrios periféricos y tradicionalmente más vulnerables depende mucho de los bancos comunitarios, cuyo restablecimiento ocurre de forma lenta por falta de apoyo del Estado. “Pensamos que nos íbamos a recuperar más rápido. Aún falta mucho. Infelizmente yo creo que quienes tenían que ayudarnos y darnos una respuesta están a nivel local y nosotros no estamos teniendo eso de la administración pública”, afirma la presidenta de la Unisol.

Lopes comenta que el trauma de lo que pasó en su barrio la mantiene despierta algunas noches, pero que lucha para poner su labor social y el banco frente a todo, porque mucha gente depende de eso. “No podemos bajar la cabeza, tenemos que continuar luchando, intentándolo, y no desistir”, dice.

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