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La revolución de las rocas verdes

Una conservación entre el escritor mexicano y Estibalitz Ukar, geóloga española, revela las virtudes que tienen estos minerales en varios de los problemas más apremiantes que enfrenta la humanidad. “Como Dante al regresar del Infierno, las rocas nos cuentan una comedia de alcances cósmicos”

Cromolitografía de la sección 'Mineralogía' del Dr. Aldolph Kenngott por Gotthilf Heinrich von Schubert, 1886.Florilegius (Florilegius/Universal Images Gro)

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Cuando empecé a preparar mi entrevista con la geóloga Estibalitz Ukar, el internet se dispuso a boicotearme. Escribí “rocas máficas” en Google y el buscador me ofreció resultados para rocas mágicas; tecleé “Esti Ukar” y Youtube me ofreció resultados para “esti-mular” a los bebés lactantes y las próstatas; busqué el mineral “olivino” y Amazon me ofreció un desodorante libre de aluminio, así como varias marcas de aceite de oliva.

Acababa de asistir a una conferencia de la doctora Ukar en la Universidad de Texas en Austin sobre la “Revolución de las rocas verdes”, en la que presentó las virtudes de ciertos silicatos de color verde, ricos en MAgnesio y FIerro (las rocas máficas) y muy abundantes en la corteza terrestre, para lograr tres propósitos simultáneos: capturar carbono atmosférico (una estrategia industrialista de mitigación del calentamiento global), obtener hidrógeno (excelente combustible para la aviación, la navegación y el almacenamiento eléctrico) y extraer niquel, cobalto y otros minerales críticos para la civilización electrificada en la que vivimos.

Nunca he sido tecno-optimista con respecto a la emergencia climática, pero la exposición de Esti Ukar me causó cierto entusiasmo y curiosidad. Le pedí una entrevista no sólo porque me interesaba abundar en el potencial “revolucionario” de las rocas verdes, sino también para aprender cómo había llegado a la geología, una ciencia importantísima que carece del prestigio mediático de la astrofísica o las neurociencias. Quería conocer a una geóloga, entender su trayectoria y sus motivaciones.

Fotografía microscópica de un gabro de piroxeno y olivino.Gilles MARTIN (Gamma-Rapho via Getty Images)

Gracias a su calidez extrovertida, entramos de lleno en su vocación geológica: “En la prepa –me dijo, adaptando su vocabulario a mi identidad mexicana–, los desastres naturales me tenían fascinada”. Aclaró que no la fascinaban sus efectos devastadores sino entender las poderosas causas de los terremotos y las erupciones volcánicas. Cuando le reveló a su familia que planeaba dedicarse al estudio de la Tierra, ellos le dijeron “no, ¿cómo vas a ser geóloga en España, qué vas a hacer con tu vida?” Como licenciado en Letras Hispánicas, me sentí muy identificado con ella. Su abuelo vaticinó que sus padres tendrían que mantenerla el resto de su vida, pero ella se empeñó: “peleé y peleé y dije ‘no, yo quiero ser geóloga’. A mí me molaba muchísimo la investigación”.

Estudió en la Universidad del País Vasco, los primeros tres años en euskera. Atraído por esa antiquísima y misteriosa lengua del noroeste ibérico, no resistí la impertinente tentación de preguntarle sobre algunos vocablos: “a la roca le llamamos harria, un volcán es un sumendi (monte de fuego), que no tiene nada que ver con ninguna otra lengua, y los terremotos son lurrikara, el susto de la tierra, lur es “tierra” e ikara es “susto”. Los mexicanos, por desgracia, estamos familiarizados con esos sustos que nos da la Tierra debido a la subducción de la placa tectónica del Pacífico bajo la de Norteamérica.

Una vez satisfecho mi morbo léxico, continuamos con su trayectoria científica.

“Siempre me han gustado mucho las piedras, leer la historia de la Tierra a través de ellas, por dónde han pasado esas rocas para llegar a donde están hoy y qué nos pueden contar sobre los procesos que ocurren en la Tierra”. Terminó su formación científica en Estados Unidos, donde un profesor le presentó los esquistos azules y las eclogitas, “rocas de alta presión –me aclara– que se forman en las zonas de subducción, y me enamoré de su belleza; son rocas azules y tienen unos minerales súper bonitos, y me enamoré también de los procesos, de lo que significa que una roca haya estado a treinta kilómetros de profundidad y que ahora la tengas aquí en la playa”.

Colinas estriadas de color azul en el Parque Nacional del Desierto Pintado y el Bosque Petrificado, en Arizona, EE UU.Arterra (Universal Images Group via Getty)

Soy bastante neófito en geología, y nunca me había detenido a pensar en esos viajes épicos de las rocas que descienden a profundidades del planeta que los humanos jamás conoceremos y vuelven a la luz para contarnos lo que atestiguaron en su paso por los abismos. Como Dante al regresar del Infierno, las rocas nos cuentan una comedia de alcances cósmicos.

Por fin entramos en materia: la relación de Esti Ukar con las rocas verdes comenzó con unas listvenitas (al googlearlas cometí el error de escribirlas con b alta y los resultados me llevaron a conocer a una multitud de mujeres llamadas Lis Benitez), “trozos de la corteza y manto oceánico que ahora se encuentran atrapadas en el continente” y que están naturalmente carbonatadas.

“Durante la pandemia me mandaron unas cuantas muestras de Omán para analizarlas: espectaculares”. Posteriormente, una colega la contactó con un director del Departamento de Energía estadounidense que “estaba trabajando en secuestración de carbono en rocas ultramáficas con aplicación a la minería… ahí es cuando me vinieron a la cabeza todas las rocas de Omán y cómo tienen fracturas de carbonato; ésta es la situación perfecta para ayudar a sacar esos materiales de las rocas [se refiere a metales necesarios para fabricar baterías y para otros muchos usos industriales], porque se fracturan naturalmente en el subsuelo”. Al introducir carbono en las rocas (disuelto en agua), la reacción química quiebra las rocas y facilita el trabajo de extraer sus componentes valiosos. “Lo propusimos y nos dieron el financiamiento; ya teníamos dos de los tres ingredientes de la revolución: la secuestración de carbono con los metales; y luego jugando un poco en el laboratorio nos dimos cuenta de que estábamos generando hidrógeno, y a la vez fue cuando empezó a tomar muchísima fuerza el tema del hidrógeno natural, geológico, y empezamos a jugar con la idea de que igual que estamos estimulando la secuestración de carbono en cuestión de horas podemos también ayudar a la generación de hidrógeno a baja temperatura en cuestión de horas y pues parece que sí: estamos trabajando en encontrar la mejor manera de hacer las tres cosas sin dañar el medio ambiente, de la manera más eficaz posible”.

Durante nuestra conversación entramos en algunos detalles de la serpentinización (proceso derivado de la filtración del agua en la roca, muy distinta al “viboreo” mexicano), la cual genera hidrógeno y puede reducir dramáticamente los costos de la extracción de minerales críticos. La minería es una industria infernal en más de un sentido, puesto que además de extraer materias primas del inframundo, ha propiciado históricamente el trabajo en condiciones inhumanas, el despojo territorial y la devastación silvestre; sin embargo, no puede abolirse mientras necesitemos insumos minerales para fabricar viviendas, infraestructura y tecnologías biomédicas y computacionales. Por eso, desarrollar procesos de extracción menos nocivos es urgente.

Desde que escuché la conferencia de Ukar, por ejemplo, me interesó su postura cautelosa con respecto a la intervención en el fondo submarino. “Yo empezaría por el continente —me dice mientras hablamos de la secuestración subterránea de carbono por medio de la inyección de fluidos — , simplemente porque si tú inyectas agua en un reservorio que conoces bien, que controlas, que no tiene un acuífero cerca, el daño que puedes generar si algo va mal, si se te escapa un poco de CO2, es mínimo, comparado con lo que podrías hacerle al fondo marino si algo te va mal, y sabemos que el fondo marino controla muchas cosas”.

La embarcación 'The Hidden Gem', con capacidad para practicar la minería en el fondo marino, en la Zona Clarion Clipperton, en el océano Pacífico, entre Hawái y México.Foto cedida por The Metals Company

El respeto al fondo marino debería aplicarse también en el ámbito de la minería submarina, que ya empieza a desarrollarse (ahora mismo, el Gobierno mexicano está enfrascado en una demanda con una minera submarina interesada en explorar el fondo marino de Baja California Sur). “No entendemos las consecuencias suficientemente bien”, me responde cuando le planteo ese tema ajeno a su especialidad: “Yo te diría que en vez de acelerarte y empezar a hacerlo sin saber [minar el fondo marino], para un poco, espera, estúdialo, aprende, y cuando llegues a la conclusión de que los daños van a ser menores que los beneficios, entonces lo haces, pero hasta entonces puedes hacer otras cosas, no tienes que meterte con el fondo marino”. Me explica también que, ante la falta de descubrimientos de nuevos depósitos de minerales críticos, se está tratando de aprovechar la roca ya procesada para recuperar níquel y cobalto (entre muchos otros metales) que muchas veces no son separables mecánicamente pero sí químicamente: “yo te diría: reprocesa tu basura antes de meterte con el océano”, concluye antes de reírse, divertida por la sensata llaneza de su consejo.

Para dejar en paz el fondo de los océanos también resulta conveniente mejorar las técnicas de la minería continental, por lo que los procesos con los que están experimentando ella y sus colegas pueden ayudar a proteger el 70% de la superficie terrestre que se encuentra bajo el agua salada. Por el momento, Ukar y sus colegas están comenzando un proyecto piloto de inyección de carbono en el subsuelo en una zona pantanosa en el centro de Ontario, Canadá, cuyas rocas ultramáficas son ricas en metales útiles.

No sabemos qué surgirá de esta revolución mineral, pero nos conviene estar atentos a ella. Sus promesas no son una razón suficiente para despreocuparnos de la multifacética crisis ecológica en la que estamos metidos, pero conocer a científicas brillantes y comprometidas como Esti Ukar me ayuda a mantener el ánimo necesario para sortear los desafíos de nuestro tiempo. Después de despedirnos, me voy con la esperanza de que muchas personas jóvenes se enamoren como ella de la recóndita potencia de la Tierra y decidan consagrar su vida a la geología y a luchar por un futuro ecológicamente viable.

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